16 junio 2021

Ubi ecclesia est? San Agustín en la Conferencia de Cartago (411): Lecciones para el ecumenismo hoy (I)

Iniciamos hoy la publicación de un artículo de Nolasco Msemwa OSA sobre el cisma donatista y el ecumenismo. Dada la extensión del texto nos ha parecido conveniente dividirlo en varias entregas que irán apareciendo en los próximos días. En la última incluiremos la bibliografía a que remiten las numerosas referencias. 

Nolasco Msemwa

1. Preámbulo: contextualización del tema

El Concilio Vaticano II es considerado como el gran acontecimiento del siglo xx que abrió la página de una nueva etapa en la historia de la Iglesia, orientándola hacia la nueva evangelización de la humanidad. Su objetivo esencial, señalado por el Papa Juan XXIII que lo convocó e inició en 1962, era la exposición fiel y eficaz de la fe cristiana al hombre de hoy, de forma que respondiese a las necesidades de los tiempos (Delgado Escolar, 2013, p. 9-18).

La exposición fiel y eficaz de la fe cristiana ha sido, y sigue siendo, la tarea de la Iglesia de todos los tiempos, como afirma un teólogo contemporáneo y de gran talante teológico: “El trabajo reflexivo, teórico sobre la credibilidad de la propuesta cristiana ha sido una tarea constante de la Teología que ya está presente en el misma Escritura. En la Biblia aparece el interés por mostrar la verdad, lo creíble, lo deseable del anuncio que hace la Escritura. Junto con las afirmaciones interpelativas, las exigencias, la proclamación autoritativa también se indica la insuficiencia de la “mera pretensión”. Hay que razonarla (Tejerina Arias, 1996, p. 33-34; Id. 2015, p. 9-28).

De todos modos, la necesidad de fundamentar la proclamación, la credibilidad del dato revelado y la razonabilidad de la fe depende de la fidelidad a la exposición de dicho contenido salvífico. Por eso, la Iglesia se ha esforzado siempre por mantenerse en dicha tarea constante y necesaria para la bien de toda la humanidad. La Santa Madre Iglesia realiza esta misión en múltiples maneras: a través de la formación teológica en las aulas, simposios de Teología en auditorios, la predicación y catequesis, los Concilios ecuménicos, los Sínodos, las Conferencia y otras tribunas. Las resoluciones emanadas de dichos órganos, orientan a la Iglesia para que se mantenga firme en la enseñanza de la fe apostólica, válida para todos los tiempos por cuanto se trata de la verdad salvífica.

Se ha dicho con razón que siempre cuando se convoca un Concilio ecuménico es para resolver un problema concreto que afecta directamente a la recta doctrina de la Iglesia. Así fue el caso del “Concilio de Jerusalén” (cf. Hch 15,1-35) y de los de Nicea (325), Constantinopla (349), Éfeso (431), Calcedonia (451) y todos los demás hasta el Vaticano II (1962-65), en que la identidad clara de la Iglesia tanto ad intra como ad extra tuvo que ser definida y aclarada para poder anunciar adecuadamente el evangelio como buena noticia de salvación para toda la humanidad (Madrigal, 2012, p. 211-255).

El presente artículo pretende estudiar uno de estos momentos cruciales de la Iglesia: se trata de la situación de la Iglesia Africana del siglo cuarto y quinto que tuvo que afrontar el problema de una división interna tan grave que desembocó en un cisma. Nos referimos a la controversia donatista (monceaux, 1901-1923). Se analiza el esfuerzo de la Iglesia dirigida por el magisterio de su tiempo para resolver dicho problema y se destaca la importancia singular de la Gran Conferencia de Cartago en 411 que marcó un antes y después en la controversia donatista (Frend, 1952, p. 244-289). Asimismo, se pone de relieve la actuación singular de San Agustín, Obispo de Hipona, en dicho acontecimiento eclesial para la reconciliación y unidad de los cristianos que, en mi opinión, aún en la actualidad proyecta luces sobre el diálogo ecuménico.

2. La Conferencia de Cartago (411)

La Conferencia de Cartago en el año 411 entre católicos y donatistas fue, sin duda, uno de los acontecimientos más importantes de la vida de la Iglesia africana en el siglo quinto y también de la vida de San Agustín (Langa, 1988, p. 922). En dicha conferencia se esclarecieron temas importantes sobre el cisma donatista que fue el tendón de Aquiles de la iglesia africana de los siglos cuarto y quinto. Así mismo en esta conferencia se vio premiado el trabajo incasable de San Agustín para la unidad de la iglesia africana. En definitiva, la conferencia de Cartago marcó un punto de inflexión en el desarrollo del donatismo, ya que aceleró la decadencia irreversible que conduciría a su desaparición. La Conferencia fue convocada por el emperador Honorio y se celebró en los días 1 al 8 de junio de 411, presidida por Marcelino. Contó con la participación de doscientos ochenta y seis obispos católicos y doscientos setenta y nueve obispos donatistas (Monceaux, 1963, p. 71-74). Tanto la convocatoria como la misma celebración tuvieron su prehistoria que describimos brevemente a continuación.

2.1. Antecedentes de la convocatoria de la Conferencia

Los expertos en el donatismo indican que los antecedentes de la convocatoria de la Conferencia de Cartago remonta data de muy atrás (Cilleruelo, 1987, p. 840-843). Los escritos antidonatistas revelan que Optato de Milevi ya había expresado el deseo de un encuentro al donatista Parmeniano. Sobre todo, fue San Agustín quien, desde su misma ordenación sacerdotal no había cesado de proponer tales reuniones entre ambas partes (donatistas y católicos) como forma de solucionar el conflicto, pero tales propuestas fueron rechazadas por los donatistas (Epístolas 23, 6; 35,1,3; 62, 2). Ya de carácter oficial es la iniciativa del concilio de Cartago del 25 de agosto del 403. Establece que en cada diócesis se encuentren los obispos de ambas partes, como preparación para una conferencia general. Tampoco esta vez accedieron los donatistas. En enero del 406 estos envían una embajada al emperador, solicitando un encuentro con los católicos, después de que aquel hubiera promulgado el 12 de febrero del 405 un edicto de unidad, muy duro contra ellos. Este Edicto era el resultado de una embajada de obispos católicos, enviada por el concilio de Cartago el 16 de junio del 404 solicitando la aplicación contra los donatistas de las leyes antiheréticas. A ello les había movido la violencia de los circumceliones. Finalmente, el 14 de junio del 410 otro concilio de Cartago envió otra embajada al emperador Honorio solicitando la revocación del edicto de tolerancia de inicios de año y la convocatoria de una conferencia entre ambas partes. Ambas solicitudes obtuvieron respuesta positiva en los edictos del 25 de agosto y del 14 de octubre del 410 respectivamente (Cilleruelo, 1987, p. 841-842).

2.2. Hacia la celebración de la Conferencia

El historiador W. H. C. Frend proporciona una información detallada sobre el procedimiento de la convocatoria y la celebración de la Conferencia (Frend, 1952, p. 275-289). El edicto de la convocatoria revela que el emperador nombró como tribuno y notario a Marcelino para presidir su celebración. Por su parte, Marcelino publicó el 19 de enero de 411 un edicto convocando a católicos y donatistas a una conferencia en Cartago (Ibid., p. 276).  A este entre el 18 y el 25 de mayo le siguió otro en que se establecían las normas concretas para su desarrollo y se fijaba el lugar de la reunión (Cilleruelo, 1987, p. 843). Cada parte debía designar de antemano, mediante escrito firmado por todos en presencia del juez, siete delegados portavoces, y otros siete consejeros sin voz. Solo ellos, junto con los encargados de la redacción de las actas, debían asistir. Los demás obispos se limitarían a ratificar por escrito lo que hicieran sus delegados. Por su parte, el juez prometía publicar las actas de los debates, autentificadas y selladas por los delegados de ambas partes. Exigía, además que los primados de cada una se comprometieran por escrito a aceptar tales normas (Ibid, p. 842-843).

A este escrito los donatistas respondieron con otro, denominado Notaria en el que manifestaban su oposición al segundo edicto, particularmente a dos cláusulas: la que los obligaba a firmar por adelantado la adhesión a la sentencia del juez, y la que no admitía el derecho a la palabra para todos los asistentes. Incluía también el mandato a sus delegados, y un anexo con las firmas de los obispos, aunque no se habían estampado en presencia del juez (Ibídem).

Los católicos, por su parte, respondieron con un escrito del 25 de mayo. En él expresaban su adhesión al procedimiento establecido por Marcelino, y señalaban además cuáles eran los problemas que se debían debatir: uno teórico doctrinal, la causa de la Iglesia, su catolicidad; otro histórico-personal, la causa de Ceciliano. A continuación, indicaban cuál sería la actitud de los católicos ante el resultado de la conferencia: de ser vencidos, dimitirían todos; y si salieran vencedores asociarían en el cargo a los obispos donatistas, según un procedimiento concreta. Este documento es nuestra carta 128, con toda probabilidad redactada por Agustín.  En esta carta los obispos católicos conjuntamente afirman:  

Por esta carta te participamos, según nos lo has pedido, que estamos totalmente de acuerdo con el edicto de tu eminencia. Con él has tratado de proteger nuestra paz y sosiego y de manifestar y garantizar la verdad... Confiados en la verdad, nos hemos impuesto esa obligación condicional. Según las promesas de Dios, había llenado por doquier el pueblo cristiano gran parte de la tierra con su crecimiento y se preparaba para dilatarse y llenar el resto. Si los donatistas, con quienes hemos de conferenciar, muestran que de pronto desapareció la Iglesia de Cristo por contagio de no sé qué sujetos a quienes ellos acusan, quedando únicamente en el partido de Donato; si los donatistas pueden probarlo, no sólo no atentaremos a los honores debidos a su ministerio episcopal, sino que seguiremos su consejo por sola la salvación eterna, y quedaremos agradecidos a su gracioso beneficio por habernos dado a conocer la verdad. En cambio, si pudiéremos nosotros demostrar que no pudo perecer, por los pecados de cualesquiera hombres de su gremio, esa Iglesia de Cristo, que ocupa ya con su numerosa población el suelo, no sólo de todas las provincias africanas, sino también de muchas provincias transmarinas y de muchos otros pueblos; que fructifica por todo el mundo, como está escrito, y sigue creciendo; si demostramos que está acabada y sobreseída la causa de aquellos a quienes entonces prefirieron acusar, pero no lograron convencer, aunque la causa de la Iglesia sea independiente de esa otra causa personal; si demostramos la inocencia de Ceciliano y la violencia y calumnia de los donatistas, como se vio en el juicio ante el emperador, pues ellos espontáneamente enviaron sus acusaciones criminales al tribunal del emperador; finalmente, si con documentos humanos o divinos probamos, cuando ellos hablan de los pecados de cualesquiera hombres, que se trata de inocentes perseguidos con falsas denuncias, o que no se ha destruido con tales delitos la Iglesia de Cristo, a la que estamos unidos, en ese caso, ellos acepten con nosotros la unidad, para que no sólo acierten con el camino de la salvación, sino que retengan también su honor episcopal. Porque no detestamos en ellos los sacramentos de la divina verdad, sino las invenciones del error humano. Suprimidas éstas, aceptamos su abrazo fraterno y estrecharemos su pecho con caridad cristiana, ya que lamentamos el que se vean separados de nosotros por una disensión diabólica. (Epístola, 128, 1-2).

Esta convicción revela la seriedad del tema y, a la vez, la honradez de los obispos católicos a la hora de defender la verdad de la fe cristiana. Esta es la razón última de su disponibilidad a la hora de servir a la Iglesia partiendo de la verdad revelada en la Sagrada Escritura. De todos modos, el texto revela claramente que sabían con claridad que los donatistas eran incapaces de demostrar desde las Sagradas Escrituras que la Iglesia de Cristo, tras el pecado de traditio (entrega a las autoridades paganas de las Escrituras durante las persecuciones) había quedado arrinconada en una parte del orbe, reducida al pequeño grupo de donatistas del norte de África. 

Más informaciones sobre esta Conferencia las encontramos en otra carta que es la respuesta católica a la notaria de los donatistas (Epístola, 129). En ella vuelve sobre los temas a debatir ya mencionados y se recuerda a los donatistas que fueron ellos los primeros en acudir al emperador, así como su comportamiento con los maximianistas, cismáticos de su Iglesia. En bien de la paz y el orden, justifican el sistema elegido de delegados (Ibid, 129, 4-6). El 30 de mayo los católicos redactan el mandato a sus propios delegados con la firma de todos los obispos, estampada en presencia del comisario imperial. Incluían además una síntesis completa de los argumentos que debían desarrollar los abogados católicos (Cilleruelo, 1987, p. 840-843).

2.3. Desarrollo de la Conferencia

Conforme a lo establecido, se abrió la conferencia el 1 de junio de 411 y duro tres días. La conferencia se desarrolló en un ambiente tenso. Desde el primer momento se manifestaron las tácticas que seguiría cada parte: del lado católico, el intento de mostrar la verdad de sus posiciones eclesiológicas mediante argumentos escriturísticos e históricos; del donatista, rehuir el debate de fondo mediante acciones dilatorias y protestas, como la recogida por San Agustín al comienzo del segundo día de la conferencia:

En primer lugar, al reunirse dos días después en el lugar citado, como se había convenido y determinado, de nuevo hizo el Juez de paz el ofrecimiento y el ruego de que se sentaran. Se sentaron los obispos católicos, pero rehusaron los donatistas. Para tal negativa adujeron, entre otras cosas, que se les mandaba en la Escritura no sentarse con gente de esa clase. A lo cual no respondieron de momento los católicos para no ocasionar demora, dejándolo para lugar más oportuno en el debate del tercer día. Entonces respondió el mismo Juez de paz que también cumpliría su misión en pie. (Breviculus II, 1).

Esta tónica se mantuvo a lo largo de toda la conferencia, tal como refleja el Resumen del debate con los Donatistas donde se constata el clima tenso en que se desarrolló (Breviculus, I, 7-9). Los donatistas llegaron hasta el punto de manifestar calumnias sobre la ordenación episcopal de San Agustín (Breviculus III, 7, 9) solo para entorpecer y desviar el objetivo del debate. Gracias a la firmeza Marcelino, el tercer día pudieron tratar los temas serios de corte histórico teológico, eclesiológico y sacramental (Breviculus III, 1-24) para poder finalmente tomar una decisión y zanjar la disputa.

Finalmente, ya de noche el juez dictó la sentencia proclamando vencedora a la parte católica, sentencia cuyo texto no nos ha llegado. El 26 de junio 411, el juez firmó el documento de aplicación de la sentencia y ordenó fijar en lugar público las actas de la tercera sesión de la conferencia (Breviculus III, 25, 43). 

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