23 junio 2016

La influencia de san Cipriano en la controversia donatista

Fr.  Nolasco Paskal Msemwa

Tanzania

El donatismo es el cisma que dividió a la Iglesia de África del Norte durante los siglos IV y V de nuestra era. Algunos llegan a calificarlo como “el complejo fenómeno religioso y madre de todas las divisiones[1]”. ¿Cómo surgió la controversia donatista?
El donatismo nace de un hecho estrictamente sacramental y, de una fuente eclesiológica: La ordenación episcopal juzgada válida por los sectores eclesiásticos moderados de África, e inválida por los círculos radicales de Numidia. Los desacuerdos entre estos dos sectores eclesiásticos (Cecilianos y Mayorinos) causaron la división de dos comunidades eclesiales africanas en el 311[2]. Conflicto que se entronca directamente con el caso Traditio[3], ocurrido durante la persecución de Diocleciano en los comienzos del siglo IV de nuestra era. Desde entonces los cristianos de África del Norte se encontraron divididos en dos grupos (donatistas y cecilianos) que mantuvieron una relación de constante rivalidad social, política y religiosa hasta la desaparición del cristianismo en el África del Norte por la invasión árabe en el siglo VII[4].
Ahora bien, tanto la Iglesia donatista como la católica, tenían a san Cipriano como referente principal de la doctrina eclesial y sacramental. Es decir, Los donatistas secundaban su cisma apelando a Cipriano, de igual manera que los católicos tenían al obispo de Cartago como figura clave y referente en la lucha contra el cisma y en la defensa de la unidad eclesial. Surge la pregunta: ¿Cómo es que dos comunidades eclesiales rivales y de posturas diferentes en material doctrinal tangan a Cipriano como fuente principal para justificar sus argumentos claves de su teología? ¿Acaso, tenía san Cipriano dos visiones diferentes de la teología cristiana que dan cabida tanto a los argumentos donatistas como a los católicos?
El presente artículo pretende indicar la influencia de san Cipriano en la controversia donatista. Comienza con la presentación breve de su biografía y la línea maestra de su teología. Luego, contempla cómo su pensamiento teológico- sacramental mal interpretada y concebida influyó a la eclesiología donatista. Finalmente, hace una lectura ecuménica de la Iglesia Católica desde la figura y obra de del mismo Cipriano. De ahí, concluye sacando a la luz lo que la Iglesia hoy puede aprender de su obra sobre todo de su pasión por la unidad (unitate ecclesiae) desde su frase célebre: Extra Ecclesiam nulla salus[5].

1.  San Cipriano: Su vida y misión
Tascio Cecilio Cipriano[6] fue oriundo de Cartago y vivió entre los años 200-258, una generación después de la muerte de Tertuliano que influyó la teología Africana. Su educación y viaje a la fe fueron similares a los de su predecesor. Cipriano fue el obispo enérgico de Cartago (248 a 258). Durante su episcopado vivió dos periodos de persecución. La primera bajo el emperador Decio (250-251) y la segunda bajo el emperador Valeriano (256-258). En todo el tiempo como Primado de Cartago, Cipriano puso como prioridad a la unidad de la Iglesia, que estaba amenazada por causa de las persecuciones.
Durante la persecución de Decio muchos cristianos en Cartago habían apostatado. El problema que surge de este momento es cómo reconciliar y readmitir en la Iglesia a quienes la habían abandonado por temor. Ante los apóstatas surgieron dos posturas diferentes y casi incompatibles. Por un lado, había un grupo de cristianos rigoristas que mantenían que los laps nunca podrían, en esta vida, ser readmitidos a la comunión eclesial. Solo quedaría para ellos hacer penitencia durante el resto de sus días con la esperanza de que, al final, Dios les concediera el perdón por su apostasía. Por otro lado, había cristianos “permisivos” que creían que los apóstatas podrían ser readmitidos a la comunión eclesial[7].
Por su parte, Cipriano no admitió ninguna de estas dos posturas. En cambio, tomó una posición media entre los presbíteros cartagineses influenciados por los confesores y los novacianos intransigentes. El obispo de Cartago consideraba la apostasía como uno de los pecados más graves y que requería de la penitencia y el rebautismo antes de la consiguiente readmisión en la Iglesia. De hecho, negó la validez del bautismo de los novacianos, porque habían sido excomulgados[8].
Esta postura chocaba con la que mantenía Esteban de Roma, en la que el bautismo realizado por herejes era válido si se administraba en nombre de Cristo o de la Santísima Trinidad. Esta era la visión de una importante parte de la Iglesia occidental[9]. Cipriano, por otra parte, siguiendo la tradición africana creía que fuera de la Iglesia no podía haber verdadero bautismo, considerando a los realizados por herejes como inválidos y nulos, y, por tanto, necesario rebautizar a aquellos que se unían a la Iglesia nuevamente.
En toda esa turbulencia teológica dentro de la comunidad cristiana tras las persecuciones imperiales, Cipriano se enfrentó a la tarea de dar sentido teológico y práctico a la divergencia existente en la readmisión a la plena comunión de los laps. Entre otros escritos suyos, Tarcio Ceciliano elaboró su teología de la unidad eclesial bajo la figura del obispo en su obra maestra titulada De unitate ecclesiae[10]. Esta obra se convertirá más tarde, en una referencia constante de los donatistas y los católicos en la controversia donatista, también en tiempos de la Reforma Protestante en Occidente en siglo XVI.
Por su personalidad, obra y sobre todo por la lucha por la unidad eclesial, Cipriano ha merecido honor y veneración como el gran héroe de Cartago. Su reputación se extendió más allá de las comarcas de la iglesia africana[11]. De hecho, el Profesor Bonner insiste en que la influencia de San Cipriano en la controversia donatista hay que hallarla no tanto en sus escritos, sino mucho más en su personalidad y en las circunstancias de su vida y muerte como mártir[12].
Ahora bien, en la controversia donatista la figura de San Cipriano es ambivalente. Ambas partes lo reclamaban como padre e inspirador. Ambos apelaron a su vida y escritos para confirmar su propia doctrina. Es decir, tanto donatistas como católicos encontraron en la vida y obra del mártir cartaginense unos argumentos teológicos para defender su postura eclesiológica. Veamos a continuación la presencia de Cipriano en la comunidad donatista.

2.  Cipriano en el Donatismo: ¿Arma del Cisma?
Los problemas teológicos de la controversia donatista pueden agruparse en tres categorías: En primer lugar, la cuestión de la naturaleza de la Iglesia; En segundo lugar, el problema sobre la validez y eficacia de los sacramentos en relación con el estado de santidad del ministro que los administra, y, por último, la problemática Iglesia-Estado en relación con el empleo de la coerción del estado sobre cismáticos y herejes.
La relación de los donatistas con la enseñanza de San Cipriano está estrechamente vinculada en los dos primeros. En cuanto a la tercera, por razones obvias, tiene poco que decir. Antes de abordar los temas doctrinales, cabe insistir en que los donatistas consideraban a san Cipriano como su patrón y portaestandarte. Pero se equivocaban, como dirá san Agustín más tarde[13].
La doctrina cipriánica sobre la eclesiología a la que nos hemos referido anteriormente, se encuentra bien delineada en sus tratados sobre la unidad de la Iglesia Católica escrito en el año 251. La circunstancia que llevó a su composición anticipa, de manera notable, las bases que dieron lugar al donatismo. Es decir, cómo tratar con los cristianos que habían apostatado la fe durante la persecución, los laps en tiempo de Cipriano y los traditores y su pecado de traditio en la controversia donatista.
Otra influencia decisiva de Cipriano sobre los donatistas la encontramos en la compresión de la Iglesia santa y la figura del obispo y su misión. Cipriano mantenía que la Iglesia es del Espíritu y el obispo está para transmitir el Espíritu en el Iglesia. Pero uno que ha cometido pecado grave [cisma o herejía] queda fuera de la Iglesia, por tanto, no puede ser el instrumento de la Iglesia porque carece del Espíritu. No puede, por tanto, transmitir el Espíritu en la ordenación de un nuevo obispo. La ordenación realizada por un obispo hereje es inválida y nula[14]. Sencillamente porque uno no puede dar lo que no tiene.
Cipriano mantenía que la Iglesia es estrictamente la comunión de los santos y no puede contener y tolerar un pecador dentro de ella. Un obispo culpable de pecado de apostasía, quedaba fuera de la Iglesia y no podía conceder el Espíritu Santo sobre otra persona. Los donatistas aplicarán esta teoría cipriánica a su radicalidad sobre el problema de Traditio. Para los Donatistas, Ceciliano fue ordenado por un obispo traditor, por lo que, su ordenación fue inválida y son nulos los actos eclesiales que realizara, ya que no había recibido el Espíritu Santo.
Al igual que en Cipriano, la cuestión no radica tanto en la relación con la santidad ética personal de un obispo, como en la relación con la situación legal del obispo dentro de la Iglesia, como el templo del Espíritu Santo (Cf. 1 Jn 2: 18-20). Los obispos apóstatas, que por su pecado habían salido de la Iglesia no estaban legalmente capacitados para llevar a cabo los actos eclesiales. Sin embargo, los donatistas fueron más allá e insistieron en que cualquier persona que permaneciera en comunión con un obispo traditor participaba en su pecado, con lo que se excluía de la Iglesia. La consecuencia práctica de esta posición fue que los donatistas afirmaran que la verdadera Iglesia Santa existía solo en África y era la suya; las demás iglesias, incluida la Católica eran falsas, hijas de Judas Iscariote, carentes del Espíritu Santo y, por tanto, incapacitadas para administrar válidamente los sacramentos[15].
Otra doctrina teológica de Cipriano relacionada con lo anteriormente mencionado y con la que el donatismo se identificaba fue la invalidez del sacramento del bautismo realizado fuera de la Iglesia. Cipriano había afirmado que el bautismo administrado fuera la Iglesia es una corrupción que engendra, no hijos para Dios, sino hijos para el diablo. Esta aseveración particular se deriva directamente de la concepción cipriánica de la Iglesia. Estrictamente hablando, su doctrina no reconoce ninguna posibilidad de cisma, ya que el cismático, por su propia acción, está fuera de la Iglesia, única que puede administrar un sacramento válido[16].
Para Cipriano, al igual que no hay un "fuera " de la unidad del Dios Uno y Trino, así tampoco hay un "fuera" del lugar de su acción salvífica, es decir, "fuera" de la Iglesia no hay nada, salvo lo que se establece en contra de Dios y es contrario a su voluntad. Fuera de Dios y fuera de la Iglesia solo hay un vacío [pecado], en que no puede darse el perdón, ya que está privado de la santidad del Espíritu Santo. Extra Ecclesiam non est salus y, por lo tanto, fuera de la iglesia no hay bautismo[17]. Esta es la base de la opinión cipriánica sobre la nulidad de los sacramentos administrados por herejes, ya que por el hecho de estar fuera de la Iglesia han muerto espiritualmente.
Los donatistas aplicaron radicalmente a los católicos la teoría cipriánica de los sacramentos. Según los donatistas, los obispos católicos aceptaron la ordenación por traditores. Como estos, por su traditio habían quedado fuera de la Iglesia, no podían administrar sacramentos válidos. En consecuencia, era necesario rebautizar a cualquier católico que quisiera volver a la unidad de la Iglesia verdadera, es decir la iglesia donatista. Por eso la práctica de rebautizar y reordenar diáconos, sacerdotes y obispos era recurrente en sus comunidades, que será denunciada críticamente por san Agustín. 
Naturalmente, el que los donatistas utilizaron las ideas de Cipriano para justificar su cisma, no implica que el mártir cartaginés compartiera su posición. Está claro que la secta donatista malinterpretó a san Cipriano refugiándose en su doctrina para su interés cismático. Sus contradicciones quedarán en evidencia cuando san Agustín presente críticamente la obra de san Cipriano desmantelando así, las bases del cisma donatista[18].


3.  Cipriano y la Teología Católica: En defensa de la unidad eclesial

Los católicos, no menos que los donatistas, reclamaban a san Cipriano como su maestro. Pero estos a diferencia de aquellos, tomaron como punto de partida la caridad y la lucha contra el cisma que él mantenía. En su obra Sobre la unidad de la Iglesia, citada anteriormente, Cipriano expresa claramente su firmeza en defensa de la Iglesia unida. Así dice: “Dios es uno y Cristo es uno y una es la Iglesia y la fe es una y uno es el pueblo reunido en la compacta unidad de un cuerpo por el vínculo de la concordia”[19]. La eclesiología de Cipriano, que es jerárquica y sacramental, es la que garantiza la fratenitas christianorum. En ningún momento Cipriano defendió un cisma.
Cipriano, como hemos indicado anteriormente, tuvo que combatir la falsa praxis de la iglesia segregada. Frente a ella se convertirá en defensor de la unidad visible de la Iglesia. Para él esta unidad se escenifica concretamente en el obispo. Según Cipriano el episcopus es la realidad concreta de unitas. Por tanto, donde está el obispo jurídicamente legitimado ahí está la Iglesia. Desde este trasfondo los cecilianistas se acercarán a Cipriano como garante y referente de la unidad eclesial.
De hecho, Optato de Milevis, apologista católico anterior a Agustín, critica a los donatistas que se identifican como seguidores de Cipriano. Según Optato no lo son, pues no respetan la tradición eclesial. Son como las ramas rotas del árbol, separadas de su fuente de agua viva, que es la Iglesia[20]. Algo que Cipriano defendía a toda costa: permanecer unidos a la fuente de vida.
San Agustín también apelaba a la autoridad de san Cipriano, por quien sentía el amor y la veneración más profunda. Lo llama “el bienaventurado Cipriano cuya autoridad no le espanta porque le anima su humildad”[21]. De hecho, el obispo de Hipona no deja de refutar y corregir la doctrina eclesial de Cipriano, sobre todo en lo referente a la validez de los sacramentos administrados por los herejes.
Sobre Cipriano, Agustín de Hipona aprecia su valor al defender la verdad y mantener la unidad eclesial. Sus principios quedan reflejados en el hecho de que a pesar de su visión negativa sobre el bautismo administrado por los herejes[22], nunca pensó en romper con la Iglesia de Roma garante de la unidad eclesial.  Por eso dirá san Agustín a los donatistas que se equivocan en apelar a Cipriano para legitimar sus intereses cismáticos. Porque Cipriano nunca promocionó la división de la Iglesia, sino al contrario, defendió su unidad. Para él el cisma es un indicio de falta de caridad eclesial.  Al respecto pregunta el santo de Hipona a los donatistas;
¿Qué decís ante esto, ¡oh insensatos donatistas!, cuya vuelta a la paz y unidad de la santa Iglesia y cuya curación tan ardientemente deseamos? Vosotros acostumbráis a objetarnos la carta de Cipriano, la opinión de Cipriano, el concilio de Cipriano: ¿por qué os agarráis a la autoridad de Cipriano en pro de vuestro cisma y rechazáis su ejemplo en pro de la paz de la Iglesia? ... ¿Quién ignora que todo esto tiene lugar sin hinchazón alguna de sacrílega soberbia, sin arrogancia de cerviz altanera, sin emulación de lívida envidia con santa humildad con paz católica con caridad cristiana?[23]
El hecho de que la enseñanza de san Cipriano, fuera utilizada por los donatistas en defensa del cisma, hizo que san Agustín emprendiera la ardua tarea de investigar cuidadosamente la doctrina de aquel sobre la Iglesia y los sacramentos[24]. En todo ello, El santo de Hipona llega a la conclusión de que la Iglesia católica, tanto en tiempos del bienaventurado Cipriano como en los anteriores a él, contenía en el seno de la unidad a los rebautizados y a los que no tenían el bautismo. La salud de ambos se conseguía mediante el mérito de la misma unidad eclesial. De hecho, dirá san Agustín que la grandeza de Cipriano está en la caridad que mantiene la unidad de la Iglesia[25].
De hecho san Agustín invita a los donatistas a seguir el ejemplo de Cipriano que ante la duda optó por mantener la unidad. Ya que se mantuvo en comunión con aquellos que eran recibidos con el bautismo de los herejes. De ellos dice Cipriano: “No juzgamos a nadie ni lo separamos del derecho de la comunión por tener una opinión diferente[26]. De este ejemplo de caridad en la verdad de Cipriano, san Agustín sentencia la incoherencia del cisma donatista con dureza, pero siempre con amor fraterno a la vez cuando les dice: Si os desagrada este ejemplo, ¿a dónde vais, desgraciados, que hacéis? Huid de vosotros mismos, puesto que venís de donde él permaneció. Y si precisamente por la abundancia de la caridad  y el amor fraternal y el vínculo de la paz, ni sus propios pecados ni los ajenos pudieron perjudicarle[27]. Finalmente, san Agustín termina invitando a los donatistas a que abandonen su cisma y abracen la unidad de la Iglesia Católica. Dice el Santo de Hipona al respecto: “volved aquí, donde mucho menos pueden perjudicar a vosotros ni a nosotros los pecados inventados por vuestros correligionarios[28].


4.  CONCLUSIÓN
Lectura ecuménica de la afluencia cipriánica en la controversia donatista.
La influencia de san Cipriano en la controversia donatista es evidente. Esta influencia procede del hecho de que la controversia donatista nace en un ambiente de persecución una situación similar a la que vivió Cipriano bajo de Decio y Valeriano en el siglo III de nuestra era. También su influencia en la controversia está en cómo el Obispo mártir de Cartago abordó el problema de la división interna de la Iglesia sobre la praxis sacramental. De hecho, los donatistas lo ven desde el punto de vista separatista mientras la Iglesia Católica lo ve desde su valentía en defender la verdad y la unidad eclesial fundamentada en la Escritura y en la Tradición apostólica.
De todo ello es interesante observar cómo los intereses particulares de los donatistas, alimentados por la soberbia pueden tergiversar la sana doctrina. Es el caso de los donatistas con su cisma. Para ello, hacían falta hombres valientes como Optato de Milevis y como Agustín de Hipona que, con sus talentos revelaran los errores de los heréticos y cismáticos y defendieran la unidad eclesial. De hecho pusieron todo su esfuerzo y talento para interpretar correctamente el pensamiento del bienaventurado Cipriano, hombre de profundo sentido eclesial, que cree y vive en la Iglesia una, santa, católica y apostólica.
No es un secreto que la historia de la Iglesia está sembrada de este tipo de divisiones y que algunas permanecen hasta nuestros tiempos. Por ello el llamamiento a la unidad lanzado por el Concilio Vaticano II y reiterado por Ut unum sint (1995) del Papa Juan Pablo II, continuado por Benedicto XVI e intensificado aún más por el Pontificado actual es aún una tarea pendiente y exigente. En esa tarea y camino irreversible de restablecer la unidad de los cristianos hace falta hoy volver nuestra mirada a los pastores celosos y fieles a la Palabra de Cristo, que con sus voces potentes y sus escritos han trabajado en bien de la unidad. En este contexto las figuras como Cipriano de Cartago, Optato de Milevis, y Agustín de Hipona y sus respectivos escritos siguen siendo referencia clave en el ejercicio del ecumenismo moderno. Eso es debido a su pasión por la verdad en la caridad como ejes de la unidad cristiana que continúa siendo el camino adecuado en el diálogo ecuménico de hoy, con el deseo que “todos sean uno para la credibilidad del Evangelio” (Jn 17,21).  


[1] Sobre el origen e historia del cisma donatista, entre otros  Cf. W.H.C FREND, The donatists Church, A movement of Protest  in Roman North Africa ( Oxford 1952)1-24 ; P. LANGA, Introducción general a la historia del donatismo (BAC 1988)5-31.
[2] Cf. M. TILLEY, The Bible in Christian North Africa. The Donatist world (Minneapolis 1997), 10.
[3] Detalles sobre Traditio Cf. N. MSEMWA, “Traditio y la división de la Iglesia en el Norte de África: El complejo fenómeno Donatista”: en Pasos (2015)3-8. Posteriormente publicado en este mismo blog.
[4] Cf. FREND, The Donatist Church, 300-314.
[5]  La expresión “Extra Ecclesiam nulla salus” cabe contextualizarse bien para hacer justicia al autor. Brevemente: El sentido de esta fórmula (Extra Ecclesiam nulla salus)  se origina en la controversia bautismal del s. III y desborda los ámbitos católicos-donatistas. La expresión es un fruto de una actitud rigorista y de una postulado cierto. El bautismo de los herejes invalido, porque  fuera de la Iglesia no hay salvación. ¿Cómo concebir que un bautismo sea valido fuera de la Iglesia? La afirmación procedía del argumento que Dios ha dado la salvación al mundo en Cristo, que la prolonga fundando la Iglesia: la unidad y la comunión de la Iglesia reunidas en torno al obispo es la salvación, ya que la comunidad de cristianos es precisamente el lugar donde se comunican el Padre, el Hijo y el Espíritu. Fuera de esta unidad, constituida además por la fides integra, solo queda lugar para la obra del Anticristo. Dirá Cipriano, es imposible tener a Dios por Padre  si no se tiene a la Iglesia por Madre. No es posible ser cristiano sin pertenecer a ella. Ella es el único camino de la salvación. Extra Ecclesiam nula salus ( Cf. De unitate 6); O con esta otra expresión, Salus extra Ecclesiam non est ( Epist. 73,21; 74,7). El rigorismo de Tertuliano  se apodera dá su discípulo San Cipriano en estas y otras frases. Llevado de una metodología rígida, rectilínea, llegará a forzar incluso los textos para que el argumento se pliegue hacia la tesis  de la unidad, y procederá, como si de un teorema se tratara, del único Dios a la única salvación en Cristo, y a la única Iglesia, al obispo único y único baptismo. Por tanto la formula está ligada a un esquema de inclusión o exclusión contenido en expresión como in Ecclesia, o intra (extra) Eclesiam etc. Y este esquema, a su vez, ligado a la monolítica y rigurosa secuencia del un Dios, Una Iglesia, un bautismo. Es decir estamos ante la teología del Si, o el no, dentro o fuera, luz o tinieblas. El rigorismo impide cualquier término medio. La eclesiología donatista estuvo fuertemente inspirada en esta de San Cipriano. Para más información sobre la expresión “Extra Ecclesiam nulla salus” Cf. Escritos antidonatistas en Obras completas de San Agustín, BAC, Vol. 32/1, 854-856.
[6] Sobre la biografía y la obra de Cipriano Cf. M. TILLEY, The Donatist World, 28-41.
[7] Sobre los detalles de estas dos escuelas en la concepción de la Iglesia y los sacramentos en el Cristianismo en el imperio Romano Cf. G. BONNER, St. Augustine of Hippo. Life and Controversies, (The Cantebury Press, London 1986)276-311.
[8] Para Cipriano, al igual que no hay un " fuera " de la unidad del Dios Uno y Trino, así también no hay un " afuera" al lugar de su acción salvífica, es decir, "fuera" de la iglesia no hay nada, salvo lo que se establece en contra de Dios y es contraria a su voluntad. Fuera de Dios y fuera de la iglesia sólo hay un vacío [pecado], no el perdón de pecado ni la santidad del Espíritu Santo. Extra Ecclesiam nulla salus; " Fuera de la Iglesia no hay salvación ", y por lo tanto, fuera de la iglesia no hay bautismo. Cf. CYPRIAN, Epistle 74.4; 75.3; De Unitate Ecclesiae 23.21.
[9] Ibidém
[10] Para más detalles sobre, la fecha, estructura y contenido  De Unitate  Cf. M. BÉVENOT, St. Cyprian’s De Unitate in the light of the Manuscripts (Rome 1937). El capítulo 4 De Unitate ha suscitado muchas controversias a lo largo de la historia ya que trata el tema controvertido “Primacía de la Sede Petrino” como signo y garantía de la unidad eclesial.
[11] Cf. G. BONNER, St. Augustine of Hippo. Life and Controversies, 271-277
[12] Aunque Cipriano carecía de la originalidad del primer gran escritor cristiano de África, sin embargo, tuvo una profundidad de carácter y sentido de la responsabilidad absoluta ausente  en Tertuliano, Cf. Ibídem.
[13] Cf. AUGUSTINE, “Cipriano y la unidad de la Iglesia”: en  De baptismo II,  BAC XXXII/1, 448-479.
[14] Cf. CYPRIAN, Epistle 73.12: en  Ante- Nicene Fathers, New York 1953
[15] Cf. C. BOYER, Sant’Agustino e i problema dell’ ecumenismo( Roma 1965) 32-71.
[16] Cf. R. EVANS, One and Holy: The Church in Latin Patristic Thought (London: SPCK, 1972), 36-64
[17] Cf. CIPRIANO, Epistle 74.4; 75.3; De Unitate Ecclesiae 23.21.
[18]  Cf. AGUSTINUS, Retractationum, II en Escritos antidonatista, 448.
[19]  Cf. CIPRIANUS, Unite Eclesiae, 23: en J. RATZINGER, Obras completas I. Pueblo y casa de Dios en la doctrina de san Agustín sobre la Iglesia (BAC, Madrid 2014) 110-126. En estas páginas el autor trata ampliamente la eclesiología de san Cipriano.
[20] Cf, BONNER, St. Augustine of Hippo: Life and Controversies, 283.
[21] Cf. AUGUSTINE, De baptismo, V-VI: en P. SCHAFF (ed), St. Augustine: Writings against the Manichaeans and against the donatists Vol. IV (Michigan 1974) 407ss.
[22] Cipriano con aprobación de muchos  coepíscopos suyos, determinó  en un concilio Africano que no tenían el bautismo los herejes y cismáticos, esto es,  todos los que están fuera de la comunión de la única  Iglesia; y, por esto todo el que hubiera sido bautizado por ellos, al venir a la Iglesia deberá ser bautizados Cf. Cipriano, Epist. 45,3ss; en  Obras completas de San Agustín. Escritos Antidonatistas 32/1(BAC, Madrid 1988), 449.
[23] Idém ,453-55.
[24] Basta ver los estudios amplios realizados por san Agustín sobre: La autoridad de san Cipriano y la unidad de la Iglesia Católica, La carta de Cipriano a Jubayano y el bautismo de los herejes, Cipriano y el Concilio de Cartago (año 256) en Tratados sobre el Bautismo en siete libros (De baptismo contra  Donatistas libri VII), CSEL 51,13-14; y  en la BAC, 32/1, 405ss.
[25] Cf. AUGUSTIN, Cipriano y la unidad de la Iglesia en Tratado sobre el Bautismo, BAC, 32/1, 469
[26] Idem, 478.  
[27] Idem, 479.
[28] Ibidém.

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