20 febrero 2025

Los agustinos en la Amazonía (I)

Víctor Lozano Roldán OSA, director de la Biblioteca Amazónica de Iquitos

En este artículo el hermano Víctor Lozano Roldán nos ofrece una aproximación a los inicios de la presencia de la Orden de San Agustín en Iquitos.

El centenario de la llegada de los agustinos el 1º de marzo de 1900 a la recién creada Prefectura de San León del Amazonas, hoy Vicariato de Iquitos, fue un momento adecuado para interpelar a los agustinos y a esta Iglesia a ellos encargada, sobre cuánto y cómo habían contribuido a la dignificación del hombre amazónico y al fortalecimiento de su identidad con la evangelización de nuestros pueblos y ciudades. Aunque en esa historia centenaria hubo momentos de encuentros y desencuentros, lo cierto es que no se puede entender esta ciudad ni esta región sin el rostro de esta Iglesia que ha sido labrado a golpe de constancia, sacrificio y pasión, enfrentando problemas.

Cómo es que se crearon las tres Prefecturas amazónicas es algo que me voy a saltar para centrarnos en lo más importante, dada la limitación del tiempo. Comenzaré diciendo que el 11 de noviembre de 1900 sube al barco y sale para el Perú el recién nombrado Prefecto Apostólico, P. Paulino Díaz con sus cuatro compañeros, Pedro Prat, Bernardo Calle, Plácido Mallo y Pío Gonzalo, llegando al Callao el 22 de diciembre. Pasan la Navidad con sus hermanos en Lima y el 11 de enero emprenden viaje hacia la selva por la vía del Pichis, Pachitea, Ucayali y Amazonas, llegando a Iquitos el 1 de marzo de 1901, después de 48 días de azarosa travesía por sierras, ríos y selvas. El frio saludo del Prefecto, coronel Pedro Portillo que lo recibió, lo dice todo: Le felicito por su feliz arribo y me felicito por la civilización que usted se propone difundir entre las tribus bárbaras. En efecto, no fueron fáciles los primeros momentos. Llegaron a una pequeña ciudad que no pasaba de los 12 mil habitantes, pero que vivía con soberbia la ebullición económica del caucho. Encontraron una resistencia mezcla de anticlericalismo, xenofobia y desprecio. ¿De dónde venían los tiros? Pues el anticlericalismo, propio de la época, atizado en parte por la Logia Masónica; la xenofobia, de los curas doctrineros, Bernuy, Portocarrero, Muñoz, Correa, Bobadilla, etc. al ver que podían ser desplazados de sus parroquias, y el desprecio, de la rica burguesía cauchera, que no toleraba ser incluida en un ámbito misional.

Los agustinos llegaron en mal momento. De hecho, recién pudo ser nombrado párroco de Nauta un agustino en 1914, tras la muerte del cura Bobadilla; Yurimaguas, en 1920, con la muerte del cura Muñoz; y ya corría el año 1925 cuando el P. Senén Fraile pudo tomar posesión de la parroquia de Iquitos, tras la muerte del presbítero Portocarrero. Estos curas doctrineros no quisieron incardinarse en la diócesis de Chachapoyas a la que pertenecían, ni se sometían a la nueva Prefectura. En ninguno de los pueblos estables, como Caballococha, Lagunas, Yurimaguas, Jeberos, Cahuapanas, Balsapuerto, etc. pudieron ejercer los agustinos su apostolado a causa de la oposición del clero y de las autoridades civiles. Pero tampoco pudieron hacer nuevas fundaciones entre los pueblos originarios -que era a donde les mandaban- porque eran atacados por las correrías de los patrones caucheros a punta de winchester, como pasó con la misión de Jericó, en el rio Yaguas. Por otra parte, los ríos Napo, Tigre, Pastaza, Morona y Santiago tenían pendientes enojosas cuestiones fronterizas, por lo que los militares desaconsejaban abrir allí puestos misionales.

Una forma de neutralizar este tóxico ambiente y de sembrar desde las bases una manera distinta de pensar y de actuar, fue la decisión de abrir una escuela, -San Agustín- que desde su origen fue celebrada por los altos rendimientos que obtenían los alumnos, gracias a las dotes pedagógicas de los maestros misioneros; pero no cesarían en su intento de ahogarla desde la cuna, hasta que salió en 1907 la Ley de Instrucción Pública, que quitó a los municipios la autoridad sobre la educación y las escuelas. Sin embargo, estos frailes no vinieron para quedarse en Iquitos. Desde el primer año iniciaron visitas a los ríos y crearon puestos misionales, como Huabico, Puerto Meléndez, Pevas, Jericó, Leticia, Nazareth, etc. Por eso la Iglesia tuvo pronto su bautismo de sangre. A los tres años de su llegada, en una insurrección de los aguarunas contra los caucheros, fue asesinado el Hno. Miguel Villajolí y al día siguiente caía también en el Cenepa, el P. Bernardo Calle. De los 10 primeros agustinos enviados a Iquitos cinco murieron en el campo misional, tres tuvieron que salir consumidos por las fiebres palúdicas, y dos se quedaron, pero enfermos. Hasta la muerte de Mons. Sotero Redondo en 1935 no cesarían los ataques, calumnias y pasquines contra ellos, por frailes, por misioneros y por extranjeros. La verdad es que en el primer tercio del siglo XX poco pudieron hacer por la monstruosa extensión de la Prefectura -400 mil km2- la carencia de medios económicos, la escasez de personal, y porque los ríos, tras la etapa del caucho, quedaron desolados y casi despoblados. Afortunadamente fue reduciendo su extensión con el nacimiento de dos nuevas Prefecturas: la de san Gabriel del Marañón en 1921, con sede en Yurimaguas, que abarcaría hasta el rio Nucuray, y la de S. José del Amazonas, creada en 1945, que dejó reducido el Vicariato a lo que es hoy: unos 90 mil km2.


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