CANCIANI
Domenico y VITO, Maria Antonieta (ed.), Simone
Weil, La amistad pura, Narcea, Madrid, 2010, 15,5 x 21,5, 126 pp.
Recogen y comentan extensamente los
editores de este libro algunos textos de Simone Weil, escritos durante los
meses que, entre 1941 y 1942, permaneció en Marsella. Fue una etapa breve, pero
intensa en la que entabló amistad con el sacerdote Joseph-Marie Perrin,
animador de los primeros círculos de amistad juedeocristiana, y con los
escritores católicos Gustave Thibon y Joë Bousquet. Canciani y Vito analizan
con detenimiento la relación de Weil con ellos, como preparación para la
lectura de las cartas que ella dirigió al campesino anarquista Antonio Atarés,
internado en diversos campos, primero en la Francia de Vichy y luego en Argelia.
Es en estas donde brilla por completo la pureza de alma de la autora. Hemos de
tener en cuenta que se dirigen a un desconocido, a alguien de quien tiene
noticias por un amigo común, y del que únicamente sabe que se encuentra solo y
perseguido. Por esta razón y con extrema delicadeza, como si tuviera miedo de
ofenderle, le brinda apoyo. En la medida de sus posibilidades, siempre escasas,
le envía ropa y dinero, pero sobre todo, le hace saber que hay en el mundo
alguien que se preocupa por él, que entiende y comparte su sufrimiento. Ningún
rastro de paternalismo o de superioridad empaña una amistad entendida desde su
mismo inicio como diálogo entre iguales. A medida que transcurre el tiempo, se
percibe que aumenta la confianza. Weil busca libros en español para su amigo,
le copia coplas de su tierra, emprende gestiones, que tristemente fracasan,
para conseguir su liberación, y, lo que resulta aún más enternecedor, le hace
ver que, pese a su situación, la Creación es hermosa, que es posible gozar del
paisaje y del crepúsculo.
Pese
a las diferencias que los opusieron en otros aspectos, en estas cartas Simone
Weil se antoja especialmente cercana a Emmanuel Levinas: en ellas el prójimo es
ese ser con rostro del que nos habla el filósofo judío; igual, aunque distinto
a nosotros, y cuya simple presencia nos interroga y obliga a actuar.
Tras
las cartas se inserta un breve ensayo sobre la amistad, en que de una manera ya
intelectualizada, la autora expone lo que esta significa para ella. Mejor que
explicarlo es reproducir la conclusión:
La amistad pura es una imagen de la
amistad original y perfecta que es la de la Trinidad y que es la esencia misma
de Dios. Es imposible que dos seres humanos sean una sola cosa, y sin embargo
si respetan escrupulosamente la distancia que los separa, Dios está presente en
cada uno de ellos. El punto de encuentro de las paralelas está en el infinito. (p. 122)
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