P. Miguel Ángel Cadenas O.S.A., obispo de Iquitos
Les ofrecemos una breve reflexión de Mons. Miguel Ángel Cadenas sobre los ritos de la noche de San Juan. Aunque se centra en su diócesis, su mensaje desborda el ámbito local al aunar el cuidado de la casa común con la necesidad de que nos dotemos de rituales que den consistencia a una sociedad amenazada por el individualismo y el consumismo.
El fuego y el agua han acompañado a la humanidad desde sus comienzos hasta la actualidad. Dos elementos esenciales que siempre permanecen. Con la fiesta de San Juan recordamos el salto del shunto y el bañarse en el río. Dos rituales de purificación de gran aceptación en Loreto. Purificar significa ‘hacer puro’ en el sentido de ‘limpiar’, ‘no tener manchas’. Todas las personas tenemos necesidad de estar limpios. De ahí que hayan surgido rituales de purificación.
Tradicionalmente para San Juan se salta el shunto. El fuego ilumina la noche, transforma los alimentos en cocidos y da calor. No en vano recordamos los fríos de San Juan. A todo ello se une un elemento purificador. Algunas personas recuerdan que se saltaba nueve veces; otros indican que eran doce. Siempre en compañía de otras personas, formando una comunidad de purificadores/purificados. Posteriormente se acudía al río para bañarse. A media noche el río estaba limpio. Después de verse purificado por el fuego se bañaba en el río para completar la purificación. El sudor y el humo de saltar el shunto se limpiaba con el agua.
Estos dos rituales han sido muy practicados y extendidos en Loreto. Probablemente muchas personas mayores lo recuerdan de su infancia. La alegría de estar juntos y de sentirse parte de un grupo hace del ritual un momento importante en la vida de cada uno. En muchos lugares se añadían otras prácticas como corregir y aconsejar a los niños y adultos antes de irse a bañar al río. Purificarse para tener una vida buena.
Pero los tiempos cambian. Si se modifica la sociedad también los rituales se alteran. Repetir viejos rituales no garantiza la purificación. Y, sin embargo, seguimos necesitando de la purificación en nuestros días. De los mayores podemos aprender no tanto la materialidad de estos ritos concretos, sino la necesidad de purificarnos.
Los ríos bajaban limpios, por eso uno se podía ir a bañarse al río y salir purificado. Pero nuestros ríos están contaminados, llenos de botellas de plástico y sucios. El viejo ritual perdió su valor. En ocasiones hay intentos de recuperarlo, pero más como valor estético e identitario que con efectos purificadores. La estética y la identidad, por sí mismas, no son suficientes. Pueden, incluso, convertirse en una trampa. En cambio, la purificación, los ritos de purificación, siempre serán imprescindibles: en todas las épocas, en todas las culturas y para todas las personas y sociedades.
Ahora nos toca encontrar nuestros propios ritos de purificación. No se trata de olvidar lo que hicieron los antiguos, nos pueden servir. Pero si ha cambiado el contexto, entonces también hay que modificar los ritos. Nos pueden servir los antiguos rituales, pero con una nueva perspectiva. Por ejemplo, ¿se imaginan que todas las personas nos fuéramos a bañar al río? Se convertiría en un acto de reivindicación de primer nivel. En algunas ciudades se han producido este tipo de ritos y han desembocado en la recuperación de ríos que estaban fuertemente contaminados.
Desde el poder se promociona la fiesta individualista, el consumo de cerveza…, y hasta el placer estético de saltar el shunto. Todo ello vaciado de sentido purificador, sólo como objeto de consumo. De hecho, difícilmente se acuerdan de ir a bañarse en el río. La promoción de la fiesta, tal como está ahora, es funcional a los que contaminan. Le hemos sustraído el elemento más importante: la purificación.
Tal vez sea una tarea cristiana recuperar los ritos de purificación en este nuevo contexto. Ritos tan necesarios en la vida, pero con un nuevo sentido conforme a los tiempos que nos han tocado vivir. Si fuéramos capaces de encontrar estos rituales de purificación volveríamos, de nuevo, a proporcionar unos rituales de gran consistencia a la sociedad en la que vivimos y, de paso, una contestación a la fiesta individualista y consumista en que se ha convertido.
¡Feliz fiesta de San Juan Bautista!
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