El reciente viaje del Papa Francisco a Irak constituye un gesto de apoyo a una comunidad cristiana víctima del fanatismo y necesitada de consuelo, que precisa, en fin, saber que no esta sola. Al visitarla, el Santo Padre la coloca ante nuestros ojos y hace que nuestra atención, a menudo distraída con preocupaciones que se nos antojan más inmediatas, se fije en su sufrimiento. Un sufrimiento que, no lo olvidemos, no es privativo de los cristianos, sino que se extiende a todos aquellos que, sean cuales fueren sus creencias, han visto sus vidas marcadas por la intolerancia y por la guerra. A todos ellos debemos recordarlos en nuestras oraciones.
El encuentro con el ayatolá Alí al-Sistani en Ur de los Caldeos, la patria de Abraham, el antepasado común de judíos, cristianos y musulmanes, nos muestra además que las diferencias interreligiosas pueden y deben afrontarse mediante el diálogo. Frente a esquemas simplistas basados en estereotipos caricaturescos, debemos reconocer la riqueza y diversidad del otro y aproximarnos a él sin las anteojeras de nuestros prejuicios. En unos momentos en que en nuestros países occidentales se alzan cada día con mayor fuerza voces que claman contra los inmigrantes, en especial contra los de religión musulmana, tildándolos de manera colectiva y sumaria de violentos y delincuentes, la imagen del Francisco y al-Sistani conversando sentados uno junto al otro, es de por sí un llamamiento a la paz y a la mutua comprensión. Al contemplarla debemos recordar que el rechazo del otro no es una planta exótica propia de otras culturas y religiones, sino que también florece entre nosotros y que ha teñido de sangre nuestra historia. Roguemos al Señor por que el odio no endurezca nuestros corazones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario