26 octubre 2011

El silencio elocuente de Dios

Pilar Poveda Guerra

Con demasiada frecuencia echamos a Dios encima lo que es tarea de los hombres, culpándole de todo lo que no entendemos o no podemos resolver. Las guerras cruentas, asesinatos, injusticias, desastres naturales, hambrunas en tantos países...  Nos preguntamos ¿dónde está Dios? Necesitamos un Dios "tirita" que nos arregle todo. El milagro para la vida, aquí y ahora,  que nos salve, hasta de la muerte. Pienso: si Dios es omnipotente, omnisciente, omnitodo, también queda "impotente" ante el dolor, sufrimiento y muerte de cada uno de sus hijos, pues Él mismo sufre con nosotros  y no interviene en nuestro sufrimiento,  ni se complace en la muerte.

Esto en un momento de vida me quedó muy claro. Dios tocó mi corazón e iluminó una parte hasta entonces en tinieblas. No sé cómo decirlo, pero yo lo entiendo, y así os lo digo. A mi hermano Antonio le diagnosticaron cáncer, con solo catorce años. Cursaba estudios en el Seminario de Cuenca, quería ser sacerdote, y así fue. Su vida, (murió con treinta y uno) estuvo llena de operaciones y tratamientos de quimioterapia que, sin quejarse y sin descanso,  alternaba con los estudios. Yo, quise "comprar" a Dios, le pedía cada día que hiciera el milagro de curarle, me enfadaba un poco con Él, le zarandeaba y le recordaba que andaba escaso de obreros y tenía demasiada mies y este, sin duda era un buen obrero, que seguramente, había "otras vidas" de las que podía disponer... Mi hermano fue una gran persona y por tanto un buen sacerdote, pero yo no rezaba el Padre Nuestro, o si lo hacía, omitía el "hágase tu voluntad" porque  su voluntad no estaba de acuerdo con la mía. Y ahí,  en esa pequeñez mía, empecé  a ver la imagen de Diosito, sufriendo con sus hijos, siempre con nosotros, y entonces sucedió el milagro, reconocí el regalo de Dios. Él me había regalado algo que nunca le pedí: a mi hermano al que pude acompañar y querer y del que aprendí a trabajar como si me ardiera el sol en las manos; que morir, solo es morir, que la vida es "otra cosa" y que ante el silencio de Dios, debemos callar con Él.

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