Imre Kertész, Premio Nobel de Literatura deportado a Auschwitz en la adolescencia, en una conferencia pronunciada en Hamburgo en 1995 recogida junto a otros trabajos en un pequeño libro que lleva el estremecedor título de Un instante de silencio en el paredón, reflexionó sobre la cultura que ha hecho posible el Holocausto. Se ha perdido, nos dice, una actitud que, como la juventud, se antoja irrecuperable: el asombro del ser humano ante la creación y con él "el respeto, la devoción, la alegría y el amor por la vida". Pero, continúa, el hombre no ha nacido para desaparecer como una pieza desechable, sino para comprender su destino y (en este momento hace un inciso para advertir al público de que va a decir algo realmente anticuado) salvar su alma.
El asombro ante la creación ha dejado paso a una actitud utilitaria que valora al mundo y a los propios seres humanos en razón de los beneficios que de ellos pueden obtenerse, que, cegada por la obtención de rendimientos inmediatos, se desentiende del sufrimiento y de la destrucción, y que ve a la naturaleza y a las propias personas como simples instrumentos, valiosos únicamente en la medida en que pueden ser usados.
Frente a un nihilismo que conduce hacia la destrucción, los cristianos debemos mantener vivo ese asombro del que hablaba Kertész. Es preciso que renovemos nuestra relación con el Creador y con la creación. Para ello entre el 1 de septiembre y el 4 de octubre celebramos El Tiempo de la Creación, un tiempo de conversión, y compromiso en que "nos unimos a nuestras hermanas y hermanos de la familia ecuménica en oración y acción por nuestra casa común".
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