Pero tú, Señor, permaneces para siempre y no estás eternamente enojado con nosotros. Tuviste lástima de esta tierra y ceniza, y tus ojos se complacieron en dar forma de nuevo a lo que en mí había de amorfo. Tú me espoleabas con estímulos internos para fomentar mi inquietud hasta que yo estuviera seguro de ti mediante una visión interior. Mi hinchazón iba cediendo con la ayuda misteriosa de tu medicina. La visión de mi mente, alterada y oscurecida, iba sanando progresivamente con el penetrante colirio de unos dolores saludables.
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