Joseph Fadelle, llamado antes Mohammed y miembro de una poderosa familia chií de Irak, narra en esta obra autobiográfica las penalidades que hubo de afrontar tras su conversión al cristianismo. Durante años, en la época de la dictadura laica de Sadam Husein, se vio obligado a frecuentar a escondidas las iglesias cristianas, siempre con el temor de ser descubierto y con el sufrimiento añadido de un acogimiento tibio, plagado de desconfianza hasta el extremo de que le es negado el bautismo. Entiéndase: los cristianos constituían una minoría tolerada, pero el abandono del islam y el proselitismo se castigaban, como aún ocurre en muchos países musulmanes, con la muerte. Por admitir a un hombre, toda la comunidad quedaba expuesta al peligro. En medio de angustiosas dificultades, Mohammed consigue la adhesión al cristianismo de su esposa, pero la conducta extraña de ambos, sus inexplicadas desapariciones los domingos, sus cada día más frecuentes excusas para eludir la oración en familia, acaban por despertar sospechas, y finalmente son descubiertos. Mohammed debe comparecer ante su propio padre, quien somete el caso a la autoridad suprema del ayatolá. El veredicto de este no deja lugar a dudas: el retorno al islam o la muerte. Pero se le dará un tiempo para pensar. Sin más acusaciones, un familiar que trabaja en los servicios secretos hace que lo encarcelen y lo sometan a largas sesiones de tortura. Se busca de esta manera quebrantar su voluntad y también que denuncie a los cristianos con quienes ha mantenido trato. Al cabo de unos meses, tan inexplicablemente como lo detuvieron lo ponen en libertad. Pero ahora debe guardarse ante todo de su propia familia. En un primer momento, con ayuda de algunos miembros de la comunidad cristiana, consigue escapar a Jordania, donde finalmente, junto a su esposa e hijos, recibe el bautismo. Pero su situación apenas se ha aliviado. El permiso de residencia caduca pronto con lo que se convierte en un residente ilegal, expuesto a ser deportado a Irak en cualquier momento. Debe, pues, ocultar tanto su identidad como su conversión, dado que esta, la apostasía, también está castigada en Jordania, donde solo se tolera a los cristianos de nacimiento. El peligro alcanza su cumbre cuando es descubierto y secuestrado por su tío y sus hermanos, quienes, tras intentar en vano que reniegue del cristianismo, deciden darle una muerte a la que solo escapa por milagro o por casualidad. Sigue un desesperado intento de huida en que las puertas parecen cerrarse una tras otra, pero que finalmente, cuando casi no queda lugar para la esperanza, le llevará, junto a su esposa e hijos a Francia.
Más allá de la peripecia vital de Mohammed, interesa en el libro la descripción de la discriminación y las vejaciones a que son sometidos los cristianos en numerosos países musulmanes, y la opresión y vigilancia constante que ejerce el grupo familiar, o más propiamente tribal, sobre los individuos. No parece, al menos en este caso, que las convicciones religiosas tengan gran importancia. Nada se opone a la tibieza, a la indiferencia o al cumplimiento rutinario de ciertas obligaciones; pero la apostasía, el abandono del islam por otra religión, se percibe como una merma en el honor de la familia, una afrenta que daña su prestigio ante el resto de la comunidad. Por ese motivo, los parientes más próximos son los más interesados en el castigo del culpable. La ruptura entraña el riesgo de perder la vida, pero incluso cuando se consigue conservarla, supone la expulsión del mundo anterior, con el padre, la madre y los hermanos, súbitamente convertidos en irreconciliables enemigos.
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