Recrea Sánchez Adalid en esta novela algunos momentos cruciales de la vida de San Francisco Javier: la infancia en la turbulenta Navarra de principios del siglo XVI, los años de estudio en París y el primer viaje misionero a la lejana India. Aunque el género narrativo elegido permite e incluso requiere algunas licencias, estas apenas se dan en una obra que se ciñe con tanta exactitud a lo que transmite la documentación que, si no fuera por la falta de aparato crítico, podríamos creer que nos hallamos ante una auténtica biografía. No es tal porque el autor adopta un punto de vista que, aunque formalmente objetivo, busca iluminar determinados episodios de una compleja evolución espiritual, en tanto que otros no menos decisivos los deja sumidos en una tenue penumbra, dando lugar a un juego de claroscuros que enriquece artísticamente una peripecia vital en sí misma apasionante. Así, la figura de San Ignacio de Loyola, justo cuando su influjo sobre Francisco Javier se hace irresistible, se aleja súbitamente a un segundo plano, desde el que, sin embargo, mantiene una presencia aún más poderosa.
La de Francisco Javier es, como la de otros muchos hombres de su época, una vida asombrosa, que a nosotros, crecidos en el mundo de la inmediatez en las comunicaciones, no puede por menos que causarnos el vértigo de lo inabarcable. Por decirlo de una manera gráfica, viajar entonces a
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