Francisco Javier Bernad Morales
John
Steinbeck, cuya obra más conocida es Las
uvas de la ira, publicó este breve y amargo relato en 1947. Es una historia
sencilla. En las afueras de una pequeña ciudad mexicana sobreviven en míseras
chozas unos indígenas, cuyo único modo de vida consiste en la pesca de perlas.
Una mañana, Coyotito, un bebé hijo de Kino y de Juana, sufre la picadura de un
alacrán. Los padres, desesperados corren con él hacia el centro. Tras ellos
marcha toda la comunidad. Pero el médico se niega a atender a unos indios que
obviamente no podrán pagarle y ordena a la criada que los despida. Aunque el
niño parece tranquilo, la hinchazón se extiende y aparece la fiebre. Asustados,
Kino y Juana suben con él a la vieja canoa heredada del abuelo y se adentran en
el mar. Saben que solo tienen una oportunidad para salvar a su hijo. Hallar
antes de que sea tarde una perla que el doctor considere lo suficientemente
valiosa. En la primera zambullida, Kino encuentra una que sobrepasa toda expectativa, la más grande y perfecta que jamás
nadie haya visto. Pronto corre la noticia del hallazgo. Kino, se dice, venderá
la perla y con lo que obtenga podrá no solo curar a su hijo, sino cumplir todos
sus sueños, incluso aquellos que jamás se hubiera atrevido a imaginar. El
médico no tarda en aparecer. Se disculpa del trato inferido anteriormente,
escudándose en que por la mañana estaba ausente, pero señala que en cuanto se
ha enterado por la criada de lo ocurrido le ha faltado tiempo para acudir a la
choza.
Pero,
como Juana sospecha de inmediato, lo que parecía un inesperado golpe de
fortuna, se convierte en una maldición. Los comerciantes se confabulan para
ofrecer a Kino un precio que este sabe muy por debajo del valor de la perla. Su
intento de obtener lo que en justicia se le debe pagar, desencadena una trágica
serie de acontecimientos en que se siguen la destrucción de la canoa, el
incendio de la choza, un intento de robo en que, al defenderse, mata a uno de
los atacantes y una angustiosa huida que termina con la muerte del niño.
Finalmente, Kino, desesperado, arroja al mar esa magnífica perla que no le ha
traído más que desgracias.
Steinbeck
describe con simpatía, incluso con ternura, la impotencia de los humildes ante
los poderosos. La historia de Kino es la de una derrota, pero también, y sobre
todo, un llamamiento a nuestra conciencia. En el pobre pescador indio se revela
el rostro del prójimo, cuyo sufrimiento nos interpela y nos fuerza a tomar una
posición. Podemos, como por desgracia ocurre con frecuencia, desviar la mirada
y fingir que nada sabemos, engañarnos con la ilusión de que la ignorancia nos
hace inocentes, pero los ojos de Kino seguirán, pese a todo, fijos en los
nuestros y serán inútiles cuantas argucias inventemos para esquivarlos.
Mientras conservemos un resto de conciencia, la angustia, el miedo y el
remordimiento estarán ahí, acechando, prestos a saltar sobre nosotros apenas
bajemos mínimamente la guardia. Quizá en esas horas de la noche en que,
inquietos por el insomnio, la soledad agranda los temores o nos hace mirar
hacia nuestro interior, hacia esas zonas profundas que rehuimos en la vigilia, atisbemos
el rostro de Kino en lo que durante el día simula ser un perchero, un espejo,
una cortina o cualquier otro objeto cotidiano e inofensivo.
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