22 septiembre 2020

Inmigrantes en España: segregación y arraigo

"Como a uno de vuestros indígenas habéis de considerar al extranjero que con vosotros es huésped y le amarás como a ti mismo, pues extranjeros habéis sido en el país de Egipto". (Le, 19, 34)

A menudo en situaciones de crisis, cuando para muchos el futuro se presenta ensombrecido por la angustia y la incertidumbre, nos dejamos arrastrar por la tentación de descargar nuestra frustración sobre alguien que pueda ser fácilmente identificado como ajeno a lo que entendemos como nuestra comunidad. Se refuerza así el sentimiento de pertenencia a un grupo de iguales definido por oposición a los que quedan fuera, a los excluidos, quienes son percibidos como extraños que vienen a arrebatarnos algo que nos pertenece. Es una imagen egoísta y falsa que elude los verdaderos problemas: la miseria, la injusticia, la opresión y la alienación; la cosificación de los seres humanos reducidos a voraces consumidores de los recursos del planeta y a mano de obra intercambiable. 

Si en los años treinta del siglo XX, marcados por una crisis singularmente profunda, los mensajes cargados de odio hacia las minorías se difundieron a través de los grandes medios de comunicación (prensa, radio y cine) controlados en los países totalitarios por el Estado; ahora las falsedades, rumores y noticias descontextualizadas se expanden sin límite por las redes sociales. Hoy, igual que ayer, es el miedo lo que anima una agresividad verbal que fácilmente puede convertirse en violencia física y que, incluso cuando no llega a ese extremo, da lugar a actitudes discriminatorias y vejatorias contra los señalados como "otros", a quienes se acusa no solo de poner en peligro nuestra identidad al introducir costumbres y creencias extrañas o de arrebatarnos nuestros trabajos o recibir prestaciones sociales que, se afirma, deberían reservarse a los nacionales, sino de delitos concretos como robos, violaciones, tráfico de drogas, asesinatos, etc., que son imputados no a la persona que los comete, sino al colectivo al que la asignamos, frecuentemente designado con términos peyorativos: moros, panchitos, etc. 

Frente a mensajes que, apelando a nuestros temores e inseguridades, buscan suscitar reacciones emocionales teñidas de odio, debemos recordar que el Señor no hace distinciones entre los últimos jornaleros llegados a la viña y los primeros (Mt, 20), que todos los seres humanos, sin distinción de sexo, lengua, nacionalidad o religión, somos hermanos y que por todos Cristo ha sido crucificado. Es preciso que, más allá de imágenes estereotipadas, aprendamos a mirar el rostro de cada persona y ver en él sus alegrías y sus tristezas, sus padecimientos y esperanzas; que nos veamos, en fin, reflejados en unos ojos que nos interrogan y ante los que somos responsables.

 

Alertan




  

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