10 marzo 2012

Agustín y Pablo


“Buscaba el camino para tener fuerza suficiente para gozar de ti, pero no lo encontraría hasta que no me agarrara al mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que es ante todo Dios bendito por los siglos. Él nos llama y nos dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, Él mezcla con la carne el alimento que no tenía fuerza de tomar. Porque el Verbo se ha hecho carne para que tu sabiduría con la que creaste el universo, se hiciera leche para nuestra infancia. Aún no tenía tanta humildad para poseer a mi Dios, el humilde Jesús, ni conocía aún las enseñanzas de su debilidad”
Confesiones VII, 18, 24

“Me lancé con la mayor avidez, sobre la venerable escritura de tu Espíritu y antes que nada sobre el apóstol Pablo. Desaparecieron ante mí las ambigüedades, donde me había parecido que el texto de tu discurso fuera incoherente y opuesto al testimonio de la Ley y de los Profetas; se me presentó el único rostro de las expresiones puras y aprendí a exultar con aprensión. Iniciada la lectura descubrí que todo lo verdadero que había leído allí (en libros platónicos) se decía aquí con la garantía de tu gracia, a fin de que quien ve no se vanaglorie, como si no hubiera recibido no sólo lo que ve, sino la misma facultad de ver”
Confesiones VII, 21, 27

“Qué hará el hombre en medio de su miseria? ¿Quién le liberará de este cuerpo mortal, sino tu gracia, por medio de Jesucristo nuestro Señor? (…) Una cosa es contemplar desde una cima frondosa la patria de la paz, sin hallar el camino que conduce a ella tras vanas tentativas de pasar por caminos perdidos, expuestos a las asechanzas de los desertores guiados por su jefe (…) y otra muy distinta es mantenerse en el camino que conduce a ella, protegido por el amparo del Señor del cielo, donde no hay asaltos de los desertores de las milicias celestes, que evitan este camino como un suplicio. Estos pensamientos se me entraban por las entrañas de una manera maravillosa, mientras leía al menor de tus apóstoles. La consideración de tus obras me había llenado de asombro”
Confesiones VII, 21, 27

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