24 noviembre 2014

Bto Federico de Ratisbona (29 de noviembre)

Rudolph Arbesmann ( O.S.A.)

Nació en Ratisbona (Alemania). Sus padres pertenecían a la clase media. Entró como hermano no clérigo en el convento de los agustinos, y sirvió a la comunidad como carpintero, con el encargo de proveer a la casa la leña necesaria para el uso cotidiano. Un modesto trabajo llevado a cabo durante años unido a una profunda vida de oración. Pronto fue apreciado por su religiosidad, por su humildad y por su ardiente devoción ala Eucaristía. Murió el 29 de noviembre de 1329.
Poco se sabe de su vida. Conocemos, eso sí, algunas relaciones legendarias, como las aparecidas al inicio de este siglo, provenientes de un manuscrito existente en la biblioteca del capítulo metropolitano de Praga. El autor, prior de Ratisbona y cronista de la Orden a principios del siglo XVI, recoge tradiciones orales, preferentemente las ya propuestas en el retrato historiado que uno de sus inmediatos predecesores al frente de la comunidad ratisbonense, había seleccionado para decorar con ellas la tumba de Federico. Entre ellas, la más conocida, narra cómo un día en que no pudo asistir a la misa, en el mismo lugar donde se encontraba trabajando, recibió la comunión de manos de un ángel.
El colorido con el que se presentan estos hechos históricos, en conformidad con los gustos de aquel tiempo, hace que tales relatos sean vistos hoy con reservas, incluso con rechazo. Pero hay que tener en cuenta que al narrador medieval, más que la misma vida de los santos, le interesaba mostrar su testimonio y la confirmación y reconocimiento divino de su santidad mediante el milagro. Su intención era la de representar ejemplos de virtud e ideales religiosos que animaran a seguirlos. Episodios como el expuesto atestiguan la devoción eucarística de nuestro beato y prueban el profundo efecto producido entre sus contemporáneos y la continuidad de la piadosa memoria de que fue objeto a lo largo de los siglos.
Los esfuerzos del siervo de Dios, P. Pío Keller, lograron su cometido cuando, el 12 de mayo de 1909, el papa Pío X ratificó el ininterrumpido culto que Federico había gozado y lo proclamó beato.

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