Puesto
que no cuestiona el Antiguo Testamento, Marción acepta que habrá de venir el
Mesías anunciado en las profecías. Será este, el enviado del Dios creador, un
guerrero que restaurará Israel. Pero ese es el Mesías del dios malo. El Mesías
del Dios bueno tiene un carácter completamente distinto. En primer lugar, no
está vinculado en ningún modo al mundo del Creador, por lo que su venida no ha
sido previamente conocida por nadie, sino que ha sucedido de manera totalmente
inesperada. Por otro lado, no puede aceptar que realmente se haya encarnado en
un hombre, ya que eso implicaría que se ha contaminado con la materia. No es
posible, pues, que haya nacido de una mujer. Simplemente, ha adoptado
apariencia humana.
Un
escrito cristiano de mediados del siglo III, el Carmen adversus marcionitas,
expresa lo que considera una incongruencia de Marción: si Cristo no es el
Mesías anunciado por los profetas, ¿por qué nació en el seno del pueblo judío y
no entre los gentiles? Para Moll la respuesta hay que buscarla en la estrecha
vinculación del Dios bueno con el del Antiguo Testamento. En el sistema
marcionita, Cristo no ha sido enviado para redimir con su muerte a los hombres
del pecado, sino para enfrentarse al Creador y destruir su obra. Por eso tiene
sentido su aparición, que no nacimiento, en Israel. Es de señalar que la
iniciativa corresponde en todo momento al Dios malvado, pues este ha sido el
primero en actuar mediante la Creación. El Dios bueno solo interviene como
reacción frente a los actos del primero.
En
definitiva, el sistema de Marción es profundamente nihilista, ya que concibe la
salvación como una lucha radical contra la Creación. En este sentido, su
aspiración final sería la extinción del género humano, máximo acto de rebeldía contra
el malvado autor del mundo. A nuestros ojos, constituye una clara muestra de
los extravíos a que conduce el rechazo de la raíz judía del cristianismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario