05 marzo 2014

Juan de Vergara

Francisco Javier Bernad Morales

Nacido en Toledo, en una familia judeoconversa, sobre la que, al decir de Menéndez Pelayo “la naturaleza había repartido largamente sus dones”[1], Juan de Vergara fue sucesivamente secretario del cardenal Cisneros y del arzobispo Alfonso de Fonseca, y participó en la elaboración de la Biblia Políglota Complutense. Su primer contacto directo con Erasmo se produjo en Lovaina en 1520 y no parece haber sido excesivamente cordial. El humanista holandés se hallaba entonces enfrascado en una agria polémica con Diego López Zúñiga y con Edward Lee, y esperaba que Vergara le proporcionara un escrito del primero. Este, sin embargo, lo había olvidado en España, lo que fue percibido como un gesto de mala voluntad. Coincide además el momento con la publicación de la bula Exsurge domine y la quema de libros de Lutero por Johann Eck. En esas circunstancias, Erasmo que había defendido una solución dialogada del conflicto, siente que su posición se torna insegura, lo que aumenta su susceptibilidad. Los campos comienzan a definirse con nitidez y todos esperan de él que tome partido, algo que no está dispuesto a hacer. Pronto desaparecen, con todo, los recelos iniciales y entre Erasmo y Vergara se inicia una duradera amistad, cuyo desarrollo podemos seguir por medio de la correspondencia intercambiada entre ambos en los años siguientes.

Por aquel entonces, el erasmismo, del que Juan de Vergara se constituye en una de las figuras más destacadas, cuenta con el favor de la corte y de destacados eclesiásticos, entre ellos el inquisidor general, Alonso Manrique, y el arzobispo de Toledo, Alfonso de Fonseca. Pero tiene también numerosos enemigos, que consiguen, tras la condena de las obras de Erasmo por la Sorbona, que se convoque  una junta de teólogos para examinarlas. Las reuniones se desarrollan en Valladolid durante1527 y avanzan sin que se llegue a ninguna conclusión, pues, como indica Vergara, los partidarios y detractores de Erasmo se reparten casi exactamente mitad y mitad. Finalmente, Manrique, ante el surgimiento de una epidemia en la ciudad, aplaza sine die las reuniones.

El simple hecho de que no hubiera condena, constituía un triunfo erasmista. Sin embargo, como pronto se reveló este era extremadamente frágil. A partir de 1530, la Inquisición comienza a recibir denuncias contra Vergara. En unas se le acusa de luteranismo y en otras, mejor informadas, de sostener posiciones sobre las indulgencias, los ayunos o el rezo a los santos similares a las de Erasmo, condenadas por la Sorbona. Por el momento, no se actúa contra él, pero sin que lo perciba se le somete a una estrecha vigilancia. Un exceso de confianza complicará su situación. Hacía tres años que su hermanastro Bernardino Tovar permanecía preso de la Inquisición toledana, sometido a un proceso por herejía. Durante este tiempo, Vergara había puesto el mayor empeño en ayudarle, sugiriéndole estrategias de defensa que le hacía llegar de forma clandestina mediante tinta simpática. Pero el ardid es descubierto en la Semana Santa de 1533, lo que motivó su detención a finales de abril de 1533, aprovechando un momento en que Fonseca, el arzobispo de Toledo, se encuentra ausente en Barcelona.  En un primer momento, Vergara aún confía en que la protección de este y sus buenas relaciones con el Inquisidor General lo mantendrán a salvo, por lo que recurre al Consejo Supremo de la Inquisición. Sin embargo, Manrique, que en 1527 se había mostrado favorable a Erasmo, se limita a ordenar que no se le someta a malos tratos, pero deja el proceso en manos de los inquisidores de Toledo. Lo que sigue es una pesadilla que se prolonga hasta 1537, año en que recupera la libertad, después de haber abjurado en el auto de fe de 21 de diciembre de 1535. Su carrera y su vida están destrozadas, pero puede afirmarse que ha sido un privilegiado, pues se le ha ahorrado el tormento, habitual en los interrogatorios inquisitoriales.





[1] MENÉNDEZ PELAYO, Marcelino. Historia de los heterodoxos españoles. Madrid. BAC. 1956, I, 794. Al respecto, menciona que no solo Juan, sino también sus hermanos Francisco e Isabel destacaron por su conocimiento de las lenguas latina y griega.

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