12 diciembre 2011

San Juan de la Cruz

Juan de Yepes Álvarez (1542-1591), a quien hoy todos conocemos como San Juan de la Cruz, nació en el pueblo abulense de Fontiveros.  Desde muy pronto, huérfano de padre, su infancia estuvo llena de penurias. Con veintiún años, ingresó en la orden de los Carmelitas, pero la experiencia no le satisfizo, por lo que, cuando en 1567 conoció a Teresa de Ahumada, la futura Santa Teresa de Jesús, se unió a ella en la reforma de la orden. No fue una tarea fácil, pues los conflictos entre carmelitas calzados y descalzos, alcanzaron tal grado que los primeros llegaron a recluirle en una prisión conventual, en la que permaneció ocho meses hasta que consiguió fugarse. Tras este episodio, se trasladó a Andalucía, donde permaneció, no sin nuevos sinsabores, casi todo el tiempo que le restaba de vida, hasta que la muerte le alcanzó en la ciudad jienense de Úbeda. La iglesia Católica le recuerda el 14 de diciembre

Sus humildes orígenes y su ajetreada vida, no le impidieron ser una de las cumbres de la poesía  mística española.  Como ejemplo de su obra literaria hemos recogido un fragmento de Subida del monte Carmelo, una obra que, el autor explica así:

Trata de cómo podrá una alma disponerse para llegar en breve a la Divina unión. Da avisos y doctrina, así a los principiantes como a los aprovechados, muy provechosa para los que sepan desembarazarse de todo lo temporal y no embarazarse con lo espiritual y quedar en la suma desnudez y libertad de espíritu, cual se requiere para la Divina unión.

Veamos ahora los versos:

En una noche obscura,
con ansias en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada:

A escuras y segura
por la secreta escala, disfrazada,
¡oh dichosa ventura!
a escuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada;

En la noche dichosa,
en secreto que naide me veía
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.

Aquesta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía
adonde me espereba
quien yo bien me sabía
en parte donde naide parecía.

¡Oh noche que guiaste!,
¡oh noche amable más que la alborada!,
¡oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada.

En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.

El aire del almena
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería,
y todos mis sentidos suspendía.

Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado;

cesó todo y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

San Juan de la Cruz. Vida y obras. Madrid, BAC, 1954, p. 363.

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