Francisco Javier Bernad Morales
El contraataque de la Luz se presenta en forma de una compleja lucha cosmológica en cuyo desarrollo no voy a entrar a fin de no alargarme en exceso. Me limitaré, pues, a exponer sucintamente cómo los seres humanos pueden contribuir a la separación entre ambos elementos primordiales. Para luchar contra la Tiniebla y lograr la salvación, deben transformarse interiormente, de tal manera que el “hombre viejo”, dominado por los elementos corporales, a los que corresponden los vicios, dé paso al “hombre nuevo”, asentado sobre cinco miembros: intelecto, pensamiento, discernimiento, intención y razonamiento, cuya manifestación externa son las virtudes1. Ahora bien, no se trata de una distinción que separe a los seguidores de Mani de quienes profesan otras religiones, pues la adhesión al maniqueísmo es tan solo un primer paso en el camino de la salvación. La diferenciación fundamental se encuentra dentro de las propias comunidades maniqueas: es la que se da entre electi (elegidos o perfectos) y auditores (oyentes).
Los electi han de abstenerse de las relaciones sexuales, de la carne, del vino e incluso de hacer mal a las plantas (Mani en una de sus revelaciones había percibido el dolor de las verduras al ser arrancadas por el hortelano2). Su vida exige tales condiciones de pureza y una ética tan rigurosa, que de hecho solo pueden subsistir gracias a la ayuda de los auditores, quienes deben mantenerlos con sus dones. Así, los electi pueden alimentarse con vegetales cultivados y recolectados por auditores, ya que de este modo no dañan personalmente el alma, es decir el elemento de Luz, presente en las plantas. Para los auditores queda la esperanza de reencarnarse, tras la muerte, en electi si cumplen adecuadamente con sus obligaciones.
No debemos, sin embargo, pensar en los electi como en unos aprovechados que vivían a costa de los auditores. Sin duda estos, aunque ocasionalmente pudieran sufrir ciertos abusos, ejercían una constante vigilancia sobre la conducta de los primeros, que debía regirse por unas normas estrictas de virtud, y que además no podían residir en ningún lugar de manera fija, sino que estaban obligados a viajar continuamente predicando. Como muestra el ejemplo de Agustín, los auditores no eran gentes iletradas presa fácil de embaucadores.
Mani, además de profeta, escritor, misionero y canonista, fue un organizador concienzudo, que dotó a su iglesia de una estructura jerarquizada, constituida por doce maestros (a semejanza de los apóstoles), setenta y dos obispos (recordemos los setenta y dos discípulos mencionados en Lc 10) y trescientos sesenta presbíteros3. La religión creada por Mani no solo se mantuvo en Asia Central hasta su conquista por los mongoles, sino que algunos de sus rasgos aparecen en movimientos heréticos medievales, especialmente en el de los cátaros o albigenses, quienes alcanzaron sigular relevancia en el Languedoc durante el siglo XII, aunque en este caso resulta, pese a las semejanzas doctrinales, difícil establecer relaciones de filiación con el maniqueísmo.
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1BERMEJO RUBIO, Fernando, El maniqueísmo, Madrid, Trotta, 2008, p. 144
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