Afrontamos esta Semana Santa en unas condiciones insólitas,
confinados en nuestros domicilios por un tiempo cuya duración nadie se aventura
a precisar. Sometidos a una angustiosa incertidumbre no solo por nuestra salud
y la de las personas queridas, sino también por el estado en que nos hallaremos
una vez concluya este período excepcional, cuando las consecuencias económicas
y sociales de la pandemia se hagan sentir en toda su crudeza. Son, sin duda,
momentos difíciles para todos. Por eso debemos olvidar egocentrismos y dirigir
nuestra mirada a los más vulnerables: pensar en aquellos que mueren en soledad
y en sus familias a quienes no les es dado despedirlos; en los niños aislados
en sus viviendas, privados del juego con sus compañeros y en muchos casos
también de la educación, pues por mucho que los maestros y profesores pongan
todo su empeño en hacerles llegar explicaciones, actividades y consejos por
medios telemáticos, siempre quedará un grupo que no disponga de ordenador o de
conexión a Internet, o que deba compartir los escasos recursos electrónicos
disponibles con hermanos y padres. Tenemos que recordar que hay familias que
deben afrontar estos días en pisos compartidos, en los que resulta imposible la
intimidad. Debemos tener también presentes a aquellos, muy numerosos en el
mundo, para quienes un gesto tan cotidiano como girar el mando de un grifo y al
instante obtener de él agua en adecuadas condiciones sanitarias constituye un
lujo inasequible; a los que huyen de la guerra o de la miseria y sobreviven
hacinados en campos insalubres; a todos los que en amplias zonas del mundo han
de afrontar esta enfermedad sin disponer de un sistema sanitario mínimamente eficaz;
a aquellos para quienes la simple idea del confinamiento en el hogar no es más
que un cruel sarcasmo.
Esta Semana Santa tan distinta de las demás nos brinda una
buena oportunidad para reflexionar sobre el sentido de nuestra vida y la
profundidad de nuestro compromiso con Cristo y, lo que es lo mismo, con los
necesitados. Estas entrevistas con Miguel Ángel Cadenas y con Adolfo Zon, ambos
misioneros en la Amazonia, nos acercan a la realidad de unos pueblos indígenas
marginados, explotados y oprimidos, enfrentados ahora al coronavirus y siempre
al dengue, al cólera y, en definitiva, a la destrucción de su forma de vida en
aras de un desarrollo económico y de un progreso que solo les ofrecen miseria y
anomia.
Pulsa sobre el siguiente enlace para leer la entrevista
La difícil lucha contra el coronavirus de los pueblos indígenas amazónicos
La difícil lucha contra el coronavirus de los pueblos indígenas amazónicos
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