Fr. Nolasco Paskal Msemwa
Tanzania
El donatismo es el cisma que dividió a
la Iglesia de África del Norte durante los siglos IV y V de nuestra era.
Algunos llegan a calificarlo como “el complejo fenómeno religioso y madre de
todas las divisiones[1]”.
¿Cómo surgió la controversia donatista?
El donatismo nace de un hecho estrictamente
sacramental y, de una fuente eclesiológica: La ordenación episcopal juzgada válida
por los sectores eclesiásticos moderados de África, e inválida por los círculos
radicales de Numidia. Los desacuerdos entre estos dos sectores eclesiásticos
(Cecilianos y Mayorinos) causaron la división de dos comunidades eclesiales
africanas en el 311[2]. Conflicto que se entronca
directamente con el caso Traditio[3], ocurrido durante
la persecución de Diocleciano en los comienzos del siglo IV de nuestra era.
Desde entonces los cristianos de África del Norte se encontraron divididos en
dos grupos (donatistas y cecilianos) que mantuvieron una relación de constante
rivalidad social, política y religiosa hasta la desaparición del cristianismo
en el África del Norte por la invasión árabe en el siglo VII[4].
Ahora bien, tanto la Iglesia donatista
como la católica, tenían a san Cipriano como referente principal de la doctrina
eclesial y sacramental. Es decir, Los donatistas secundaban su cisma apelando a
Cipriano, de igual manera que los católicos tenían al obispo de Cartago como
figura clave y referente en la lucha contra el cisma y en la defensa de la
unidad eclesial. Surge la pregunta: ¿Cómo es que dos comunidades eclesiales
rivales y de posturas diferentes en material doctrinal tangan a Cipriano como
fuente principal para justificar sus argumentos claves de su teología? ¿Acaso,
tenía san Cipriano dos visiones diferentes de la teología cristiana que dan cabida
tanto a los argumentos donatistas como a los católicos?
El presente artículo pretende indicar
la influencia de san Cipriano en la controversia donatista. Comienza con la
presentación breve de su biografía y la línea maestra de su teología. Luego,
contempla cómo su pensamiento teológico- sacramental mal interpretada y
concebida influyó a la eclesiología donatista. Finalmente, hace una lectura
ecuménica de la Iglesia Católica desde la figura y obra de del mismo Cipriano.
De ahí, concluye sacando a la luz lo que la Iglesia hoy puede aprender de su
obra sobre todo de su pasión por la unidad (unitate
ecclesiae) desde su frase célebre: Extra
Ecclesiam nulla salus[5].
1. San
Cipriano: Su vida y misión
Tascio
Cecilio Cipriano[6] fue oriundo de Cartago y vivió
entre los años 200-258, una generación después de la muerte de Tertuliano que
influyó la teología Africana. Su educación y viaje a la fe fueron similares a los
de su predecesor. Cipriano fue el obispo enérgico de Cartago (248 a 258).
Durante su episcopado vivió dos periodos de persecución. La primera bajo el
emperador Decio (250-251) y la segunda bajo el emperador Valeriano (256-258).
En todo el tiempo como Primado de Cartago, Cipriano puso como prioridad a la
unidad de la Iglesia, que estaba amenazada por causa de las persecuciones.
Durante la persecución de Decio muchos
cristianos en Cartago habían apostatado. El problema que surge de este momento
es cómo reconciliar y readmitir en la Iglesia a quienes la habían abandonado
por temor. Ante los apóstatas surgieron dos posturas diferentes y casi incompatibles.
Por un lado, había un grupo de cristianos rigoristas
que mantenían que los laps nunca podrían, en esta vida, ser
readmitidos a la comunión eclesial. Solo quedaría para ellos hacer penitencia
durante el resto de sus días con la esperanza de que, al final, Dios les concediera
el perdón por su apostasía. Por otro lado, había cristianos “permisivos” que creían
que los apóstatas podrían ser readmitidos a la comunión eclesial[7].
Por su parte, Cipriano no admitió ninguna
de estas dos posturas. En cambio, tomó una posición media entre los presbíteros
cartagineses influenciados por los confesores y los novacianos intransigentes.
El obispo de Cartago consideraba la apostasía como uno de los pecados más graves
y que requería de la penitencia y el rebautismo antes de la consiguiente readmisión
en la Iglesia. De hecho, negó la validez del bautismo de los novacianos, porque
habían sido excomulgados[8].
Esta postura chocaba con la que
mantenía Esteban de Roma, en la que el bautismo realizado por herejes era
válido si se administraba en nombre de Cristo o de la Santísima Trinidad. Esta
era la visión de una importante parte de la Iglesia occidental[9].
Cipriano, por otra parte, siguiendo la tradición africana creía que fuera de la
Iglesia no podía haber verdadero bautismo, considerando a los realizados por
herejes como inválidos y nulos, y, por tanto, necesario rebautizar a aquellos que
se unían a la Iglesia nuevamente.
En toda esa turbulencia teológica
dentro de la comunidad cristiana tras las persecuciones imperiales, Cipriano se
enfrentó a la tarea de dar sentido teológico y práctico a la divergencia
existente en la readmisión a la plena comunión de los laps. Entre otros escritos suyos, Tarcio Ceciliano elaboró su
teología de la unidad eclesial bajo la figura del obispo en su obra maestra
titulada De unitate ecclesiae[10].
Esta obra se convertirá más tarde, en una referencia constante de los
donatistas y los católicos en la controversia donatista, también en tiempos de
la Reforma Protestante en Occidente en siglo XVI.
Por su personalidad, obra y sobre todo
por la lucha por la unidad eclesial, Cipriano ha merecido honor y veneración
como el gran héroe de Cartago. Su reputación se extendió más allá de las
comarcas de la iglesia africana[11].
De hecho, el Profesor Bonner insiste en que la
influencia de San Cipriano en la controversia donatista hay que hallarla no
tanto en sus escritos, sino mucho más en su personalidad y en las
circunstancias de su vida y muerte como mártir[12].
Ahora bien, en la controversia
donatista la figura de San Cipriano es ambivalente. Ambas partes lo reclamaban
como padre e inspirador. Ambos apelaron a su vida y escritos para confirmar su
propia doctrina. Es decir, tanto donatistas como católicos encontraron en la
vida y obra del mártir cartaginense unos argumentos teológicos para defender su postura eclesiológica. Veamos a continuación la
presencia de Cipriano en la comunidad donatista.
2. Cipriano
en el Donatismo: ¿Arma del Cisma?
Los problemas teológicos de la
controversia donatista pueden agruparse en tres categorías: En primer lugar, la
cuestión de la naturaleza de la Iglesia; En segundo lugar, el problema sobre la
validez y eficacia de los sacramentos en relación con el estado de santidad del
ministro que los administra, y, por último, la problemática Iglesia-Estado en
relación con el empleo de la coerción del estado sobre cismáticos y herejes.
La relación de los donatistas con la
enseñanza de San Cipriano está estrechamente vinculada en los dos primeros. En
cuanto a la tercera, por razones obvias, tiene poco que decir. Antes de abordar
los temas doctrinales, cabe insistir en que los donatistas consideraban a san Cipriano
como su patrón y portaestandarte. Pero se equivocaban, como dirá san Agustín más
tarde[13].
La doctrina cipriánica sobre la
eclesiología a la que nos hemos referido anteriormente, se encuentra bien delineada
en sus tratados sobre la unidad de la
Iglesia Católica escrito en el año 251. La circunstancia que llevó a su
composición anticipa, de manera notable, las bases que dieron lugar al donatismo.
Es decir, cómo tratar con los cristianos que habían apostatado la fe durante la
persecución, los laps en tiempo de
Cipriano y los traditores y su pecado
de traditio en la controversia
donatista.
Otra influencia decisiva de Cipriano sobre
los donatistas la encontramos en la compresión de la Iglesia santa y la figura
del obispo y su misión. Cipriano mantenía que la Iglesia es del Espíritu y el
obispo está para transmitir el Espíritu en el Iglesia. Pero uno que ha cometido
pecado grave [cisma o herejía] queda fuera de la Iglesia, por tanto, no puede
ser el instrumento de la Iglesia porque carece del Espíritu. No puede, por
tanto, transmitir el Espíritu en la ordenación de un nuevo obispo. La
ordenación realizada por un obispo hereje es inválida y
nula[14].
Sencillamente porque uno no puede dar lo que no tiene.
Cipriano mantenía que la Iglesia es
estrictamente la comunión de los santos y no puede contener y tolerar un pecador
dentro de ella. Un obispo culpable de pecado de apostasía, quedaba fuera de la
Iglesia y no podía conceder el Espíritu Santo sobre otra persona. Los
donatistas aplicarán esta teoría cipriánica a su radicalidad sobre el problema
de Traditio. Para los Donatistas,
Ceciliano fue ordenado por un obispo traditor,
por lo que, su ordenación fue inválida y son nulos los actos eclesiales que
realizara, ya que no había recibido el Espíritu Santo.
Al igual que en Cipriano, la cuestión
no radica tanto en la relación con la santidad ética personal de un obispo, como
en la relación con la situación legal del obispo dentro de la Iglesia, como el
templo del Espíritu Santo (Cf. 1 Jn 2: 18-20). Los obispos apóstatas, que por
su pecado habían salido de la Iglesia no estaban legalmente capacitados para
llevar a cabo los actos eclesiales. Sin embargo, los donatistas fueron más allá
e insistieron en que cualquier persona que permaneciera en comunión con un
obispo traditor participaba en su
pecado, con lo que se excluía de la Iglesia. La consecuencia práctica de esta
posición fue que los donatistas afirmaran que la verdadera Iglesia Santa
existía solo en África y era la suya; las demás iglesias, incluida la Católica
eran falsas, hijas de Judas Iscariote, carentes del Espíritu Santo y, por
tanto, incapacitadas para administrar válidamente los sacramentos[15].
Otra
doctrina teológica de Cipriano relacionada con lo anteriormente mencionado
y con la que el donatismo se identificaba fue la invalidez del sacramento del
bautismo realizado fuera de la Iglesia. Cipriano había afirmado que el bautismo
administrado fuera la Iglesia es una corrupción que engendra, no hijos para
Dios, sino hijos para el diablo. Esta aseveración particular se deriva
directamente de la concepción cipriánica de la Iglesia. Estrictamente hablando, su doctrina no reconoce ninguna
posibilidad de cisma, ya que el cismático, por su propia acción, está fuera de la
Iglesia, única que puede administrar un sacramento válido[16].
Para Cipriano, al igual que no hay un
"fuera " de la unidad del Dios Uno y Trino, así tampoco hay un "fuera"
del lugar de su acción salvífica, es decir, "fuera" de la Iglesia no
hay nada, salvo lo que se establece en contra de Dios y es contrario a su
voluntad. Fuera de Dios y fuera de la Iglesia solo hay un vacío [pecado], en
que no puede darse el perdón, ya que está privado de la santidad del Espíritu
Santo. Extra Ecclesiam non est salus y,
por lo tanto, fuera de la iglesia no hay bautismo[17].
Esta es la base de la opinión cipriánica sobre la nulidad de los sacramentos
administrados por herejes, ya que por el hecho de estar fuera de la Iglesia han
muerto espiritualmente.
Los donatistas aplicaron radicalmente a
los católicos la teoría cipriánica de los sacramentos. Según los donatistas, los
obispos católicos aceptaron la ordenación por traditores. Como estos, por su traditio
habían quedado fuera de la Iglesia, no podían administrar sacramentos válidos.
En consecuencia, era necesario rebautizar a cualquier católico que quisiera volver
a la unidad de la Iglesia verdadera, es decir la iglesia donatista. Por eso la
práctica de rebautizar y reordenar diáconos, sacerdotes y obispos era
recurrente en sus comunidades, que será denunciada críticamente por san
Agustín.
Naturalmente, el que los donatistas
utilizaron las ideas de Cipriano para justificar su cisma, no implica que el mártir
cartaginés compartiera su posición. Está claro que la secta donatista malinterpretó
a san Cipriano refugiándose en su doctrina para su interés cismático. Sus
contradicciones quedarán en evidencia cuando san Agustín presente críticamente
la obra de san Cipriano desmantelando así, las bases del cisma donatista[18].
3. Cipriano
y la Teología Católica: En defensa de la unidad eclesial
Los católicos, no menos que los donatistas, reclamaban a san Cipriano como su maestro. Pero estos a diferencia de aquellos, tomaron como punto de partida la caridad y la lucha contra el cisma que él mantenía. En su obra Sobre la unidad de la Iglesia, citada anteriormente, Cipriano expresa claramente su firmeza en defensa de la Iglesia unida. Así dice: “Dios es uno y Cristo es uno y una es la Iglesia y la fe es una y uno es el pueblo reunido en la compacta unidad de un cuerpo por el vínculo de la concordia”[19]. La eclesiología de Cipriano, que es jerárquica y sacramental, es la que garantiza la fratenitas christianorum. En ningún momento Cipriano defendió un cisma.
Cipriano, como hemos indicado
anteriormente, tuvo que combatir la falsa praxis de la iglesia segregada.
Frente a ella se convertirá en defensor de la unidad visible de la Iglesia.
Para él esta unidad se escenifica concretamente en el obispo. Según Cipriano el
episcopus es la realidad concreta de unitas. Por tanto, donde está el obispo
jurídicamente legitimado ahí está la Iglesia. Desde este trasfondo los cecilianistas
se acercarán a Cipriano como garante y referente de la unidad eclesial.
De hecho, Optato de Milevis, apologista
católico anterior a Agustín, critica a los donatistas que se identifican como
seguidores de Cipriano. Según Optato no lo son, pues no respetan la tradición
eclesial. Son como las ramas rotas del árbol, separadas de su fuente de agua
viva, que es la Iglesia[20].
Algo que Cipriano defendía a toda costa: permanecer unidos a la fuente de vida.
San Agustín también apelaba a la
autoridad de san Cipriano, por quien sentía el amor y la veneración más
profunda. Lo llama “el bienaventurado
Cipriano cuya autoridad no le espanta porque le anima su humildad”[21].
De hecho, el obispo de Hipona no deja de refutar y corregir la doctrina eclesial
de Cipriano, sobre todo en lo referente a la validez de los sacramentos administrados
por los herejes.
Sobre Cipriano, Agustín de Hipona
aprecia su valor al defender la verdad y mantener la unidad eclesial. Sus
principios quedan reflejados en el hecho de que a pesar de su visión negativa
sobre el bautismo administrado por los herejes[22],
nunca pensó en romper con la Iglesia de Roma garante de la unidad eclesial. Por eso dirá san Agustín a los donatistas que
se equivocan en apelar a Cipriano para legitimar sus intereses cismáticos.
Porque Cipriano nunca promocionó la división de la Iglesia, sino al contrario,
defendió su unidad. Para él el cisma es un indicio de falta de caridad
eclesial. Al respecto pregunta el santo
de Hipona a los donatistas;
¿Qué decís ante esto, ¡oh insensatos
donatistas!, cuya vuelta a la paz y unidad de la santa Iglesia y cuya curación
tan ardientemente deseamos? Vosotros acostumbráis a objetarnos la carta de
Cipriano, la opinión de Cipriano, el concilio de Cipriano: ¿por qué os agarráis
a la autoridad de Cipriano en pro de vuestro cisma y rechazáis su ejemplo en
pro de la paz de la Iglesia? ... ¿Quién ignora que todo esto tiene lugar sin
hinchazón alguna de sacrílega soberbia, sin arrogancia de cerviz altanera, sin
emulación de lívida envidia con santa humildad con paz católica con caridad
cristiana?[23]
El hecho de que la enseñanza de san
Cipriano, fuera utilizada por los donatistas en defensa del cisma, hizo que san
Agustín emprendiera la ardua tarea de investigar cuidadosamente la doctrina de aquel
sobre la Iglesia y los sacramentos[24].
En todo ello, El santo de Hipona llega a la conclusión de que la Iglesia
católica, tanto en tiempos del bienaventurado Cipriano como en los anteriores a
él, contenía en el seno de la unidad a los rebautizados y a los que no tenían
el bautismo. La salud de ambos se conseguía mediante el mérito de la misma
unidad eclesial. De hecho, dirá san Agustín que la grandeza de Cipriano está en
la caridad que mantiene la unidad de la Iglesia[25].
De hecho san Agustín invita a los
donatistas a seguir el ejemplo de Cipriano que ante la duda optó por mantener
la unidad. Ya que se mantuvo en comunión con aquellos que eran recibidos con el
bautismo de los herejes. De ellos dice Cipriano: “No juzgamos a nadie ni lo separamos del derecho de la comunión por
tener una opinión diferente[26]”. De este ejemplo
de caridad en la verdad de Cipriano, san Agustín sentencia la incoherencia del
cisma donatista con dureza, pero siempre con amor fraterno a la vez cuando les
dice: Si os desagrada este ejemplo, ¿a dónde
vais, desgraciados, que hacéis? Huid de vosotros mismos, puesto que venís de
donde él permaneció. Y si precisamente por la abundancia de la caridad y el amor fraternal y el vínculo de la paz,
ni sus propios pecados ni los ajenos pudieron perjudicarle[27]. Finalmente, san
Agustín termina invitando a los donatistas a que abandonen su cisma y abracen
la unidad de la Iglesia Católica. Dice el Santo de Hipona al respecto: “volved aquí, donde mucho menos pueden
perjudicar a vosotros ni a nosotros los pecados inventados por vuestros correligionarios[28]”.
4. CONCLUSIÓN
Lectura
ecuménica de la afluencia cipriánica en la controversia donatista.
La influencia de san Cipriano en la controversia
donatista es evidente. Esta influencia procede del hecho de que la controversia
donatista nace en un ambiente de persecución una situación similar a la que vivió
Cipriano bajo de Decio y Valeriano en el siglo III de nuestra era. También su
influencia en la controversia está en cómo el Obispo mártir de Cartago abordó
el problema de la división interna de la Iglesia sobre la praxis sacramental.
De hecho, los donatistas lo ven desde el punto de vista separatista mientras la
Iglesia Católica lo ve desde su valentía en defender la verdad y la unidad
eclesial fundamentada en la Escritura y en la Tradición apostólica.
De todo ello es interesante observar
cómo los intereses particulares de los donatistas, alimentados por la soberbia pueden
tergiversar la sana doctrina. Es el caso de los donatistas con su cisma. Para
ello, hacían falta hombres valientes como Optato de Milevis y como Agustín de
Hipona que, con sus talentos revelaran los errores de los heréticos y cismáticos
y defendieran la unidad eclesial. De hecho pusieron todo su esfuerzo y talento
para interpretar correctamente el pensamiento del bienaventurado Cipriano,
hombre de profundo sentido eclesial, que cree y vive en la Iglesia una, santa,
católica y apostólica.
No es un secreto que la historia de la
Iglesia está sembrada de este tipo de divisiones y que algunas permanecen hasta
nuestros tiempos. Por ello el llamamiento a la unidad lanzado por el Concilio
Vaticano II y reiterado por Ut unum sint
(1995) del Papa Juan Pablo II, continuado por Benedicto XVI e intensificado aún
más por el Pontificado actual es aún una tarea pendiente y exigente. En esa
tarea y camino irreversible de restablecer la unidad de los cristianos hace
falta hoy volver nuestra mirada a los pastores celosos y fieles a la Palabra de
Cristo, que con sus voces potentes y sus escritos han trabajado en bien de la
unidad. En este contexto las figuras como Cipriano de Cartago, Optato de
Milevis, y Agustín de Hipona y sus respectivos escritos siguen siendo referencia
clave en el ejercicio del ecumenismo moderno. Eso es debido a su pasión por la
verdad en la caridad como ejes de la unidad cristiana que continúa siendo el
camino adecuado en el diálogo ecuménico de hoy, con el deseo que “todos sean uno para la credibilidad del
Evangelio” (Jn 17,21).
[1] Sobre el origen e
historia del cisma donatista, entre otros
Cf. W.H.C FREND, The donatists
Church, A movement of Protest in Roman
North Africa ( Oxford 1952)1-24 ; P. LANGA, Introducción general a la historia del donatismo (BAC 1988)5-31.
[3] Detalles sobre
Traditio Cf. N. MSEMWA, “Traditio y
la división de la Iglesia en el Norte de África: El complejo fenómeno Donatista”:
en Pasos (2015)3-8. Posteriormente
publicado en este mismo blog.
[4] Cf. FREND, The
Donatist Church, 300-314.
[5] La expresión “Extra Ecclesiam nulla salus” cabe contextualizarse bien para hacer
justicia al autor. Brevemente: El sentido de esta fórmula (Extra Ecclesiam nulla salus) se origina en la controversia bautismal del s.
III y desborda los ámbitos católicos-donatistas. La expresión es un fruto de
una actitud rigorista y de una postulado cierto. El bautismo de los herejes
invalido, porque fuera de la Iglesia no hay salvación. ¿Cómo
concebir que un bautismo sea valido fuera de la Iglesia? La afirmación procedía
del argumento que Dios ha dado la salvación al mundo en Cristo, que la prolonga
fundando la Iglesia: la unidad y la comunión de la Iglesia reunidas en torno al
obispo es la salvación, ya que la
comunidad de cristianos es precisamente el lugar donde se comunican el Padre,
el Hijo y el Espíritu. Fuera de esta unidad, constituida además por la fides integra, solo queda lugar para la
obra del Anticristo. Dirá Cipriano, es imposible tener a Dios por Padre si no se tiene a la Iglesia por Madre. No es
posible ser cristiano sin pertenecer a ella. Ella es el único camino de la
salvación. Extra Ecclesiam nula salus
( Cf. De unitate 6); O con esta otra
expresión, Salus extra Ecclesiam non est
( Epist. 73,21; 74,7). El rigorismo
de Tertuliano se apodera dá su discípulo
San Cipriano en estas y otras frases. Llevado de una metodología rígida, rectilínea,
llegará a forzar incluso los textos para que el argumento se pliegue hacia la tesis de la unidad, y procederá, como si de un
teorema se tratara, del único Dios a la única salvación en Cristo, y a la única
Iglesia, al obispo único y único baptismo. Por tanto la formula está ligada a
un esquema de inclusión o exclusión contenido en expresión como in Ecclesia, o intra (extra) Eclesiam etc. Y este esquema, a su vez,
ligado a la monolítica y rigurosa secuencia del un Dios, Una Iglesia, un
bautismo. Es decir estamos ante la teología del Si, o el no, dentro o fuera,
luz o tinieblas. El rigorismo impide cualquier término medio. La eclesiología
donatista estuvo fuertemente inspirada en esta de San Cipriano. Para más información
sobre la expresión “Extra Ecclesiam nulla
salus” Cf. Escritos antidonatistas en
Obras completas de San Agustín, BAC, Vol. 32/1, 854-856.
[6] Sobre la
biografía y la obra de Cipriano Cf. M. TILLEY, The Donatist World, 28-41.
[7] Sobre los
detalles de estas dos escuelas en la concepción de la Iglesia y los sacramentos
en el Cristianismo en el imperio Romano Cf. G. BONNER, St. Augustine of Hippo. Life and Controversies, (The Cantebury
Press, London 1986)276-311.
[8] Para Cipriano, al
igual que no hay un " fuera " de la unidad del Dios Uno y Trino, así
también no hay un " afuera" al lugar de su acción salvífica, es decir,
"fuera" de la iglesia no hay nada, salvo lo que se establece en
contra de Dios y es contraria a su voluntad. Fuera de Dios y fuera de la
iglesia sólo hay un vacío [pecado], no el perdón de pecado ni la santidad del
Espíritu Santo. Extra Ecclesiam nulla
salus; " Fuera de la Iglesia no hay salvación ", y por lo tanto,
fuera de la iglesia no hay bautismo. Cf. CYPRIAN, Epistle 74.4; 75.3; De
Unitate Ecclesiae 23.21.
[9] Ibidém
[10] Para más detalles
sobre, la fecha, estructura y contenido De Unitate Cf. M. BÉVENOT, St. Cyprian’s De Unitate in the light of the Manuscripts (Rome
1937). El capítulo 4 De Unitate ha
suscitado muchas controversias a lo largo de la historia ya que trata el tema controvertido
“Primacía de la Sede Petrino” como signo y garantía de la unidad eclesial.
[12] Aunque Cipriano
carecía de la originalidad del primer gran escritor cristiano de África, sin
embargo, tuvo una profundidad de carácter y sentido de la responsabilidad
absoluta ausente en Tertuliano, Cf. Ibídem.
[13] Cf. AUGUSTINE, “Cipriano
y la unidad de la Iglesia”: en De baptismo II, BAC XXXII/1, 448-479.
[14] Cf. CYPRIAN, Epistle
73.12: en Ante- Nicene Fathers, New York 1953
[15] Cf. C. BOYER, Sant’Agustino e i problema dell’ ecumenismo(
Roma 1965) 32-71.
[18] Cf. AGUSTINUS, Retractationum, II en Escritos antidonatista, 448.
[19] Cf. CIPRIANUS, Unite Eclesiae, 23: en J. RATZINGER, Obras completas I. Pueblo y casa de Dios en la doctrina de san Agustín
sobre la Iglesia (BAC, Madrid 2014) 110-126. En estas páginas el autor
trata ampliamente la eclesiología de san Cipriano.
[20] Cf, BONNER, St. Augustine of Hippo: Life and
Controversies, 283.
[21] Cf. AUGUSTINE, De
baptismo, V-VI: en P. SCHAFF (ed), St. Augustine: Writings against the
Manichaeans and against the donatists Vol. IV (Michigan
1974) 407ss.
[22] Cipriano con
aprobación de muchos coepíscopos suyos,
determinó en un concilio Africano que no
tenían el bautismo los herejes y cismáticos, esto es, todos los que están fuera de la comunión de
la única Iglesia; y, por esto todo el
que hubiera sido bautizado por ellos, al venir a la Iglesia deberá ser
bautizados Cf. Cipriano, Epist.
45,3ss; en Obras completas de San Agustín. Escritos Antidonatistas 32/1(BAC,
Madrid 1988), 449.
[23] Idém ,453-55.
[24] Basta ver los
estudios amplios realizados por san Agustín sobre: La autoridad de san Cipriano y la unidad de la Iglesia Católica, La carta de Cipriano a Jubayano y el
bautismo de los herejes, Cipriano y
el Concilio de Cartago (año 256) en Tratados sobre el Bautismo en siete libros
(De baptismo contra Donatistas libri VII),
CSEL 51,13-14; y en la BAC, 32/1, 405ss.
[25] Cf. AUGUSTIN, Cipriano y la unidad de la Iglesia en
Tratado sobre el Bautismo, BAC, 32/1, 469
[26] Idem, 478.
[27] Idem, 479.
[28] Ibidém.
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