Francisco Javier Bernad Morales
Recientemente
un equipo de arqueólogos israelíes, dirigido por el profesor Yossi Garfinkel,
ha anunciado el descubrimiento en Khirbet Qeifaya, a unos treinta kilómetros de
Jerusalén, de los restos de una edificación palacial del siglo X a. C. Se trata
de un hallazgo de excepcional importancia, pues constituye la prueba
arqueológica de la presencia en la zona de un poderoso reino en los tiempos en
que, a partir del relato bíblico, se supone que vivió David.
Aunque
a grandes rasgos, los episodios principales de la vida de David, tal como
aparecen en la Biblia, son sobradamente familiares a cualquier lector
cristiano, no está de más recoger, siquiera sea brevemente, lo que de él se nos
ha transmitido. Se le menciona como autor de numerosos salmos y el libro 1 de
las Crónicas se ocupa de su reinado, pero es en el 1 y 2 de Samuel donde
encontramos una narración vívida de sus acciones antes y después de la subida
al trono. David se nos presenta aquí como un valeroso guerrero temeroso de
Dios, que tras una complicada serie de episodios, conquista el poder y lleva a
Israel a una dorada etapa de esplendor. Pero no son las victorias militares ni
el engrandecimiento del reino lo que nos seduce, sino el modo en que aparece
retratada su personalidad. El ungido por el Señor, cuyo reinado quedará para siempre como un
ideal difícilmente alcanzable, es también un amigo leal y un padre indulgente
hasta el extremo, incluso un hombre débil, que sucumbe a las pasiones y que
para satisfacerlas llega hasta el asesinato. Queda claro que para el narrador
es un héroe, pero ante todo un ser humano que, aunque dotado de grandes virtudes,
es capaz también de cometer graves pecados.
Su
primera aparición se produce en 1 Samuel
16, cuando el Señor, tras haber retirado su favor a Saúl, que ha incumplido
sus mandatos en lucha con los amalequitas, ordena al profeta que se dirija a
Belén, para ungir a uno de los hijos de Jesé. Contra lo que cabría esperar, el
elegido es el más pequeño, que en aquel momento se halla ausente cuidando del
rebaño. A partir de este momento se inicia un ascenso plagado de dificultades.
En un primer momento, el joven es llamado al servicio de Saúl, convertido en su
escudero, a la par que, mediante el tañido del arpa, alivia la melancolía de su
rey. El capítulo siguiente, donde se narra su victoria sobre el filisteo
Goliat, parece, sin embargo, proceder de una tradición distinta, pues en él
David se presenta todavía como un joven pastor que, por mandato de su padre,
visita el campamento israelita para llevar alimentos a sus hermanos. Solo antes
del enfrentamiento intercambia unas palabras con Saúl, quien le entrega su
armadura, de la que el joven se deshace por no estar acostumbrado a ella.
Después del combate, conducido de nuevo ante la presencia del rey, este le
pregunta por su filiación, lo que refuerza la idea de que no le conocía
anteriormente.
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