22 diciembre 2012

La infancia de Jesús según Ratzinger-Benedicto XVI

Rafael Aguirre

Ha sido superficial y sensacionalista la información sobre la aparición del libro de Ratzinger-Benedicto XVI (R-B) La infancia de Jesús, al destacar “que niega la presencia del buey y la mula en el portal de Belén”. En el libro se dice simplemente que “en el evangelio no se habla en este caso de los animales”, lo cual es obvio para cualquiera que haya leído los textos. (En todo caso tendría que ser un asno, no una mula, porque los híbridos de toda clase están prohibidos en las normas de pureza del Levítico). R-B no se preocupa para nada de la verosimilitud de esta tradición y se limita a explicar su origen y sentido. Al escribir este pequeño libro sobre la infancia de Jesús, después de dos volúmenes más amplios sobre su vida y pasión, R-B ha seguido el proceso de los evangelistas. En efecto, el evangelio más antiguo, el de Marcos, no dice nada sobre la infancia. Años más tarde, Mateo y Lucas, que intentaban completar y mejorar la obra de Marcos, añadieron cada uno por su cuenta y con desconocimiento recíproco, un par de capítulos sobre los orígenes de Jesús. Y es que una buena biografía –tal como se entendía en aquel tiempo- tenía que comenzar presentado los ancestros del personaje, sus títulos de honor, las maravillas y dificultades que acompañaron su nacimiento. Para realizar esta tarea los evangelistas apena contaban con datos y recurren a tópicos bien conocidos en la literatura del tiempo, pero lo notable es que los apliquen no a un rey o a un filósofo insigne, sino a un pobre judío fracasado y crucificado.

Como digo las diferencias entre los relatos de la infancia de Mateo y Lucas son muy notables. Coinciden en que sus padres eran José y María, en que su madre concibió virginalmente, en que vivió en Nazaret y nació en Belén, aunque cada evangelista explica este dato de forma diversa. Dice Lucas que José y María tienen que trasladarse desde Nazaret, donde residen, a Belén de donde procede la familia del varón, para empadronarse con motivo de un censo. En cambio, en la versión mateana la familia vive en Belén y allí nace Jesús; acaban recalando en Nazaret tras regresar de Egipto, donde habían huido por la persecución de Herodes. Según el texto griego de Lucas, Jesús y María recurren al albergue común para forasteros de Belén; en el piso superior se acostaban hacinadas las personas, mientras que abajo, en torno al patio, se dejaban las cabalgaduras. Lo que da a entender el texto es que en esta parte inferior, con más intimidad, da a luz María y, por eso, coloca al niño en un pesebre. Como tantas otras cosas, la cueva de Belén es cosa de la religiosidad popular posterior. Sigamos con las diferencias: Lucas no conoce ni la matanza de niños ordenada por Herodes, ni la huída a Egipto; en Mateo quienes adoran al niño son unos magos de oriente guiados por una estrella, mientras en Lucas son unos pastores que reciben un anuncio angélico. Todo esto plantea una serie de problemas críticos.

El libro de R-B es una reflexión teológica y espiritual sobre algunos textos de estos capítulos iniciales Es una obra más breve y de más fácil lectura que los volúmenes precedentes. El libro rezuma experiencia espiritual y una gran familiaridad con la Biblia, que se manifiesta en que explica el sentido de los textos relacionándolos con otros, lo que en teoría lingüística se llama “intertextualidad”. Es un trabajo con una notable carga de subjetividad, porque como R-B ya nos decía en su primer libro expone “su búsqueda personal del rostro del Señor”. No es una lectura ingenua, conoce los problemas, pero no los estudia críticamente, aunque sí se decanta cuando del valor histórico se trata. Benedicto XVI ha aprovechado todos los foros para defender una fe razonable y una razón abierta a la trascendencia. Esta preocupación le lleva a radicar la fe en la historia. En el presente libro R-B se inclina, contra la mayoría de los estudiosos actuales católicos incluidos, por considerar históricos el nacimiento en Belén, la adoración de los magos, la matanza de los niños. Acepta, incluso, la interpretación concordista que ve en la estrella de los magos la confluencia de Saturno y Júpiter, que tuvo lugar el año del nacimiento de Jesús. Los evangelios tienen una voluntad de evocación histórica que la investigación actual reconoce, pero estos capítulos primeros plantean un problema especial: son las tradiciones más tardías, presentan divergencias insuperables, y su género literario consiste en la reelaboración de textos del Antiguo Testamento y tradiciones judías para reinterpretar lo que la fe descubre en Jesús y en el paradójico decurso de su vida. No se puede emitir un juicio sobre la historicidad de estos capítulos sin tener en cuenta estos factores, como hace R-B. Más aún, creo que la defensa de su historicidad va en detrimento de su sentido teológico. Se trata, por supuesto, de cuestiones abiertas y R-B da su opinión, pero reconoce que “cada uno es libre de contradecirle”. El libro, escrito con elegancia y sencillez, puede edificar la fe de los creyentes, pero no resulta apropiado para hacer relevante el evangelio en un público culto y de no estricta vinculación eclesial.

Una observación final. Se hacen en el libro observaciones oportunas para contextualizar el nacimiento de Jesús, pero no se sacan todas las consecuencias. Así se cita la inscripción de Priene del año 9 a.C., en la que se llama a Augusto “salvador” y “evangelio” al anuncio de su nacimiento. Todo indica que los evangelios tienen una intención polémica: el verdadero salvador es Jesús y no el emperador romano. Como el anuncio angélico de la paz conlleva también una carga crítica con la “pax romana”, realizada desde el punto de vista de los “pastores” -campesinos de los pueblos sometidos- que sufrían sus costes. Los tres volúmenes de R-B tienen muchos méritos, pero les falta sensibilidad a los aspectos sociales de la vida y del mensaje de Jesús.

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