Francisco Javier Bernad Morales
Aunque
ya he tratado sobre Marción (ca 100 d.C.- ca 165) en este blog, me ocupo
nuevamente de él tras la lectura del excelente estudio que le dedica el teólogo
alemán Sebastian Moll[1].
Combate este, de manera muy documentada, la tradicional interpretación de Adolf
von Harnack, según la cual, el famoso hereje vendría a ser un precursor de la
Reforma. A juicio de Moll, lo que hace Harnack no es otra cosa que proyectar
hacia el pasado su propio rechazo de las raíces judías del cristianismo y, para
conseguirlo, pasa por alto importantes aspectos de la doctrina marcionita.
Marción,
puntualiza Moll, no rechaza el Tanaj,
nuestro Antiguo Testamento, sino que lo erige en la piedra de toque con la que
esclarecer lo que hay de auténtico en el Nuevo. Marción hace una lectura
literal de aquel y lo acepta como verdadero. Es la revelación del Dios malvado
que ha creado el mundo. No cabe, por tanto, pensar que en Cristo, el Mesías
enviado por el Dios bueno, se cumplan sus profecías. Al contrario, para hallar
el genuino mensaje cristiano, se hace preciso expurgar el Evangelio de todos
los añadidos judaizantes introducidos por Pedro, Juan y Santiago. Para ello hay
que examinarlo en relación con el Antiguo Testamento y rechazar todo aquello en
que concuerde. Elabora con este método un canon extremadamente reducido
compuesto por el Evangelio de Lucas y determinadas epístolas de Pablo: Gálatas, Primera y Segunda a los corintios,
Romanos, Primera y Segunda a los tesalonicenses, Efesios, Colosenses,
Filipenses y Filemón. Pero ni siquiera admite estos textos en su integridad,
ya que suprime en ellos todo lo que le suena a interpolación judía. Así, por
poner algunos ejemplos, los dos últimos capítulos de Romanos o, en el Evangelio de
Lucas, todo lo concerniente al nacimiento e infancia de Cristo, al
Bautista, la genealogía de Cristo, sus tentaciones, algunos episodios de la
predicación en Galilea, las referencias al Dios Creador y al juicio y, en fin,
muchas otras cuya enumeración sobrecargaría en extremo este artículo.
Indica
Moll que Marción detesta de modo radical la Creación y odia ferozmente a su
autor. En consecuencia, predica la abstención de todo lo mundano, pero no al
modo de los ascetas, en tanto que procedimiento de purificación, sino como
expresión de resentimiento y como modo de lucha contra el Creador. Es
significativo que en su interpretación del milagro de la hemorroísa, no achaque
la curación a la compasión de Jesús por la enferma, sino a su deseo de
quebrantar la ley que prohíbe el contacto con una mujer impura. Llegamos así a
la paradoja de que quien denuncia la inhumanidad de la ley de Moisés, en su
opinión fruto de una mente malvada que impone a los humanos preceptos
imposibles de cumplir, exija a sus seguidores que se abstengan absolutamente de
las relaciones sexuales, para así desobedecer el mandato de “Creced y
multiplicaos”. Asimismo, la amplia presencia de los sacrificios animales en el
Antiguo Testamento, le llevará, en otro acto consciente de rebeldía, a una
total prohibición de la carne.
[1] MOLL, Sebatian, Marción, el primer hereje, Salamanca,
Sígueme, 2014. Primera edición en alemán Tübingen 2010.
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