Ayer estaba crucificado con Cristo; hoy soy glorificado con El. Ayer moría con Cristo; hoy resucito con Él de la tumba. Llevemos nuestras primicias a Aquél que ha sufrido y resucitado por nosotros. No me refiero al oro ni a la plata, ni a telas y piedras preciosas, pobres bienes de la tierra, que se encuentran casi siempre en las manos de los hombres perversos y esclavos de las riquezas terrenas y del príncipe de este mundo.Ofrezcamos, por el contrario, nuestras mismas personas que son dones preciosos a los ojos de Dios y cercanos a Él. Rindamos ante su imagen aquello que más se le asemeja. Reconozcamos nuestra grandeza, honremos a nuestro modelo, comprendamos la fuerza de este misterio y los motivos de la muerte de Cristo.Seamos como Él, Cristo, porque Cristo ha sido como nosotros. Seamos dioses por Él, porque Él se hizo hombre por nosotros. Él tomó lo peor para darnos lo mejor; se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza; tomó la condición de esclavo para conseguirnos la libertad; se abajó para exaltarnos; fue tentado para vernos triunfar; se hizo despreciable para cubrirnos de gloria. Murió para salvarnos. Subió al cielo para atraernos a nosotros, caídos en el pecado.Démoslo todo, ofrezcámoslo todo, a Aquél que se dio como premio, como precio del rescate. El don más grande que cada uno puede hacer es ofrecerse a sí mismo junto con una profunda comprensión de estos misterios, por los cuales nos hemos convertido por Él en lo que Él se convirtió por nosotros.
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