27 agosto 2014

Santa Mónica

Damos la palabra a Agustín para que nos diga quién fue su madre. Su testimonio más que una biografía es un himno filial en el canto de alabanza al Señor de las Confesiones.

Don de Dios:
“Fuiste tú quien la creaste, pues ni su padre ni su madre sabían a ciencia cierta la clase de hija que iban a tener. Fue la vara de tu Cristo, la gestión de tu Unigénito al frente de una casa creyente, la que, como a miembro bueno de tu Iglesia, la educó en tu temor”. (C. 9, 8, 17).

Muchacha de educación austera:
“poner de relieve el esmero de una sirvienta decrépita que había llevado a su padre, niño aún, a la espalda… Por estas razones y por su ancianidad y buenas costumbres, los señores la respetaban mucho. Por eso se le confió también la custodia de las hijas… Era enérgica en los correctivos cuando el caso lo requería. Los aplicaba con santo rigor. …con la autoridad que tenía para imponerse, ponía coto a los instintos de una edad tierna aún.” (C. 9, 8, 17-18).

Esposa. Buena, paciente y generosa con el marido:
“Tan pronto como llegó a la plenitud de la edad núbil, se le dio un marido al que sirvió como a su señor. Se esforzó en ganarle para ti, hablándole de ti con el lenguaje de las buenas costumbres. Con ellas la ibas embelleciendo haciéndola respetuosamente amable y admirable a los ojos del marido”. (C. 9, 9, 19)
Cordial con la suegra:
“Incluso su suegra, se mostró irritada con ella, en la primera época que siguió a su casamiento, debido a los cotilleos de unas malas criadas. Pero logró hacerse acreedora de sus respetos mediante su afabilidad y continua tolerancia y mansedumbre. Logró granjearse su simpatía de tal modo que ella misma denunció a su hijo que eran las lenguas intrigantes de las criadas las que perturbaban la paz doméstica entre la nuera y la suegra, y le pidió que les diera un escarmiento… Las dos vivieron en franca y suave armonía, digna de ser reseñada”. (C. 9, 9, 20).

Sembradora de paz:
“A esta tu buena sierva, en cuyo seno me creaste, Dios mío y misericordia mía, le habías regalado también este hermoso don: siempre que le era posible, se las ingeniaba para poner en juego sus dotes pacificadoras entre cualquier tipo de personas que estuviesen en discordia o disidencia. Del cúmulo de recriminaciones ácidas que suele respirar la desavenencia tensa e indigesta, cuando desahoga al exterior la crudeza de los odios con un lenguaje preñado de amargura frente a la amiga, mi madre no refería a la otra lo que no sirviera para reconciliarlas a ambas”. (C. 9, 9, 21).

Conduce al marido a la fe:
“Por último, también conquistó para ti a su marido, que se hallaba en los últimos días de su vida temporal. Bautizado ya, no tuvo que llorar en él las ofensas que se vio obligada a tolerar en su persona antes del bautismo”. (C. 9, 9, 22).

Está al servicio de todos:
“Además, era sierva de tus siervos. Todos cuantos la conocían hallaban en ella motivos sobrados para alabarte,

 Mónica vence el influjo negativo del marido en la formación de Agustín:
“(Siendo todavía niño…) En aquella época ya era yo creyente, lo era mi madre y lo eran todos los de casa, menos mi padre. Éste no neutralizó en mi corazón los fueros del amor maternal hasta el punto de que yo dejase de creer en Cristo, fe que mi padre no tenía aún. Ella era quien hacía las diligencias para que tú, Dios mío, fueras mi padre e hicieras sus veces. Y en este punto contribuías a que ella fuera superior a su marido a cuyo servicio estaba siendo mejor que él”. (C. 1, 11, 17).

Por la educación materna, Agustín creyó:
“(Los maniqueos) No consiguieron que yo dejara de creer que la gestión y el gobierno de los asuntos humanos es competencia tuya”.
Creí en tu existencia y en tu solicitud sobre nosotros, aunque de hecho ignorara cómo concebir tu esencia o qué caminos llevaban o reconducían a ti”. (C. 6, 5, 7-8).

La conversión fue una vuelta a la fe que le había sido inculcada de niño:            (Contra Acad. 2, 2, 5).

Enfermedad de Agustín, su deseo de recibir el bautismo y preocupación de la madre por administrárselo:
“Tú viste, Señor, que un día, siendo todavía niño, me subió de repente la fiebre como consecuencia de una oclusión intestinal y estuve en trance de morir. Tú, Dios mío, que eras ya mi custodio, viste con qué empeño de mi corazón y con qué fe solicité de la piedad de tu Iglesia, madre mía y madre de todos nosotros el bautismo de tu Cristo, mi Dios y Señor. Asustada mi madre carnal –que andaba con las ansias de su parto favorito: mi honrarte y amarte. Sentía tu presencia en su corazón por el testimonio de los frutos de una conducta sana” (C. 9, 9, 22).

Madre. Atenta a la vida cristiana de los hijos
“Había sido mujer de un solo hombre, había rendido a sus padres los debidos respetos, había gobernado su casa piadosamente y contaba con el testimonio de las buenas obras. Había criado a sus hijos, pariéndoles tantas veces cuantas les veía apartarse de ti.” (C. 9, 9, 22).

Predilección por Agustín:
         (De cura pro mortuis gerenda, 16).


Infunde la semilla de la fe en su corazón y lo inscribe entre los catecúmenos:
“Siendo niño, había oído hablar de la vid eterna que nos está prometida mediante la humildad del Señor… Me señalaron con la señal de la cruz y saboreé la sal bendita apenas salí del seno de mi madre, que tuvo una gran esperanza en ti.





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