26 enero 2012

A la huella de Alfonso Garrido

Francisco Javier Bernad Morales

Ya han transcurrido cuatro años desde que Alfonso Garrido nos abandonó para gozar del descanso en presencia del Señor. Le visité junto a Carmen, mi esposa, pocos días antes de su fallecimiento. No tenía ya fuerzas para hablar, pero pudo alzar la mano y bendecirnos, en un gesto que todos los días tengo presente. Se diría que el vacío quiso apoderarse de mi alma, pero recordé entonces y siempre me repito las palabras de San Agustín sobre la muerte y la salvación: Ibi vacabimus, et videbimus; videbimus, et amabimus, amabimus, et laudabimus (De civitate Dei, XXII, 30, 5). Comprendí entonces que debía superar la tristeza, pues él continuaba a mi lado y jamás me abandonaría. Dicen los judíos al dar el pésame: "que su recuerdo sea de bendición". Así es, Alfonso continúa presente en mí, y su memoria me conforta en los momentos difíciles. Escribí en aquel entonces un artículo que hoy quiero recordar:

Un amigo me ha dejado para siempre, en él he perdido a una persona a quien podía confiar las angustias y problemas que me turban el alma, y con quien podía también compartir una botella de buen vino. A menudo hicimos ambas cosas a la vez. Comprendo que a muchos les parezca frívolo que se discuta sobre la Shoá, sobre su sentido o sinsentido, mientras regalamos el cuerpo con uno de los más refinados placeres que nos ha sido otorgado gozar. Quizá tengan razón. Me falta hoy ánimo para enfrentarme a rígidos ascetas. Solo se me ocurre recordarles unas palabras de Imre Kertész: “ha desaparecido el asombro ante la existencia del mundo y con él, de hecho, el respeto, la devoción, la alegría, el amor por la vida.” (Un instante de silencio en el paredón, 41). Pero esos sentimientos, cuya ausencia lamenta, como pérdida irreparable, un superviviente de los Lager, aún existen. Todos los que hemos tratado a Alfonso los conocemos. Recuerdo un día maravilloso en que junto a él, mi esposa y yo recorrimos varios pueblos de la Ribera del Duero. En uno de ellos, en Olivares, hablamos un buen rato con un viejo amigo suyo, un párroco que, solo por amor, por íntima devoción y sin deseo de recompensa, había durante años puesto su empeño en restaurar un maravilloso retablo: una obra humana al cabo, pero, sin duda, también una manifestación del poder del Creador y de su Majestad. De nuevo Kertész (18): “Dios creó el mundo y el ser humano creó Auschwitz”. Sí, el ser humano construyó los Lager, las fábricas de cadáveres, como los denominó Hannah Arendt, pero también edificó las catedrales y los monasterios, plantó el trigo y la vid. Allí, en Olivares, con Alfonso, el párroco y mi esposa, al contemplar los campos sembrados, al dirigir la vista a los viñedos, sentí la emoción que transmite el Ángelus de Millet. Los seres humanos hemos cometido los más abominables crímenes, pero también Lutero ha escrito el comentario al Magnificat.
En aquellos días me atormentaba la constatación del mal absoluto. Los Lager y el Gulag parecían no dejar resquicio para la esperanza y durante algún tiempo dudé de la superioridad del bien, de su capacidad para imponerse. Pero la realidad estaba allí, a la orilla del Duero, en el corazón de las personas que me acompañaban. Ese era el bien y había triunfado. Al fin, Sanz Briz, Perlasca, Wallenberg y tantos otros, habían sido más poderosos que Hitler; y Sajarov, Havel, Mazowiecki y Juan Pablo II habían vencido a Stalin. Parafraseando al Talmud, diríamos que los justos han salvado el mundo.
Vinieron luego tiempos de aproximación al judaísmo .Hay algo singular en el destino judío que no puede dejarnos indiferentes. La Shoá nos interroga tanto como la Crucifixión. Pero aquel día en Olivares marcó un punto de inflexión. Siguieron meses y años de conversaciones con Alfonso, de libros leídos por su consejo, desde San Agustín a Paul Tillich, y por fin, como fruto de un proceso que visto retrospectivamente no puede por menos que parecerme extraño, debido al papel que en él han desempeñado tantos autores judíos y luteranos, la decisión de reconciliarme con la Iglesia Católica. que sin Alfonso mi vida hubiera sido distinta; quizá me hubiera mantenido en el tibio agnosticismo que me acompañó durante gran parte de la juventud y de la madurez, aunque más probablemente hubiera terminado por adherirme al judaísmo.
Ahora ya no podré pedir consejo a Alfonso, no estará él aquí para orientarme, para aliviar las tribulaciones de mi corazón. Sobre el papel quedan las huellas de las lágrimas, pero yo escribo con el ordenador y su pantalla no puede recoger los rastros físicos de mi dolor. Sé, sin embargo, que algo de Alfonso se ha incorporado a mi vida y que ya formará indisoluble parte de mí. También sé que de alguna manera misteriosa, que escapa a mi comprensión, velará por mí y me protegerá en las pruebas que la vida sin duda me reserva.

1 comentario:

  1. Gracias, Paco, por el recuerdo verdadero y sentido hacia nuestro Gran Amigo y sin embargo Sacerdote,Alfonso. Gracias por expresar tan bién lo que muchos sabemos y sentimos. Alfonso nos ayudo a "crecer" en muchas cosas. Él conocia bien al hombre, con sus luces y sombras y amaba la vida y a Dios y sin imponer nada,ibamos aprendiendo a ser de otro modo.Compartió, celebro, bailó,rio y lloro con nosotros sin perder nada de lo fundamental, era un Hombre de Diós. A todos nos ha dejado un legado maravilloso y por eso y más le tenemos muy presente . Gracias Paco por tu buen hacer y por poner unas palabras tan hermosas sobre nuestro Amigo Alfonso. Pilar Poveda.

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