“Así
también la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo
fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz, en donde, no sin designio divino,
se mantuvo de pie (cf. Jn, 19, 25), se condolió vehementemente con su Unigénito
y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la
inmolación de la víctima engendrada por Ella misma, y, por fin, fue dada como
Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús, moribundo en la Cruz con estas
palabras: "¡Mujer, he ahí a tu hijo!" (Jn, 19,26-27)” (Lumen gentium,
58).
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