Francisco Javier
Bernad Morales
El pasado 13 de junio, los colaboradores habituales de la
parroquia realizamos la excursión de fin de curso, junto al padre José María.
Nos dirigimos, difícilmente en este año del centenario de su nacimiento
hubiéramos pensado elegir otro lugar, a Ávila, la ciudad en que Santa Teresa
vino al mundo y vivió durante largos años, y aquella en que realizó su primera
fundación. El viaje, huelga decirlo, fue alegre y placentero, como corresponde
a hermanos en la fe, que comparten un mismo objetivo, pero también resultó
profundamente instructivo, ya que nos permitió seguir las huellas de la santa y
aproximarnos a su vida y su obra.
En primer lugar, visitamos el convento de la Encarnación, donde
profesó el 3 de noviembre de 1534, cuando contaba diecinueve años de edad.
Allí, paulatinamente y durante largo tiempo, maduraron sus ideas de reforma, en
medio de grandes padecimientos, ya que, por un lado, su salud era delicada y,
por otro, sus radicales exhortaciones a la austeridad no agradaban a gran parte
de sus compañeras.
De allí, nos dirigimos al convento de San José, popularmente
conocido como Las Madres. Este, el primero que fundó gracias a una bula de Pío
IV, abrió sus puertas en 1562, bajo una regla extremadamente rigurosa. En él se
conservan diversas reliquias, así como cuadros e imágenes de gran calidad. La
iglesia actual, cuya fachada, diseñada por Francisco de Mora, sirvió de modelo
a muchas otras, entre ellas, la del madrileño monasterio de la Encarnación, construida
por el carmelita Fray Alberto de la Madre de Dios, no es la primitiva, sino que
fue edificada a principios del siglo XVII, tiempo después de la muerte de Santa
Teresa.
Tras una agradable y abundante comida, nos encaminamos al
convento de Santa Teresa, La Santa, edificado sobre su casa natal, de la cual
se conserva la estancia en la que se supone hubo de nacer, y el huerto en el
que de niña jugaba a construir ermitas y soñaba junto a su hermano Rodrigo con
marchar a tierra de infieles.
Visitamos luego la residencia Santa Teresa Jornet de las
Hermanitas de los Ancianos Desamparados, donde el padre José María nos había
advertido que encontraríamos una sorpresa que no podíamos imaginar. Así fue, la hermana Carmen, tras su trabajo
atendiendo la cocina, hurtando tiempo al descanso, ha construido una gran
cantidad de maquetas, que se exponen en dos ambientes. En uno, la vida de Santa
Teresa en Ávila y, en el otro, la infancia de Jesús. Es realmente una obra
magnífica que maravilla tanto por la perfección y extremo detalle y número de
construcciones y figuras, como por la maestría y complejidad con que unas y
otras se disponen para configurar distintos espacios narrativos.
Como despedida, ya al abandonar Ávila, una parada en los
Cuatro Postes, el lugar donde un familiar encontró a Teresa y a Rodrigo cuando,
aún niños, escaparon de la casa paterna y marcharon en busca de infieles a los
que evangelizar. Allí pudimos rememorar esta travesura infantil, en tanto
contemplábamos una de las más hermosas vistas de la ciudad.
Durante el regreso, no dejé de pensar en las dificultades
que hubo de vencer la santa a lo largo de su vida: enfermedades, incomprensión,
recelos y hostilidad. Mujer, de origen converso, mística y reformadora
religiosa, tenía todas las bazas para que la Inquisición la vigilara estrechamente.
En un tiempo en que el teólogo Melchor Cano llegó a abogar porque se prohibiera
a las mujeres la lectura de la Sagrada Escritura[1],
la obra de Santa Teresa es un prodigio de energía, determinación y fe.
[1] CANO,
Melchor, Censura del catecismo de
Bartolomé Carranza, citado por Otger Steggink, en el prólogo a Santa
Teresa, Libro de la vida, Madrid,
Castalia, 1986, p. 23.
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