Hoy, 27 de agosto, celebramos en la Iglesia la festividad de Santa Mónica, la madre de San Agustín, aquella que consiguió con sus plegarias, su perseverancia, su ejemplo y, sobre todo, su amor, llevarlo hasta la Iglesia. Fue para ella un camino duro en el que no faltaron momentos amargos. Recordemos uno de ellos con las palabras del propio Agustín. Este, harto de la indisciplina de los estudiantes de Cartago, había decidido marchar a Roma y su madre intentó disuadirlo y, al no lograrlo, le pidió que aceptara al menos su compañía. Pero él deseaba partir solo:
"Yo la engañé cuando estaba firmemente asida a mí, tratando de convencerme de que o bien desistiera de mi propósito o bien le permitiera ir en mi compañía. Me inventé el pretexto de que no quería dejar solo a un amigo que esperaba vientos favorables para zarpar. Y le mentí a mi madre, a aquella madre, y me escabullí.
Sé que también esto me lo has perdonado con tu misericordia, defendiéndome, a pesar de mis horribles groserías, del peligro de las aguas de mar hasta que llegase el agua de tu gracia, esperando que, lavado en ella, se secasen los ríos de los ojos de mi madre. Porque ella regaba día tras día con las lágrimas de sus ojos la tierra donde reclinaba su frente.
Como, a pesar de todo, mi madre se negaba a volver sin mí, apenas si logré convencerla de que aquella noche se quedara en un paraje cercano a nuestra nave, que era una capilla dedicada a San Cipriano. Y aquella misma noche me escapé a hurtadillas, y ella se quedó en tierra rezando y llorando." (San Agustín, Confesiones, V, 8, 15. Traducción de José Cosgaya O.S.A, Madrid, BAC)
Pulsa aquí para leer una breve biografía de Santa Mónica
Aparición del ángel a Santa Mónica (Pietro Maggi, 1714. Iglesia de San Marcos, Milán)
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