31 octubre 2011

Los maniqueos (I)


Francisco Javier Bernad Morales

Desde muy pronto, el cristianismo hubo de afirmarse no tanto frente al paganismo, que ya había entrado en una profunda crisis en los medios intelectuales, como ante otras corrientes religiosas que le disputaban en la conciencia de las gentes la esperanza de salvación. Entre ellas merece una atención especial el maniqueísmo, no solo por la cantidad de seguidores que alcanzó a tener, sino, en nuestro caso, por haber seducido durante un tiempo al joven Aurelio Agustín, quien acabaría siendo universalmente conocido como San Agustín.

Una primera consideración se nos ofrece. Una persona de tan notoria inteligencia y cultura, y tan sedienta de verdad, no pudo abrazar una doctrina inconsistente o supersticiosa; por tanto, el maniqueísmo debe ofrecer una respuesta a esos interrogantes últimos que el alma humana siente la necesidad de desentrañar. No es, pues, algo que podamos orillar como perteneciente a un remoto pasado carente de interés, sino que, al contrario, hemos de conocerlo y afrontarlo, no sea que bajo una fe formalmente cristiana estemos adoptando posiciones maniqueas.

Pero antes de exponer la creencia, me parece oportuno decir unas palabras sobre la vida de Mani (su nombre se transcribe frecuentemente como Manes), su profeta[1]. Nació este hacia el año 216 cerca de Ctesifonte, una importante ciudad a orillas del Tigris que pronto se convertiría en capital del imperio Sasánida, el más serio rival de Roma. Sus padres pertenecían a un grupo bautista judeocristiano, cuyo origen quizá se remontara a discípulos de San Juan Bautista[2]. Dos visiones, acaecidas durante su juventud, en la última de las cuales se le apareció su gemelo celestial[3] que ya nunca le abandonaría, le empujaron a apartarse de la comunidad, para iniciar una predicación que le llevaría a recorrer Mesopotamia, Persia, Media, Azerbaiyán, y llegar hasta la India. Su palabra fue refrendada por numerosos prodigios, entre los cuales cabe mencionar repetidas curaciones milagrosas. Un éxito que no estuvo exento de dificultades, pues suscitó el recelo tanto de los judíos como el mucho más peligroso de los zoroastrianos, pero la protección del rey Sapor I, le permitió salir airoso de las asechanzas y alcanzar una gran influencia en la corte. La situación cambiaría de manera radical tras el acceso al trono de Bahram I, quien apresaría y daría muerte al profeta. Sus seguidores se referirían este hecho como la crucifixión, a fin de resaltar la semejanza entre la pasión de Mani y la de Jesús. No queda claro si esto sucedió en el año 276 o en el 277.

En sucesivos artículos expondré las ideas maniqueas y su refutación por San Agustin.


_________________________

[1] Para la vida de Mani he utlizado las siguientes obras: MARKSCHIES, Christoph, La Gnosis, Barcelona, Herder, 2001, y BERMEJO RUBIO, Fernando, El maniqueísmo, Madrid, Trotta, 2008.
[2] En los artículos sobre los samaritanos ya he señalado la antigüedad e importancia de la presencia judía en Mesopotamia.
[3] Al tratar en ulteriores artículos de las doctrinas maniqueas intentaré aclarar este concepto de “gemelo celestial”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario