Iniciamos hoy la publicación de un artículo de Nolasco Msemwa OSA sobre el cisma donatista y el ecumenismo. Dada la extensión del texto nos ha parecido conveniente dividirlo en varias entregas que irán apareciendo en los próximos días. En la última incluiremos la bibliografía a que remiten las numerosas referencias.
Nolasco Msemwa
1. Preámbulo: contextualización del tema
El Concilio Vaticano II
es considerado como el gran acontecimiento del siglo xx que abrió la página de una nueva etapa en la historia de
la Iglesia, orientándola hacia la nueva evangelización de la humanidad. Su
objetivo esencial, señalado por el Papa Juan XXIII que lo convocó e inició en
1962, era la exposición fiel y eficaz de la fe cristiana al hombre de hoy, de
forma que respondiese a las necesidades de los tiempos (Delgado Escolar, 2013, p. 9-18).
La exposición fiel y
eficaz de la fe cristiana ha sido, y sigue siendo, la tarea de la Iglesia de
todos los tiempos, como afirma un teólogo contemporáneo y de gran talante
teológico: “El trabajo
reflexivo, teórico sobre la credibilidad de la propuesta cristiana ha sido una
tarea constante de la Teología que ya está presente en el misma Escritura. En
la Biblia aparece el interés por mostrar la verdad, lo creíble, lo deseable del
anuncio que hace la Escritura. Junto con las afirmaciones interpelativas, las
exigencias, la proclamación autoritativa también se indica la insuficiencia de
la “mera pretensión”. Hay que razonarla (Tejerina
Arias,
1996, p. 33-34; Id. 2015, p. 9-28).
De todos modos, la necesidad de fundamentar la
proclamación, la credibilidad del dato revelado y la
razonabilidad de la fe depende de la fidelidad a la exposición de dicho
contenido salvífico. Por eso, la Iglesia se ha esforzado siempre por mantenerse
en dicha tarea constante y necesaria para la bien de toda la humanidad. La
Santa Madre Iglesia realiza esta misión en múltiples maneras: a través de la
formación teológica en las aulas, simposios de Teología en auditorios, la
predicación y catequesis, los Concilios ecuménicos, los Sínodos, las Conferencia
y otras tribunas. Las resoluciones emanadas de dichos órganos, orientan a la
Iglesia para que se mantenga firme en la enseñanza de la fe apostólica, válida
para todos los tiempos por cuanto se trata de la verdad salvífica.
Se ha dicho con razón que
siempre cuando se convoca un Concilio ecuménico es para resolver un problema
concreto que afecta directamente a la recta doctrina de la Iglesia. Así fue el
caso del “Concilio de Jerusalén” (cf. Hch 15,1-35) y de los de Nicea (325), Constantinopla
(349), Éfeso (431), Calcedonia (451) y todos los demás hasta el Vaticano II
(1962-65), en que la identidad clara de la Iglesia tanto ad intra como ad extra
tuvo que ser definida y aclarada para poder anunciar adecuadamente el evangelio
como buena noticia de salvación para toda la humanidad (Madrigal, 2012, p. 211-255).
El presente artículo
pretende estudiar uno de estos momentos cruciales de la Iglesia: se trata de la
situación de la Iglesia Africana del siglo cuarto y quinto que tuvo que afrontar
el problema de una división interna tan grave que desembocó en un cisma. Nos
referimos a la controversia donatista (monceaux, 1901-1923).
Se analiza el esfuerzo de la Iglesia dirigida por el magisterio de su tiempo
para resolver dicho problema y se destaca la importancia singular de la Gran Conferencia
de Cartago en 411 que marcó un antes y después en la controversia donatista (Frend, 1952, p. 244-289). Asimismo, se
pone de relieve la actuación singular de San Agustín, Obispo de Hipona, en dicho acontecimiento eclesial para la reconciliación
y unidad de los cristianos que, en mi opinión, aún en la actualidad proyecta
luces sobre el diálogo ecuménico.
2. La Conferencia de Cartago (411)
La Conferencia de Cartago en el año 411 entre católicos y donatistas fue, sin duda, uno de los acontecimientos más importantes de la vida de la Iglesia africana en el siglo quinto y también de la vida de San Agustín (Langa, 1988, p. 922). En dicha conferencia se esclarecieron temas importantes sobre el cisma donatista que fue el tendón de Aquiles de la iglesia africana de los siglos cuarto y quinto. Así mismo en esta conferencia se vio premiado el trabajo incasable de San Agustín para la unidad de la iglesia africana. En definitiva, la conferencia de Cartago marcó un punto de inflexión en el desarrollo del donatismo, ya que aceleró la decadencia irreversible que conduciría a su desaparición. La Conferencia fue convocada por el emperador Honorio y se celebró en los días 1 al 8 de junio de 411, presidida por Marcelino. Contó con la participación de doscientos ochenta y seis obispos católicos y doscientos setenta y nueve obispos donatistas (Monceaux, 1963, p. 71-74). Tanto la convocatoria como la misma celebración tuvieron su prehistoria que describimos brevemente a continuación.
2.1. Antecedentes de la convocatoria de la Conferencia
Los expertos en el
donatismo indican que los antecedentes de la convocatoria de la Conferencia de
Cartago remonta data de muy atrás (Cilleruelo,
1987, p. 840-843). Los escritos antidonatistas revelan que Optato de Milevi ya había
expresado el deseo de un encuentro al donatista Parmeniano. Sobre todo, fue San
Agustín quien, desde su misma ordenación sacerdotal no había cesado de proponer
tales reuniones entre ambas partes (donatistas y católicos) como forma de
solucionar el conflicto, pero tales propuestas fueron rechazadas por los
donatistas (Epístolas 23, 6; 35,1,3;
62, 2). Ya de carácter oficial es la iniciativa del concilio de Cartago del 25
de agosto del 403. Establece que en cada diócesis se encuentren los obispos de
ambas partes, como preparación para una conferencia general. Tampoco esta vez accedieron
los donatistas. En enero del 406 estos envían una embajada al emperador, solicitando
un encuentro con los católicos, después de que aquel hubiera promulgado el 12
de febrero del 405 un edicto de unidad, muy duro contra ellos. Este Edicto era
el resultado de una embajada de obispos católicos, enviada por el concilio de
Cartago el 16 de junio del 404 solicitando la aplicación contra los donatistas
de las leyes antiheréticas. A ello les había movido la violencia de los circumceliones.
Finalmente, el 14 de junio del 410 otro concilio de Cartago envió otra embajada
al emperador Honorio solicitando la revocación del edicto de tolerancia de
inicios de año y la convocatoria de una conferencia entre ambas partes. Ambas
solicitudes obtuvieron respuesta positiva en los edictos del 25 de agosto y del
14 de octubre del 410 respectivamente (Cilleruelo,
1987, p. 841-842).
2.2. Hacia la celebración de la Conferencia
El historiador W. H. C.
Frend proporciona una información detallada sobre el procedimiento de la
convocatoria y la celebración de la Conferencia (Frend, 1952, p. 275-289). El edicto de la convocatoria
revela que el emperador nombró como tribuno y notario a Marcelino para presidir
su celebración. Por su parte, Marcelino publicó el 19 de enero de 411 un edicto
convocando a católicos y donatistas a una conferencia en Cartago (Ibid., p. 276). A este entre el 18 y el 25 de mayo le siguió
otro en que se establecían las normas concretas para su desarrollo y se fijaba
el lugar de la reunión (Cilleruelo,
1987, p. 843). Cada parte debía designar de antemano, mediante escrito firmado
por todos en presencia del juez, siete delegados portavoces, y otros siete consejeros
sin voz. Solo ellos, junto con los encargados de la redacción de las actas,
debían asistir. Los demás obispos se limitarían a ratificar por escrito lo que
hicieran sus delegados. Por su parte, el juez prometía publicar las actas de
los debates, autentificadas y selladas por los delegados de ambas partes. Exigía,
además que los primados de cada una se comprometieran por escrito a aceptar
tales normas (Ibid, p. 842-843).
A este escrito los
donatistas respondieron con otro, denominado Notaria en el que manifestaban
su oposición al segundo edicto, particularmente a dos cláusulas: la que los
obligaba a firmar por adelantado la adhesión a la sentencia del juez, y la que
no admitía el derecho a la palabra para todos los asistentes. Incluía también
el mandato a sus delegados, y un anexo con las firmas de los obispos, aunque no
se habían estampado en presencia del juez (Ibídem).
Los católicos, por su parte,
respondieron con un escrito del 25 de mayo. En él expresaban su adhesión al procedimiento
establecido por Marcelino, y señalaban además cuáles eran los problemas que se debían
debatir: uno teórico doctrinal, la causa de la Iglesia, su catolicidad; otro
histórico-personal, la causa de Ceciliano. A continuación, indicaban cuál sería
la actitud de los católicos ante el resultado de la conferencia: de ser vencidos,
dimitirían todos; y si salieran vencedores asociarían en el cargo a los obispos
donatistas, según un procedimiento concreta. Este documento es nuestra carta
128, con toda probabilidad redactada por Agustín. En esta carta los obispos católicos
conjuntamente afirman:
Por esta carta te
participamos, según nos lo has pedido, que estamos totalmente de acuerdo con el
edicto de tu eminencia. Con él has tratado de proteger nuestra paz y sosiego y
de manifestar y garantizar la verdad... Confiados en la verdad, nos hemos
impuesto esa obligación condicional. Según las promesas de Dios, había llenado
por doquier el pueblo cristiano gran parte de la tierra con su crecimiento y se
preparaba para dilatarse y llenar el resto. Si los donatistas, con quienes
hemos de conferenciar, muestran que de pronto desapareció la Iglesia de Cristo
por contagio de no sé qué sujetos a quienes ellos acusan, quedando únicamente
en el partido de Donato; si los donatistas pueden probarlo, no sólo no
atentaremos a los honores debidos a su ministerio episcopal, sino que
seguiremos su consejo por sola la salvación eterna, y quedaremos agradecidos a
su gracioso beneficio por habernos dado a conocer la verdad. En cambio, si
pudiéremos nosotros demostrar que no pudo perecer, por los pecados de cualesquiera
hombres de su gremio, esa Iglesia de Cristo, que ocupa ya con su numerosa
población el suelo, no sólo de todas las provincias africanas, sino también de
muchas provincias transmarinas y de muchos otros pueblos; que fructifica por
todo el mundo, como está escrito, y sigue creciendo; si demostramos que está
acabada y sobreseída la causa de aquellos a quienes entonces prefirieron
acusar, pero no lograron convencer, aunque la causa de la Iglesia sea
independiente de esa otra causa personal; si demostramos la inocencia de
Ceciliano y la violencia y calumnia de los donatistas, como se vio en el juicio
ante el emperador, pues ellos espontáneamente enviaron sus acusaciones
criminales al tribunal del emperador; finalmente, si con documentos humanos o
divinos probamos, cuando ellos hablan de los pecados de cualesquiera hombres,
que se trata de inocentes perseguidos con falsas denuncias, o que no se ha
destruido con tales delitos la Iglesia de Cristo, a la que estamos unidos, en
ese caso, ellos acepten con nosotros la unidad, para que no sólo acierten con
el camino de la salvación, sino que retengan también su honor episcopal. Porque
no detestamos en ellos los sacramentos de la divina verdad, sino las
invenciones del error humano. Suprimidas éstas, aceptamos su abrazo fraterno y
estrecharemos su pecho con caridad cristiana, ya que lamentamos el que se vean
separados de nosotros por una disensión diabólica. (Epístola, 128, 1-2).
Esta convicción revela la
seriedad del tema y, a la vez, la honradez de los obispos católicos a la hora
de defender la verdad de la fe cristiana. Esta es la razón última de su
disponibilidad a la hora de servir a la Iglesia partiendo de la verdad revelada
en la Sagrada Escritura. De todos modos, el texto revela claramente que sabían
con claridad que los donatistas eran incapaces de demostrar desde las Sagradas
Escrituras que la Iglesia de Cristo, tras el pecado de traditio (entrega
a las autoridades paganas de las Escrituras durante las persecuciones) había
quedado arrinconada en una parte del orbe, reducida al pequeño grupo de
donatistas del norte de África.
Más informaciones sobre esta Conferencia las encontramos en otra carta que es la respuesta católica a la notaria de los donatistas (Epístola, 129). En ella vuelve sobre los temas a debatir ya mencionados y se recuerda a los donatistas que fueron ellos los primeros en acudir al emperador, así como su comportamiento con los maximianistas, cismáticos de su Iglesia. En bien de la paz y el orden, justifican el sistema elegido de delegados (Ibid, 129, 4-6). El 30 de mayo los católicos redactan el mandato a sus propios delegados con la firma de todos los obispos, estampada en presencia del comisario imperial. Incluían además una síntesis completa de los argumentos que debían desarrollar los abogados católicos (Cilleruelo, 1987, p. 840-843).
2.3. Desarrollo de la Conferencia
Conforme a lo establecido, se abrió la conferencia el 1 de junio de 411 y duro tres días. La conferencia se desarrolló en un ambiente tenso. Desde el primer momento se manifestaron las tácticas que seguiría cada parte: del lado católico, el intento de mostrar la verdad de sus posiciones eclesiológicas mediante argumentos escriturísticos e históricos; del donatista, rehuir el debate de fondo mediante acciones dilatorias y protestas, como la recogida por San Agustín al comienzo del segundo día de la conferencia:
En primer lugar, al reunirse dos días
después en el lugar citado, como se había convenido y determinado, de nuevo
hizo el Juez de paz el ofrecimiento y el ruego de que se sentaran. Se sentaron
los obispos católicos, pero rehusaron los donatistas. Para tal negativa
adujeron, entre otras cosas, que se les mandaba en la Escritura no sentarse con
gente de esa clase. A lo cual no respondieron de momento los católicos para no
ocasionar demora, dejándolo para lugar más oportuno en el debate del tercer
día. Entonces respondió el mismo Juez de paz que también cumpliría su misión en
pie.
(Breviculus II, 1).
Esta tónica se mantuvo a
lo largo de toda la conferencia, tal como refleja el Resumen del debate con los Donatistas donde se constata el clima
tenso en que se desarrolló (Breviculus,
I, 7-9). Los donatistas llegaron hasta el punto de manifestar calumnias sobre
la ordenación episcopal de San Agustín (Breviculus
III, 7, 9) solo para entorpecer y desviar el objetivo del debate. Gracias a la
firmeza Marcelino, el tercer día pudieron tratar los temas serios de corte histórico
teológico, eclesiológico y sacramental (Breviculus
III, 1-24) para poder finalmente tomar una decisión y zanjar la disputa.
Finalmente, ya de noche
el juez dictó la sentencia proclamando vencedora a la parte católica, sentencia
cuyo texto no nos ha llegado. El 26 de junio 411, el juez firmó el documento de
aplicación de la sentencia y ordenó fijar en lugar público las actas de la tercera
sesión de la conferencia (Breviculus
III, 25, 43).
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