Víctor Lozano Roldán OSA, director de la Biblioteca Amazónica de Iquitos
En este artículo el hermano Víctor Lozano Roldán nos ofrece una aproximación a los inicios de la presencia de la Orden de San Agustín en Iquitos.
El centenario de la llegada de los agustinos el 1º de marzo
de 1900 a la recién creada Prefectura de San León del Amazonas, hoy Vicariato
de Iquitos, fue un momento adecuado para interpelar a los agustinos y a esta
Iglesia a ellos encargada, sobre cuánto y cómo habían contribuido a la
dignificación del hombre amazónico y al fortalecimiento de su identidad con la
evangelización de nuestros pueblos y ciudades. Aunque en esa historia
centenaria hubo momentos de encuentros y desencuentros, lo cierto es que no se
puede entender esta ciudad ni esta región sin el rostro de esta Iglesia que ha
sido labrado a golpe de constancia, sacrificio y pasión, enfrentando problemas.
Cómo es que se crearon las tres Prefecturas amazónicas es
algo que me voy a saltar para centrarnos en lo más importante, dada la
limitación del tiempo. Comenzaré diciendo que el 11 de noviembre de 1900 sube
al barco y sale para el Perú el recién nombrado Prefecto Apostólico, P. Paulino
Díaz con sus cuatro compañeros, Pedro Prat, Bernardo Calle, Plácido Mallo y Pío
Gonzalo, llegando al Callao el 22 de diciembre. Pasan la Navidad con sus
hermanos en Lima y el 11 de enero emprenden viaje hacia la selva por la vía del
Pichis, Pachitea, Ucayali y Amazonas, llegando a Iquitos el 1 de marzo de 1901,
después de 48 días de azarosa travesía por sierras, ríos y selvas. El frio
saludo del Prefecto, coronel Pedro Portillo que lo recibió, lo dice todo: Le
felicito por su feliz arribo y me felicito por la civilización que usted se
propone difundir entre las tribus bárbaras. En efecto, no fueron fáciles los
primeros momentos. Llegaron a una pequeña ciudad que no pasaba de los 12 mil
habitantes, pero que vivía con soberbia la ebullición económica del caucho.
Encontraron una resistencia mezcla de anticlericalismo, xenofobia y desprecio.
¿De dónde venían los tiros? Pues el anticlericalismo, propio de la época,
atizado en parte por la Logia Masónica; la xenofobia, de los curas doctrineros,
Bernuy, Portocarrero, Muñoz, Correa, Bobadilla, etc. al ver que podían ser
desplazados de sus parroquias, y el desprecio, de la rica burguesía cauchera,
que no toleraba ser incluida en un ámbito misional.
Los agustinos llegaron en mal momento. De hecho, recién pudo
ser nombrado párroco de Nauta un agustino en 1914, tras la muerte del cura
Bobadilla; Yurimaguas, en 1920, con la muerte del cura Muñoz; y ya corría el
año 1925 cuando el P. Senén Fraile pudo tomar posesión de la parroquia de
Iquitos, tras la muerte del presbítero Portocarrero. Estos curas doctrineros
no quisieron incardinarse en la diócesis de Chachapoyas a la que pertenecían,
ni se sometían a la nueva Prefectura. En ninguno de los pueblos estables, como
Caballococha, Lagunas, Yurimaguas, Jeberos, Cahuapanas, Balsapuerto, etc.
pudieron ejercer los agustinos su apostolado a causa de la oposición del clero
y de las autoridades civiles. Pero tampoco pudieron hacer nuevas fundaciones
entre los pueblos originarios -que era a donde les mandaban- porque eran
atacados por las correrías de los patrones caucheros a punta de winchester,
como pasó con la misión de Jericó, en el rio Yaguas. Por otra parte, los ríos
Napo, Tigre, Pastaza, Morona y Santiago tenían pendientes enojosas cuestiones
fronterizas, por lo que los militares desaconsejaban abrir allí puestos
misionales.
Una forma de neutralizar este tóxico ambiente y de sembrar
desde las bases una manera distinta de pensar y de actuar, fue la decisión de
abrir una escuela, -San Agustín- que desde su origen fue celebrada por los
altos rendimientos que obtenían los alumnos, gracias a las dotes pedagógicas de
los maestros misioneros; pero no cesarían en su intento de ahogarla desde la
cuna, hasta que salió en 1907 la Ley de Instrucción Pública, que quitó a los
municipios la autoridad sobre la educación y las escuelas. Sin embargo, estos
frailes no vinieron para quedarse en Iquitos. Desde el primer año iniciaron
visitas a los ríos y crearon puestos misionales, como Huabico, Puerto Meléndez,
Pevas, Jericó, Leticia, Nazareth, etc. Por eso la Iglesia tuvo pronto su
bautismo de sangre. A los tres años de su llegada, en una insurrección de los
aguarunas contra los caucheros, fue asesinado el Hno. Miguel Villajolí y al día
siguiente caía también en el Cenepa, el P. Bernardo Calle. De los 10 primeros
agustinos enviados a Iquitos cinco murieron en el campo misional, tres tuvieron
que salir consumidos por las fiebres palúdicas, y dos se quedaron, pero
enfermos. Hasta la muerte de Mons. Sotero Redondo en 1935 no cesarían los
ataques, calumnias y pasquines contra ellos, por frailes, por misioneros y por
extranjeros. La verdad es que en el primer tercio del siglo XX poco pudieron
hacer por la monstruosa extensión de la Prefectura -400 mil km2- la carencia de
medios económicos, la escasez de personal, y porque los ríos, tras la etapa del
caucho, quedaron desolados y casi despoblados. Afortunadamente fue reduciendo
su extensión con el nacimiento de dos nuevas Prefecturas: la de san Gabriel del
Marañón en 1921, con sede en Yurimaguas, que abarcaría hasta el rio Nucuray, y
la de S. José del Amazonas, creada en 1945, que dejó reducido el Vicariato a lo
que es hoy: unos 90 mil km2.
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