Hoy, 22 de marzo, celebramos el Día Mundial del Agua, este año bajo el lema "Valoremos el agua". Al realizar un gesto tan cotidiano como abrir el grifo para beber, cocinar o ducharnos, deberíamos detenernos un momento y recordar que algo algo tan trivial como que de él brote en abundancia agua en perfectas condiciones sanitarias, es un lujo inasequible para millones de seres humanos. En grandes áreas del planeta el agua potable es un bien escaso cuya obtención exige a menudo desplazarse a pozos o manantiales no siempre cercanos y volver con pesadas cargas a las espaldas. Un trabajo que comúnmente es realizado por mujeres. En otras, aunque el clima sea lluvioso y, por tanto, no haya en principios motivos para la escasez, los ríos bajan contaminados por hidrocarburos y metales pesados, fruto de una actividad extractiva que enriquece a unos pocos, pero que a las poblaciones ribereñas solo les acarrea miseria y enfermedades. El padre Miguel Ángel Cadenas nos dice hablando de la situación en Iquitos, la capital del departamento de Loreto (Perú): "En medio de la pandemia las mismas autoridades nos indican la necesidad de lavarnos las manos con frecuencia. Sin embargo, miles de familias carecen de este derecho humano básico. Son las familias humildes las que pagan el agua más cara de la ciudad. Y estamos en medio del Amazonas, paradojas de la vida".
Eso ocurre a orillas del río más caudaloso del planeta. Con palabras similares puede describirse la situación de muchos otros lugares de América, Asia o África. Para una aproximación a este gravísimo problema que nos atañe a todos, les recomendamos la lectura del documento Aqua fons vitae. Orientaciones sobre el agua: símbolo de los pobres y del grito de la Tierra, publicado en junio de 2020 por el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral.
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