31 enero 2012

Cristo, El Mganga por excelencia. Hacia la comprensión de la Cristología africana

Nolasco Msemwa

Una vez Jesús hizo esta pregunta a sus discípulos; ¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos le dijeron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; que uno de los profetas (Mc 8,27-28; cf Mt 16,13-14; Lc 9,18-19).
Esta pregunta que hizo Jesús a sus discípulos hace tiempo ya ha estado, está y sin duda continuará estando vigente. Y la respuesta a la pregunta por los propios discípulos no fue unánime. Tampoco a la lo largo de la historia se ha conseguido obtener una respuesta homogénea acerca de su figura. Cada época, desde su contexto y cultura ha aportado su específica comprensión e interpretación de la figura de Cristo. La respuesta en el ámbito Judío ha sido y es distinta de la dada desde la cultura helenística; una sociedad feudal no ha tenido la misma visión de una sociedad democrática. Igualmente, en un ambiente mítico Jesús no es comprendido de la misma manera que en una sociedad técnica y secularizada. Dígase lo mismo en la cultura semita, asiática o en las en las culturas africanas. Todas estas variaciones acerca de Jesús el Cristo,  reflejan la inagotable riqueza que se encierra en esta misma realidad tan antigua y tan nueva como admirablemente manifiesta el santo Obispo de Hipona. 
Desde este trasfondo, el artículo pretende presentar un tema cristológico, abordándolo desde un contexto y una cultura concreta: la Cristología africana. Se trata, pues, de una aportación contextual de respuesta a la misma pregunta de Jesús. Esta respuesta es la que brota desde la experiencia de fe tanto personal como comunitaria vivida en el contexto africano. De modo parecido a los que en tiempo de Jesús lo comprendieron de diferente manera como nos atestiguan los apóstoles, los africanos desde su contexto cultural atribuyen a Jesús unos títulos Cristológicos como Maestro de la iniciación, Proto-Antepasado, Cristo como Médico-Sanador (libertador). Quiero centrarme en este último título de Cristo como Médico-Sanador.
Antes de nada hay que tomar en cuenta que a partir de los años 50 África ha experimentado un gran desarrollo y sistematización de la teología.  Han emergido diferentes ramas de la teología africana: Teología de la inculturación y Teología de la liberación son las dos  tendencias más notables y palpables. Mientras aquella se ocupa de la exploración teológica de las culturas indígenas africanas como intento de integrar la herencia religiosa precolonial con la fe cristiana a fin de asegurar la integridad de la identidad cristiana africana y su autonomía, la Teología de la liberación tiene como intención de integrar el problema de la liberación en el trasfondo de la cultura africana. Es decir la liberación no se limita a lo socio-económico o se reduce a niveles políticos, sino que incluye la emancipación de otras formas de opresión como enfermedad, hambre, ignorancia y subyugación de la mujer;  factores que afectan a la dignidad de la persona. Y para subsanar todo ello, Cristo aparece como el Mganga por excelencia.
Este título Cristológico es al que hace referencia el encabezamiento de este articulo (Cristo; el Mganga por excelencia)Mganga es un término de la lengua swahili, sustantivo del verbo ganga que significa sanar, curar, restaurar vida. Mganga entonces es el sujeto que sana, el que cura, el que restaura vida, el que da sentido a la vida, el que exalta la dignidad humana. ¿Caben razones para justificar por qué  Jesús es considerado en África como el Mganga por  excelencia?
Para comprender bien la figura de Jesús como El Mganga por excelencia, hay que tener en cuenta, en primer lugar, la importancia de la vida en las culturas africanas. La vida es muy importante hasta el punto de considerarse  sagrada y Dios es considerado como  fuente de toda la vida, y es el único que posee vida en plenitud. Diría Benezet Bujo uno de los grandes teólogos africanos que  Dios es el creador y el que sustenta toda la vida. Por tanto  la vida es una participación en Dios, pero siempre mediada por uno que está encima del receptor en el modo jerárquico. Esta vida que lógicamente es un don de Dios tiene adversarios que la amenazan tales como las enfermedades, el hambre, las injusticias, corrupciones, etc. Todo aquello que debilita al hombre es considerado como una enfermedad que es preciso curar.
Ela otro teólogo africano en su obra titulada My faith as an African dice que generalmente en las culturas africanas, la enfermedad no es considerada como una realidad objetiva, sino que se trata de un escándalo que pertenece al antropológico mundo del mal y de la desgracia. La enfermedad es vista como una calamidad que no solamente afecta al individuo, sino también indica la disrupción de la relación socia; así se convierte en una preocupación para la familia y la comunidad entera. En el mismo sentido la salud no se limita a lo puramente biológico, sinio que lo abarca todo: lo físico, lo mental, lo espiritual, lo social, el bienestar y el ambiente. Por lo tanto, la enfermedad implica desgracia, disrupción de la armonía de todos estos factores.
Frente a esta situación de la enfermedad (desgracia) muchos buscan y acuden al Mganga tradicional para su curación. Es aquí  donde muchos africanos cristianos, partiendo de su experiencia cultural sobre el concepto tradicional de la relación que existe entre salud y enfermedad, han podido considerar la figura de Jesús. Por ejemplo Marie Gambi religiosa y profesora de la universidad de África oriental opina que para cualquier africano, la imagen de sanación es muy importante. Sanación es un ministerio dentro de la cultura africana, porque nuestra concepción  es que la persona es total y siempre intentamos alejar todo lo que puede interferir en esta totalidad de la vida. Entonces, cuando nos referimos a Jesús como el sanador, evocamos una imagen que toca directamente a la persona de esta cultura. Y concluye Gambi diciendo que Jesús como el Mganga por excelencia es una imagen recurrente entre los africanos. No resulta, pues, extraño que muchos africanos cristianos consideren a Jesús como el gran médico, el sanador, el Mganga por excelencia sobre los poderes del maligno mundano porque Jesús vino para darnos vida y para que esta la  tengamos en abundancia.
Ahora bien, no es suficiente quedarnos con la imagen de Jesús como sanador sin proporcionar las razones etiológicas de porqué los cristianos africanos consideran o perciben a Jesús como el Mganga por excelencia. Las razones principales de atribuir a Jesús este título cristológico son de base bíblica, teológica y de experiencia contemporánea. Las presentaré brevemente a continuación.
Los textos bíblicos, especialmente los Evangelios, son testimonios evidentes que llevan a los cristianos africanos a considerar a Jesús como sanador. Los Evangelios muestran la preocupación de Jesús por los que sufren; Jesús claramente dice que no necesitan médicos los que están sanos sino que los que están mal (Lc 5, 31). Y por eso  gran parte de su actuación y predicación sobre el Reino Dios se centra en las curaciones. Jesús cura a los endemoniados, los leprosos, los paralíticos, los ciegos, los mudos, y todos los maginados, e incluso resucita a los muertos, recuperando así la vida de muchos. Y este poder de luchar contra el mal no se limita a las personas sino también a todo lo que rodea al hombre.  Esta situación problemática y de crisis que aparece en los relatos evangélicos es una realidad parecida que sufre el pueblo africano: por eso ellos ven a Jesús como su salvador, su Mganga por excelencia, el quje remediará el sufrimiento que padecen. Ndingi Mwana Nzeki, arzobispo emérito de la Iglesia Católica de Nairobi ( Kenia), con convencimiento,  desde su experiencia pastoral, reconoce el papel de Jesús como Mganga tal como testimonian los Evangelios y llama al pueblo africano a acudir a Jesús, en lugar de ser engañados por los hechiceros diciendo: no hay ni una instancia en la Biblia en que Jesús niegue ayuda a alguien que esté necesitado de curación. Os invito, dice Ndingi, a venir a Jesús con actitud de fe porque Él sigue curándonos  aún hoy, lo único que nos pide es tener fe en Él.
Aparte de la base bíblica y teológica como argumentos fundamentales, existen también bastantes testimonios que parten de la experiencia personal para definir a Jesús como sanador. Hay muchos que dan  testimonio  de haber sido personalmente sanados por Cristo o de haber visto como otros han sido sanados  por Él. También la proliferación de centros de curaciones en las culturas africanas en el nombre de Jesús es otra razón por la cual Jesús es considerado como el Mganga por excelencia debido a los resultados de los milagros curativos realizados en estos centros.
En resumen, la interpretación de los cristianos africanos acerca de la imagen de Jesús como el Mganga se corresponde con Jesús como dador de vida. Jesús es considerado como el que restablece la vida en quien está disminuido, el que recupera la vida en quien ha sido quebrantado. Por tanto hay una estrecha relación entre sanación y  vida. Benezet dice que las sanaciones realizadas por Jesús no deben ser vistas solo como  revelación de su divinidad sino también de su papel como Mesías, que viene a dar la totalidad de la vida en todos los niveles. En otras palabras, las sanaciones realizadas por Jesús son la recreación de la totalidad en todos los aspectos de la vida. Las sanaciones también llevan la dimensión comunitaria (the holistic dimensión of healing).
A pesar de todo el énfasis puesto en Jesús como sanador por los cristianos africanos, aún no han podido superar las críticas expuestas por el mismo pueblo africano a la hora de considerar a Jesús como el Mganga por excelencia. Muchos se cuestionan si verdaderamente Jesús es el Mganga por excelencia, ¿por qué sigue padeciendo África enfermedades, hambre, injusticias, y matanzas? ¿Dónde está la abundancia de vida en el África contemporánea? ¿Por qué muchos cristianos africanos siguen teniendo fe en los curanderos, hechiceros, brujos y acuden a ellos aunque  proclaman a Cristo como su Salvador? Son cuestiones abiertas que requieren respuestas para que este título cristológico tenga coherencia en el contexto.
De todos modos, Jesús en su misión hizo todo lo posible para romper las ataduras dolorosas que afectan a la humanidad. Lo hizo desde la libertad que brota de su amor a la humanidad. Por eso llegó hasta  sacrificar su vida para que aquellos a los que les amó al extremo tengan vida en abundancia. Hoy, invitados todos a centrarnos en la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana es imprescindible fijar nuestra mirada en el rostro compasivo de Cristo. Y así, quienes constituimos  la Iglesia que somos todos los que creemos y confesamos a Cristo como Dios y Señor de la vida, y seguimos sus huellas, tenemos la misión de dar testimonio con palabras y hechos de los valores que Él nos transmitió, especialmente de la dignidad de la vida humana, eliminando los dolores del pueblo sufriente. Son muchos los dolores del hombre de hoy. ¿Acaso Cristo puede ser la solución? Los cristianos africanos han visto a Jesús como el Mganga por excelencia.
Por eso, no olvidemos la segunda parte de la pregunta de Jesús a sus discípulos, que sin duda nos implica a todos nosotros hoy en el camino hacia la nueva evangelización:
Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?


Para profundizar más Cfr.
DIANE B. STINTON, Jesus of Africa: Voices of Contemporary African Christology, Paulines Publications Africa, 2004.

29 enero 2012

Día de la paz

El día 30 de enero se celebra el día de la paz. Tal vez la mejor forma de construirla sea empezar por nuestro entorno más inmediato y por las relaciones con las personas más próximas a nosotros. Nuestra pequeña contribución a ese gran día es la selección de algunos textos de autores que han reflexionado sobre ella.

“Llegado ya Cristo a la edad adulta, ¿qué otra cosa enseñó, que otra doctrina profesó, sino la disciplina de la paz? Con agüeros de paz saluda a los suyos: “Paz para vosotros” y prescribe a los suyos esta fórmula de salutación como la única digna de cristianos. Y memoriosos los apóstoles de ese precepto, con la palabra paz inician sus epístolas; y desean la paz a quienes aman con amor excepcional. Excelente bien desea quien salud desea, pero suplica la suma de la felicidad quien la paz suplica. Luego de haberla Cristo recomendado en todo el discurso de su vida, `para mientes con cuánta solicitud la recomienda en el trance supremo de la Pasión: “Amaos-dice- los unos a los otros, como Yo os he amado. Mi paz os doy: mi paz os dejo” ¿Oísteis lo que deja a los suyos? ¿Les deja caballería? ¿Les deja escolta? ¿Les deja gobierno? ¿Les deja riquezas? Nada de todo eso. En conclusión, ¿qué les deja? Les da la paz, les deja paz, paces con los amigos, paces con los enemigos.”
ROTTERDAM, Erasmo de. Querella de la paz. Barcelona. Ed. Orbis, p.121


" Si yo pudiera dejarles algún regalo, dejaría acceso al sentimiento de amar
la vida de los seres humanos.
La consciencia de aprender todo lo que fue enseñado por los tiempos idos.
Para recordar los errores que fueron cometidos y que no se repetirán jamás.
La capacidad de escoger nuevos rumbos.
Les dejaría, si pudiera, el respeto por aquello que es indispensable:
Además del pan, el trabajo.
Además del trabajo, la acción.
Y, si todo faltara, un secreto: “El de buscar en el interior de si mismo la
respuesta y la fuerza para encontrar la salida.”



Mahatma Gandhi



"Así, la ciudad terrena, que no vive de la fe, apetece la paz terrena y fija la concordia entre los ciudadanos que mandan y los que obedecen en que sus quereres estén acordes de algún modo en lo concerniente a la vida mortal. Empero, la ciudad celestial, o mejor, la parte de ella que peregrina en este valle y vive de la fe, usa de esta paz por necesidad, hasta que pase la mortalidad, que precisa de tal paz. Y por eso, mientras que ella está como viajero cautivo en la ciudad terrena, habiendo recibido ya la promesa de su redención y el don espiritual como prenda de ella, no duda en obedecer las leyes de la ciudad terrenal que reglamentan las cosas necesarias y el mandamiento de la vida mortal. Y como ésta es común, entre las dos ciudades hay concordia con relación a esas cosas."
San Agustín, La ciudad de Dios, libro XIX, cap. XVII



Oración sencilla


Señor, hazme instrumento de tu paz;
donde haya odio, ponga yo amor,
donde haya ofensa, ponga yo perdón
donde haya discordia, ponga yo unión,
donde haya error, ponga yo verdad,
donde haya desesperación,
ponga yo esperanza,
donde haya tristeza, ponga yo alegría.
Haz que busque:
consolar, no ser consolado,
compadecer, no ser compadecido,
amar, no ser amado.
Porque es olvidándose,
como uno encuentra;
es perdonando, como uno es perdonado;
es dando, como uno recibe;
es muriendo, como uno resucita a la vida


Oración atribuida a San Francisco




26 enero 2012

A la huella de Alfonso Garrido

Francisco Javier Bernad Morales

Ya han transcurrido cuatro años desde que Alfonso Garrido nos abandonó para gozar del descanso en presencia del Señor. Le visité junto a Carmen, mi esposa, pocos días antes de su fallecimiento. No tenía ya fuerzas para hablar, pero pudo alzar la mano y bendecirnos, en un gesto que todos los días tengo presente. Se diría que el vacío quiso apoderarse de mi alma, pero recordé entonces y siempre me repito las palabras de San Agustín sobre la muerte y la salvación: Ibi vacabimus, et videbimus; videbimus, et amabimus, amabimus, et laudabimus (De civitate Dei, XXII, 30, 5). Comprendí entonces que debía superar la tristeza, pues él continuaba a mi lado y jamás me abandonaría. Dicen los judíos al dar el pésame: "que su recuerdo sea de bendición". Así es, Alfonso continúa presente en mí, y su memoria me conforta en los momentos difíciles. Escribí en aquel entonces un artículo que hoy quiero recordar:

Un amigo me ha dejado para siempre, en él he perdido a una persona a quien podía confiar las angustias y problemas que me turban el alma, y con quien podía también compartir una botella de buen vino. A menudo hicimos ambas cosas a la vez. Comprendo que a muchos les parezca frívolo que se discuta sobre la Shoá, sobre su sentido o sinsentido, mientras regalamos el cuerpo con uno de los más refinados placeres que nos ha sido otorgado gozar. Quizá tengan razón. Me falta hoy ánimo para enfrentarme a rígidos ascetas. Solo se me ocurre recordarles unas palabras de Imre Kertész: “ha desaparecido el asombro ante la existencia del mundo y con él, de hecho, el respeto, la devoción, la alegría, el amor por la vida.” (Un instante de silencio en el paredón, 41). Pero esos sentimientos, cuya ausencia lamenta, como pérdida irreparable, un superviviente de los Lager, aún existen. Todos los que hemos tratado a Alfonso los conocemos. Recuerdo un día maravilloso en que junto a él, mi esposa y yo recorrimos varios pueblos de la Ribera del Duero. En uno de ellos, en Olivares, hablamos un buen rato con un viejo amigo suyo, un párroco que, solo por amor, por íntima devoción y sin deseo de recompensa, había durante años puesto su empeño en restaurar un maravilloso retablo: una obra humana al cabo, pero, sin duda, también una manifestación del poder del Creador y de su Majestad. De nuevo Kertész (18): “Dios creó el mundo y el ser humano creó Auschwitz”. Sí, el ser humano construyó los Lager, las fábricas de cadáveres, como los denominó Hannah Arendt, pero también edificó las catedrales y los monasterios, plantó el trigo y la vid. Allí, en Olivares, con Alfonso, el párroco y mi esposa, al contemplar los campos sembrados, al dirigir la vista a los viñedos, sentí la emoción que transmite el Ángelus de Millet. Los seres humanos hemos cometido los más abominables crímenes, pero también Lutero ha escrito el comentario al Magnificat.
En aquellos días me atormentaba la constatación del mal absoluto. Los Lager y el Gulag parecían no dejar resquicio para la esperanza y durante algún tiempo dudé de la superioridad del bien, de su capacidad para imponerse. Pero la realidad estaba allí, a la orilla del Duero, en el corazón de las personas que me acompañaban. Ese era el bien y había triunfado. Al fin, Sanz Briz, Perlasca, Wallenberg y tantos otros, habían sido más poderosos que Hitler; y Sajarov, Havel, Mazowiecki y Juan Pablo II habían vencido a Stalin. Parafraseando al Talmud, diríamos que los justos han salvado el mundo.
Vinieron luego tiempos de aproximación al judaísmo .Hay algo singular en el destino judío que no puede dejarnos indiferentes. La Shoá nos interroga tanto como la Crucifixión. Pero aquel día en Olivares marcó un punto de inflexión. Siguieron meses y años de conversaciones con Alfonso, de libros leídos por su consejo, desde San Agustín a Paul Tillich, y por fin, como fruto de un proceso que visto retrospectivamente no puede por menos que parecerme extraño, debido al papel que en él han desempeñado tantos autores judíos y luteranos, la decisión de reconciliarme con la Iglesia Católica. que sin Alfonso mi vida hubiera sido distinta; quizá me hubiera mantenido en el tibio agnosticismo que me acompañó durante gran parte de la juventud y de la madurez, aunque más probablemente hubiera terminado por adherirme al judaísmo.
Ahora ya no podré pedir consejo a Alfonso, no estará él aquí para orientarme, para aliviar las tribulaciones de mi corazón. Sobre el papel quedan las huellas de las lágrimas, pero yo escribo con el ordenador y su pantalla no puede recoger los rastros físicos de mi dolor. Sé, sin embargo, que algo de Alfonso se ha incorporado a mi vida y que ya formará indisoluble parte de mí. También sé que de alguna manera misteriosa, que escapa a mi comprensión, velará por mí y me protegerá en las pruebas que la vida sin duda me reserva.

24 enero 2012

Infancia misionera

Carmen Sáez Gutiérrez
22 de enero. Jornada de Infancia Misionera 2012
La Obra de la Infancia Misionera fue fundada en 1843 por Monseñor Carlos Augusto de Forbin-Janson, obispo de Nancy (Francia) como gesto solidario hacia los niños y niñas que vivían en situación de extrema pobreza y necesidad en lugares apartados, de misión.
La idea no era otra que promover la ayuda de los niños y niñas de países desarrollados a los niños de otras tierras, que harían efectiva tanto de forma material, con algo de dinero como en forma de oración.
En 1950 el Papa Pio XII estableció que se celebrara un día anual para promover con la oración y la limosna la hoy llamada Obra de Infancia Misionera. Su preparación se inicia con la campaña “Sembradores de Estrellas” cuya finalidad es que los niños y niñas en fechas próximas a la Navidad sean mensajeros de la Buena Noticia que nos trae Jesús.
Hoy día cobra especial significado la celebración de esta Jornada, pues con el lema “Una gran red de solidaridad…para cambiar el mundo” se trata de que los más pequeños que se inician en la fe cristiana sean desde el primer momento en que abrazan la fe, partícipes del plan de Jesús, llevando a otros niños y niñas que no han tenido la oportunidad de conocerle el mensaje del sentido de una vida cristiana en plenitud para construir poco a poco, cada uno con su granito de arena el Reino de Dios. Y esto no es posible sin una conciencia de que todos somos hermanos y debemos tener unas mínimas condiciones de vida digna, motivo por el cual se hace necesaria la ayuda económica, que es posible gracias a la renuncia de nuestro pequeño mundo del despilfarro para dar a cada uno lo que le corresponde, y por supuesto, tampoco es posible sin la oración sincera a Jesús para que nos acompañe en nuestro caminar.

20 enero 2012

El ángel de Budapest

Francisco Javier Bernad Morales
Director: Luis Oliveros

Guión: Ángel Aranda
Intérpretes: Francis Lorenzo, Anna Allen, Ana Fernández, Manuel de Blas y Asier Etxeandia.

Creo obligado comenzar este artículo con una aseveración solo en apariencia contradictoria: no me ha gustado la película y me alegra que se haya producido en España. Comenzaré por explicar la segunda parte de mi aserto. Para ello, nos situaremos en el marco espacial y temporal de la acción. En 1944, ante la proximidad de las tropas soviéticas, Alemania ocupa Hungría, gobernada por su aliado el regente Miklós Horthy, quien acepta nombrar un nuevo gobierno más próximo al nazismo. Desde ese momento se recrudece la política antisemita y Adolf Eichmann se traslada a Budapest para organizar la deportación a los campos de exterminio. Cuando meses después, Horthy intenta firmar un armisticio con los soviéticos a espaldas de Alemania, es depuesto y reemplazado por el dirigente de los Cruces Flechadas, Ferenz Szálasi, con quien el nazismo adquiere el completo control del país.
Es en estos momentos convulsos cuando el joven diplomático Ángel Sanz-Briz, encargado de Negocios, queda al frente de la legación española, después de que, por presiones alemanas, el embajador Miguel Muguiro sea llamado a Madrid. Desde su nueva responsabilidad no solo continúa, sino que incluso intensifica las labores de protección a los judíos iniciadas por su predecesor. Contará en tan difícil y arriesgada tarea con la colaboración del italiano Giorgio Perlasca, a quien, para ponerlo al abrigo de la persecución nazi, proporciona documentación española, amparándose en que había combatido como voluntario en el bando franquista durante la guerra Civil. Escudándose en un decreto de la dictadura de Primo de Rivera, Sanz-Briz consiguió que las autoridades húngaras aceptaran que doscientos sefardíes quedaran bajo protección española. Luego, simplemente amplió el número de doscientos individuos a doscientas familias, y finalmente emitió pasaportes y salvoconductos duplicando números a fin de no superar nunca los doscientos. De esta manera, unos cinco mil doscientos judíos húngaros, solo en un ínfimo porcentaje sefardíes, quedaron bajo el amparo español. Para acogerlos, con ayuda de Perlasca, alquiló diversos inmuebles en Budapest en los que hizo colocar placas que los señalaban como anexos a la embajada y en los que ondearon banderas españolas. Incluso utilizó su dinero personal para sobornar a funcionarios alemanes. Sin embargo, esta labor estuvo a punto de venirse abajo, cuando en noviembre, ante la inminente caída de Budapest en poder del ejército soviético, recibió la orden de cerrar la embajada y trasladarse a Suiza. Fue entonces cuando Perlasca se autoproclamó cónsul de España y, engañando a húngaros y alemanes gracias a las dificultades de comunicación con el exterior en la ciudad sitiada, mantuvo abierta la legación y las casas de acogida.
La protección de los judíos húngaros fue un trabajo heroico en el que también participaron, entre otros, el nuncio, monseñor Rotta y el embajador sueco, Raoul Wallenberg. Si recordamos que la Misná (Sanhedrín 4, 40) afirma que quien salva a un hombre salva al mundo, entenderemos que todos ellos hayan obtenido en Israel la consideración de Justo entre las naciones.
Es motivo de satisfacción que España recuerde a hombres como Ángel Sanz-Briz que, en medio del horror, antepusieron a la comodidad o a cualquier ventaja personal el deber de ayudar al prójimo y tuvieron el valor de arriesgarlo todo para salvar al hermano perseguido.
Decía, sin embargo, que la película no me ha gustado. Al guión le falta tensión dramática, algo que resulta aún más patente si la comparamos con la italiana El cónsul Perlasca, dirigida por Alberto Negrin en 2002. Tampoco resulta afortunada la interpretación de Francis Lorenzo, que en ningún momento modifica una expresión facial a medio camino entre la sorpresa y el alelamiento.
No puedo terminar sin una breve referencia el destino último de aquellos hombres que osaron desafiar los designios criminales del nazismo. Monseñor Rotta tras la guerra desempeñó algunos puestos en el Vaticano;  peor fue la suerte de Raoul Wallenberg, detenido por el ejército soviético y, aunque no existe certeza absoluta al respecto, posiblemente fusilado en la Lubianka, la sede del NKVD en Moscú; Giorgio Perlasca quedó arruinado tras algunas desafortunadas iniciativas empresariales; en cuanto a Ángel Sanz-Briz, que nunca alardeó de su labor, ocupó numerosos cargos en diferentes legaciones españolas, llegando a ser en 1973 el primer embajador español en China y terminando sus días en 1980 como representante de nuestro país ante El Vaticano.
Pero aún no puedo terminar. Si se me permite añadiré una escueta referencia personal: en un acto organizado por Casa Sefarad he tenido la estremecedora oportunidad de escuchar el testimonio de gratitud de Jaime Vandor, uno de los niños judíos salvados de la muerte por Ángel Sanz-Briz y Giorgio Perlasca.

17 enero 2012

Ética del progreso

BENEDICTO XVI  Luz del mundo. El Papa, la Iglesia y los Signos de los Tiempos. Una conversación con Peter Seewald. Ed. Herder. Barcelona, 2010. pp. 55-57.

“…La pregunta es: ¿será que, simplemente, la Tierra es incapaz de resistir el enorme potencial de desarrollo de nuestra especie? ¿Es acaso que no está hecha en absoluto para que vivamos aquí de forma duradera? ¿O es que hay algo que estamos haciendo mal?

El hecho de que no permaneceremos aquí eternamente nos lo dice la Sagrada Escritura, y nos lo dice también la experiencia. Pero seguramente hay algo que estamos haciendo mal. Pienso que aquí se proyecta la problemática del concepto de progreso. La Edad Moderna se buscó su camino al amparo de los conceptos fundamentales de progreso y libertad. Pero ¿qué es progreso? Hoy vemos que el progreso también puede ser destructivo. En tal sentido hemos de reflexionar sobre cuáles son los criterios que debemos encontrar para que el progreso sea realmente progreso.

El concepto de progreso tenía originalmente dos aspectos: por una parte estaba el progreso del conocimiento. Por ese progreso se entendía la captación de la realidad. Tal progreso se dio en una medida increíble por la combinación de la visión matemática del mundo y los experimentos. A través del ADN podemos hoy reconstruir la estructura de la vida, así como también, en general, la estructura funcional de toda la realidad. Entretanto podemos hasta imitar parcialmente esa estructura, y comenzamos ya a construir nosotros mismos la vida. En ese sentido, del progreso han surgido también nuevas posibilidades para los hombres.

Y conocimiento es poder. Es decir, si conozco, puedo también disponer de lo que conozco. El conocimiento ha traído consigo poder, pero de una forma en la que, ahora, con nuestro propio poder somos capaces al mismo tiempo de destruir el mundo que creemos haber descubierto por completo.

De ese modo se ve que, en la combinación que hemos tenido hasta ahora del concepto de progreso a partir de conocimiento y poder, falta una perspectiva esencial: el aspecto del bien. Se trata de la pregunta: ¿qué es bueno? ¿Hacia dónde el conocimiento debe guiar el poder?

¿Se trata solamente de disponer sin más, o hay que plantear también la pregunta por los parámetros internos, por aquello que es bueno para el hombre, para el mundo? Y esta cuestión, pienso yo, no se ha planteado de manera suficiente, Ésa es, en el fondo, la razón por la cual ha quedado ampliamente fuera de consideración el aspecto ético, dentro del cual está comprendida la responsabilidad ante el Creador. Si lo único que se hace es impulsar hacia delante el propio poder sirviéndose del propio conocimiento, este tipo de progreso se hace realmente destructivo.”

14 enero 2012

El diálogo entre todos los hombres

Queremos empezar el nuevo año con nuestros mejores deseos de paz y felicidad y qué mejor forma de hacerlo que publicando este texto extraído de la encíclica Gaudium et spes.


La iglesia es signo de la fraternidad. Es necesario promover en el seno de la propia Iglesia la estima, el respeto, el diálogo entre los pastores y los fieles, observando la libertad en las cosas dudosas y la caridad en todo. Nuestro pensamiento se dirige a los hermanos que están separados de nosotros y exhorta a todos a una colaboración fraterna. Dirigimos el pensamiento también a todos los que creen en Dios. El diálogo no excluye a nadie, ni siquiera a aquellos que se oponen a la Iglesia y la persiguen.
Todos estamos llamados a ser hermanos, y por esto todos debemos colaborar en la construcción del mundo en la paz.
Adhiriéndose al Evangelio y en unión con todos aquellos que aman la justicia, los cristianos han tomado sobre sí una tarea inmensa, y de ella deberán responder ante Dios. El Padre quiere que amenos a Cristo en nuestros hermanos. Obrando así, suscitaremos en los hombres la esperanza, don del Espíritu Santo, a fin de que todos sean recibidos en la paz y en la felicidad de la patria celestial.
Gaudium et spes. Conclusión 92 y 93.

11 enero 2012

Felices los que cantan a la vida porque sus días serán azules

Nos parece oportuno publicar este texto, pues los tiempos que corren, ciertamente, son difíciles… Está tomado del siguiente libro:

ALONSO ALONSO, Antonio Bienaventuranzas y lamentos para tiempos difíciles. Col. Nueva Alianza, nº 96 Ediciones Sígueme, Salamanca 1986.

“Y cantarán con hechos. Y cantarán con risas. Y cantarán a veces con dolor sostenido y mártir. Lo harán con una vida que puede parecerles rutina pasajera. Pero darán un testimonio de que la vida es buena, de que la tierra es don, de que el hombre vence el caos, de que lo bueno triunfará.
Sí.
Felices los que cantan a la vida; los que dicen: Aún es posible;
los que gritan: Existe el mañana; los que rezan con fe: Sálvanos;
los que recuerdan: Dios es más grande que nuestro corazón;
los que amanecen murmurando: ¡Señor, bendito seas!
Sí.
Felices. Felices los poetas esperanzados; los creadores del arte, porque ven lo bello. Los empresarios que se lanzan a la aventura de crear economía y puestos de trabajo. Los políticos que sueñan con una nueva sociedad. Los obreros que se sienten sembradores de un mundo nuevo en el surco de su quehacer diario. Las madres que acunan a sus hijos cantando nanas. Las Hermanas que sonríen en el Hospital a quien se queja sin agra­decer... Todos los que cantan a la vida que Dios hizo. Sí, felices: los ojos sin intenciones, la boca sin prejuicios, el corazón sin peso, la mente sin caminos retorcidos, los pies sin cadenas para encontrarse. A veces no se enteran ellos mismos.
Juzgan tan natural llevar en los labios la sonrisa y dar la cara al sol de mayo como al sol de otoño. Pero se enteran siempre sus vecinos; lo saben sus compañeros de trabajo. Y adivinan que detrás de su alegría está la fe. Porque, sépase o no se sepa, nadie puede sonreír si la fe falta. Pero, felices, lo sepan o lo ignoren. Porque ellos,
tienen el optimismo como actitud, tienen la esperanza como base,
tienen la apertura como norma, tienen la canción como expresión,
tienen la mirada limpia como condición, tienen la fraternidad como meta,
tienen el más allá como promesa... Y… por eso, por todo eso, sus días serán azules.
Y habrá un florido mayo ensortijado en su interior; y nidos nuevos aunque sea invierno. Y sorpresa admirada en cada luna nueva.
Claro que sí. Sus días serán azules:
incluso cuando haya nubes, su cielo tendrá soles y estre­llas. Y sabe que la aurora volverá y el mal perece;
incluso cuando llueva, sus ríos seguirán siendo de agua clara; y saben que esa lluvia hará crecer el trigo que da pan;
incluso cuando el rayo queme, su luz iluminará por un momento de belleza el mundo. Y saben que su llama purifica la sombra antes llorada;
incluso cuando el sol calcine todo habrá cerca un manan­tial sonreídor. Y saben que a su lado buscarán todos una ayuda animosa y refrescante. Ay, ¡qué falta nos estáis haciendo, los que cantáis con fe a la vida!
Pero…
¡AY DE VOSOTROS, LOS QUE MIRÁIS CON ASCO LA TIERRA, PORQUE EL CIELO QUE IMAGINÁIS NO EXISTIÓ JAMÁS!
Sí.
Ay de los que ven con asco la tierra y dramatizan sobre el barro que enloda a los humanos; los que desconfían de la her­mosa materia; los que no quieren molestarse en salvar la crea­ción y la condenan de una vez y a la primera; los que esconden prejuicios, complejos de posesión frustrada y ansias fracasadas de dominio.
Ay de vosotros, acaso con asco en el corazón, porque con asco les han mirado alguna vez; acaso porque con asco se miran a sí mismos; acaso porque tienen miedo a lo que se corrompe, sin comprender que tan sólo con la muerte nace vida.
Ay de vosotros, que dividís el universo en dos mitades, atribuyéndoos el atre­vimiento de juzgar cuál es la buena. Habéis olvidado que en esta tierra que pisó Jesús se da la salvación; que al otro lado la acera está llena de hermanos; que estáis condenando lo que no habéis conocido ni habéis amado nunca.
Ay de vosotros, porque habéis entregado el presente de Jesús a cambio de un futuro imaginario y resentido donde la vida no sería humana, ni el gozo fraternal, ni el amor cósmico. Donde la gracia de la salvación terminaría convirtiéndose en concierto de violines para espíritus desencarnados y atontados.
Ay de vosotros, porque no sabéis crear el mundo que Dios quiere; porque parecéis detestarlo, pero tratáis de apoderaros en exclusiva de sus bienes, y su materia calculada en dinero es lo que más os interesa; porque decís acaso subordinarlo todo a Dios, pero lo ponéis en la primera fila de intenciones... y en eso queda solamente; porque el cielo que imagináis no existió jamás; porque en vuestro cielo no caben los pobres que oprimis­teis si estáis los opresores; porque no es de recibo la compra-venta de tranquilidad eterna a cuenta de avemarías e indulgencias.
Ay de vosotros; en el cielo que imagináis no pueden entrar los rayos de sol, ni los besos de quienes aman, ni la belleza del humano cuerpo, ni un cantar de ronda. Imagináis un cielo aburridísimo donde imperaría quizás vuestro querer, como asesores de Dios... para que hubiera «orden».
Ay de vosotros, los que miráis con asco cuanto Dios ha hecho con orgullo; el mundo por el cual murió, la causa de la tierra donde el hom­bre ama y cree y espera.
Aprended a amarlo de una vez, a cantar la mañana y el sol. Pedidle un consejito a san Francisco. Y acaso terminaréis aprendiendo a cantar. Porque si no ¡Qué chasco, Dios! ¡Qué chasco el que os espera!"

09 enero 2012

Los que susurran

Francisco Javier Bernad Morales

Hace ya algún tiempo leí Los que susurran de Orlando Figes. Es un libro largo, de casi mil páginas edificado sobre cientos de entrevistas a supervivientes de la represión soviética. Desfilan en él toda suerte de personajes, desde humildes campesinos desconocidos a miembros destacados del Partido, cuyas vidas se entrelazan en ocasiones de manera sorprendente y que, con sus testimonios, nos permiten adentrarnos en los efectos del terror sobre la vida diaria. Conocemos así un mundo regido por la desconfianza, en el que nadie habla en voz alta por temor a que le escuche un informante y en que todos ocultan sus pensamientos y a menudo su pasado. No existe ninguna intimidad en unas ciudades en que varias familias se ven obligadas a compartir una misma vivienda y en que generalmente las cocinas, los baños y otros servicios son de uso comunitario. Ni siquiera en el dormitorio pueden los esposos estar seguros de que en la habitación vecina no se escuchan sus palabras. Es un hacinamiento que no nace tan solo de las dificultades económicas, sino que sobre todo resulta de una política deliberada, tendente a debilitar los lazos familiares y a romper así el más fuerte lazo de solidaridad entre los seres humanos. Los dirigentes revolucionarios comprenden que la familia es el más formidable enemigo de la utopía en construcción, algo que ya habían señalado Platón, Moro o Campanella, y por eso contra ella dirigen una gran parte de su esfuerzo. La convivencia forzada en un espacio mínimo es campo abonado para disputas, envidias y enemistades, que fácilmente pueden dirimirse con denuncias ante la policía por los motivos más triviales: el vecino ha contado un chiste o ha hecho un comentario antisoviético, ha escuchado una emisora de radio extranjera o en una ocasión recibió la visita de alguien que posteriormente fue detenido por trotskista o bujarinista; quizá se le ha escapado una sonrisa mientras se escuchaba por un altavoz un discurso de Stalin. No hace falta más para que una persona sea detenida y deportada durante años a un campo de trabajo. En realidad, ni siquiera es preciso que se haya cometido una de estas faltas, pues el Gulag se rige por sus propias normas y precisa un aporte continuo de mano de obra esclava. Las repúblicas, las regiones y los distritos deben contribuir con una cuota fijada por las autoridades. Otro tanto ocurre con las condenas a muerte. Es preciso alcanzar los objetivos marcados en el plan, lo mismo que con la producción de acero o de algodón.

Nadie está a salvo de que un día se le señale como enemigo del pueblo. Todos miden cuidadosamente sus gestos y palabras. El pertenecer a una familia estigmatizada como zarista, kulak o contrarrevolucionaria, cierra las puertas de la universidad e impide el acceso a los mejores puestos de trabajo. Por eso muchos ocultan su pasado, incluso a sus cónyuges. En compensación, la policía parece extrañamente ineficaz. Es posible vivir con documentación falsa u obtener una nueva, aunque persiste siempre el temor a ser descubierto. Pero la detención llega en cualquier momento, sin que a menudo sea dado discernir un motivo mínimamente objetivo. Son muchas las víctimas que aceptan, con todo, una culpabilidad que les lleva a escrutar en sus acciones y palabras en busca de aquello que deberían haber evitado. Aún más son los que piensan que en su caso particular quizá se haya cometido un error, pero que eso no invalida el sistema, convencidos de que es necesario mantener la vigilancia contra unos omnipresentes enemigos de la Revolución. La sospecha envenena las relaciones humanas hasta extremos apenas concebibles. Una noche la policía se presenta en el diminuto apartamento compartido, lo registra y se lleva a alguien. De algunos no vuelve a saberse. Son muchos los casos en que se dan informaciones falsas a las familias. Quizá, mientras sus hijos creen que está recluida en un campo, la madre ha sido ejecutada. En otras ocasiones se permite el envío de correspondencia e incluso de paquetes. La vida de los que quedan en libertad tras el arresto de un familiar no es fácil. A menudo se ven expulsados de la vivienda y del trabajo o se les imponen limitaciones en los estudios, puede que incluso se les niegue la cartilla de racionamiento. Convertidos para siempre en sospechosos, muchos desarrollan como estrategia para sobrevivir una adhesión inquebrantable al Partido, que puede llevarles a renegar públicamente de sus padres, a sumarse al coro de acusadores, en un intento de mantenerse a salvo, de lavar la mancha de ser hijos de un enemigo del pueblo.

Son muchas las escenas estremecedoras relatadas en el libro. Para que el lector pueda hacerse cierta idea reproduciré una poco truculenta, más bien vulgar. Así recuerda Sofía Ozemblovskaia su expulsión de los Pioneros (organización soviética para niños de diez a catorce años) tras haber sido vista en una iglesia:

De repente publicaron un anuncio −un “avance informativo”− en el periódico mural del corredor de la escuela: “¡Todos a formar filas inmediatamente1”. Los niños se apresuraron a salir de sus aulas y formaron en el patio. A mí me hicieron parar frente a ellos para avergonzarme. Los niños gritaban: “¡Qué vergüenza ha causado a nuestra brigada por haber ido a la iglesia!”, “¡No es digna de llevar el pañuelo!” [un pañuelo rojo era el distintivo de los Pioneros], “No tiene derecho a usarlo!”. Me arrojaron tierra y polvo. (p. 67)

FIGES, Orlando. Los que susurran. Barcelona, Edhasa, 2009.

07 enero 2012

Señor y Dios mío

San Agustín De Trinitate 15, 28,51

Señor y Dios mío, en ti creo
Padre, Hijo y Espíritu Santo, mi única esperanza,
óyeme para que no sucumba al desaliento
y deje de buscarte.
Dame la gracia de que yo ansíe siempre ver tu rostro
dame fuerzas para la búsqueda, Tú que hiciste que te encontrara
y que me has dado esperanzas de un conocimiento más perfecto.
Ante ti está mi firmeza y mi debilidad ,sana esta, conserva aquella,
ante ti está mi ciencia y mi ignorancia, si me abres, recibe al que entra,
si me cierras el postigo, recibe al que llama,
haz que me acuerde de ti, que te comprenda y te ame
acrecienta en mí estos dones, hasta mi cambio completo,
cuando arribemos a tu presencia, cesarán estas muchas cosas
que ahora hablamos sin comprenderlas, y tú permanecerás todo en todos,
y entonces unánimemente, y hechos en ti
también nosotros una sola cosa….
Amén

02 enero 2012

San Agustín y los libros

De la homilía de Benedicto XVI pronunciada el 20 de febrero de 2008

“En la tradición bibliográfica, un fresco de Letrán que se remonta al siglo VI, representa a San Agustín con un libro en la mano, no sólo para expresar su producción literaria, que tanta influencia ejerció en la mentalidad y en el pensamiento cristianos, sino también para expresar su amor por los libros, por la lectura y el conocimiento e la gran cultura precedente. A su muerte, cuenta Posidio, no dejó nada, pero “recomendaba siempre que se conservara diligentemente para las futuras generaciones la biblioteca de la iglesia con todos sus códices”, sobre todo los de sus obras. En estas, subraya Posidio, San Agustín está ‘siempre vivo’ y es muy útil para quien lee sus escritos, aunque —concluye— ‘creo que pudieron sacar más provecho de su contacto los que lo pudieron ver y escuchar cuando hablaba personalmente en la iglesia, y sobre todo los que fueron testigos de su vida cotidiana entre la gente’ (Vita Augustini,31).

Sí también a nosotros nos hubiera gustado poderlo escuchar vivo. Pero sigue realmente vivo en sus escritos, está presente en nosotros y de este modo vemos también la permanente vitalidad de la fe por la que dio toda su vida."