14 julio 2014

El Pedagogo

Francisco Javier Bernad Morales

Con el título de El Pedagogo conocemos una de las obras de Clemente de Alejandría que han llegado hasta nosotros. Aunque las fechas de nacimiento y muerte del autor nos son desconocidas, cabe conjeturar que su vida transcurrió aproximadamente entre los años 150 y 211 o 216. En cuanto a su lugar de origen, parece haber sido Atenas. Sabemos, y aquí nos movemos en terreno más seguro, que tras viajar por Grecia, Italia y Tierra Santa, se estableció en Alejandría, donde fue discípulo de Panteno, a quien sucedió al frente de la escuela catequética de la ciudad, y que en 202, en el curso de una persecución local contra los cristianos, se refugió en Capadocia. Si bien ignoramos todo acerca del momento y de las circunstancias de su conversión, no cabe duda de que recibió una esmerada educación que le hizo conocer a Homero, fundamento de la paideia griega, a los filósofos estoicos y académicos, y también a los grandes trágicos y cómicos, así como poetas griegos y latinos, a quienes cita profusamente. En él se verifica con toda claridad la fusión entre dos tradiciones culturales: la judía y la helénica. Así intercala con toda naturalidad referencias al Pentateuco y los Profetas, al Evangelio y las Epístolas paulinas, y a Homero, Platón, Sófocles, Aristófanes o Juvenal, entre muchos otros. Por otra parte, recurre a menudo a una interpretación alegórica de la Escritura en la que es fácil percibir la huella de Filón de Alejandría.

El Pedagogo se inscribe en el marco de una trilogía, cuyo último volumen quizá no llegó a escribirse. En el primero, El Protréptico, se desarrolla un contenido parenético orientado a la conversión de los paganos; en tanto que el segundo, del que nos ocupamos, se centra en la educación del ya cristiano; el tercero, consistiría en una exposición sistemática del contenido de la Escritura, algo que sería desarrollado por Orígenes, el más aventajado discípulo de Clemente.

Debemos recordar que originariamente el pedagogo era en Grecia el esclavo de confianza que acompañaba al niño a la escuela y le ayudaba y orientaba en sus tareas. Con el tiempo, su figura creció en importancia hasta llegar a convertirse en consejero y guía de la formación moral del joven. Es en este sentido en el que Clemente califica al Logos, es decir a Cristo, como pedagogo:

… actuando sucesivamente en calidad de terapeuta y de consejero, aconseja al que previamente se ha convertido, y, lo que es más importante, promete la curación de nuestras pasiones. Démosle, pues, el único nombre que naturalmente le corresponde: el de Pedagogo (El Pedagogo, I, 4).

En consecuencia con lo anunciado, la obra constituye una guía de conducta para el converso forzado a desenvolverse en un ambiente pagano. Como cabía esperar, dada la formación helenística de Clemente, este no predica una retracción de los cristianos, un apartarse del mundo, sino que busca la manera en que estos pueden mantener los lazos con el resto de la sociedad sin comprometer por ello su fe. Para ello ofrece unas normas de sabiduría práctica inspiradas tanto en los libros sapienciales de la Biblia como en la obra de los estoicos y los académicos.

Ahora bien, ¿a quiénes se dirige El Pedagogo? No, desde luego, a los humildes. Carece de sentido decirle a quien poco o nada tiene que se abstenga de perfumarse en exceso y de portar valiosas joyas y sedas, o prescribirle la conducta en los banquetes. Clemente habla a hombres y mujeres de la alta sociedad alejandrina, con quienes parece identificarse:

Debemos hacer uso de las riquezas de una manera razonable, y hacer partícipes de ellas a los demás con generosidad (Pedagogo, III, 34).

En definitiva, su obra constituye un testimonio de que a comienzos del siglo III el cristianismo no era tan solo una religión de menesterosos, sino que había calado, al menos en Egipto, en sectores cultos y adinerados.

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