En la Amazonia, en nombre de una idea del progreso atenta únicamente a la obtención de ganancias inmediatas, que tan solo a unos pocos benefician, no solo se vulnera la dignidad de los pueblos originarios, sino que se degrada el medio ambiente en una medida que repercute gravemente sobre todo el planeta y, que, si no tomamos con prontitud medidas enérgicas, puede tener consecuencias dramáticas e irreversibles. En la época del caucho, hace ya más de un siglo, los indígenas fueron esclavizados para que su trabajo pudiera alimentar el desarrollo industrial de Europa y los Estados Unidos. Hoy sus tierras son invadidas por explotaciones madereras, petroleras y mineras; sus bosques, talados para dedicar las tierras a la ganadería o el cultivo de la palma; y sus ríos se contaminan con hidrocarburos y mercurio. Estas agresiones conllevan la desaparición forzada de formas de vida tradicionales y la quiebra de las relaciones sociales; sin que las sustituya otra cosa que el hacinamiento de la población en barriadas insalubres desprovistas de servicios tan básicos como el agua potable y el alcantarillado; un muy deficiente acceso a la sanidad y a la educación, y empleos precarios y mal remunerados. Las perspectivas vitales se ven así defraudadas y se crea un ambiente propicio a conductas anómicas en el que florecen actividades delictivas. Como señala el Papa Francisco: "Partes de la humanidad parecen sacrificables en beneficio de una selección que favorece a un sector humano digno de vivir sin límites" (Fratelli tutti, 18).
Los sacrificados son los pobladores de la Amazonia (y de muchos otros territorios del planeta), pero también nosotros, pues la explotación sin freno de la naturaleza, de la que es compañera inseparable la explotación de los seres humanos, conduce al agotamiento de los recursos y a una alteración suicida del equilibrio ambiental, cuyas desastrosas consecuencias ya comenzamos a percibir; y porque cuando permanecemos indiferentes frente a los atentados contra la dignidad de uno de nuestros hermanos, renunciamos a nuestra propia dignidad. Como cristianos hemos de tener presentes las palabras de Jesús: "todo lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, me lo hicisteis a mí" (Mt, 25, 40).
Para profundizar en estos problemas les invitamos a escuchar el foro virtual sobre El estado de los derechos humanos en la Amazonia venezolana, desarrollado por la Universidad Católica Andrés Bello Extensión Guayana.
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