12 abril 2015

Sed lo que veis y recibid lo que sois

 San Agustín

 Lo que estáis viendo sobre el altar de Dios, lo visteis también la pasada noche, pero aún no habéis escuchado qué es, qué significa, ni el gran misterio que encierra. Lo que veis es un pan y un cáliz; vuestros ojos así os lo indican. Mas según vuestra fe, que necesita ser instruida, el pan es el cuerpo de Cristo y el cáliz la sangre de Cristo. Esto dicho brevemente, lo que quizá sea suficiente a la fe; pero la fe exige ser documentada. Dice, en efecto el profeta: Si no creéis, no comprenderéis (Is 7,9 LXX). Ahora podéis decirme: «Nos mandas que lo creamos; explícanoslo para que lo entendamos». En efecto, puede surgir en la mente de cualquiera el siguiente pensamiento: «Sabemos de dónde tomó carne nuestro Señor Jesucristo: de la Virgen María. Siendo pequeño, tomó el pecho, fue alimentado, creció, llegó a la edad madura, fue perseguido por los judíos, colgado en un madero, muerto en el madero y bajado del madero; fue sepultado, resucitó al tercer día y cuando quiso subió al cielo, llevándose allí su cuerpo; de allí ha de venir a juzgar a vivos y a muertos, y allí está sentado ahora a la derecha del Padre. ¿Cómo este pan es su cuerpo y cómo este cáliz, o lo que él contiene, es su sangre?».
 A estas cosas, hermanos míos, las llamamos sacramentos, porque una cosa es la que se ve y otra la que se entiende. Lo que se ve tiene forma corporal; lo que se entiende, posee fruto espiritual. Por tanto, si quieres entender el cuerpo de Cristo, escucha al Apóstol que dice a los fieles: Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros (1 Cor 12,27). En consecuencia, si vosotros sois el cuerpo y los miembros de Cristo, sobre la mesa del Señor está el misterio que sois vosotros mismos y recibís el misterio que sois. A lo que sois respondéis con el amén, y vuestra respuesta es vuestra rúbrica. Se te dice: «El cuerpo de Cristo», y respondes: «Amén». Sé miembro del cuerpo de Cristo para que sea auténtico el Amén.
 ¿Por qué precisamente en el pan? No aportemos nada personal al respecto; escuchemos de nuevo al Apóstol, quien, hablando del mismo sacramento dice: Siendo muchos, somos un único pan, un único cuerpo (1 Cor 10,17). Comprendedlo y llenaos de gozo: unidad, verdad, piedad, caridad. Un solo pan. ¿Quién es este único pan? Siendo muchos somos un único cuerpo. Traed a la memoria que el pan no se elabora de un único grano, sino de muchos. Cuando recibíais los exorcismos, erais como molidos; cuando fuisteis bautizados, como aspergeados; cuando recibisteis el fuego del Espíritu Santo fuisteis como cocidos. Sed lo que veis y recibid lo que sois. Esto es lo que dijo el Apóstol a propósito del pan.
Lo que hemos de decir respecto al cáliz, aún sin indicarlo expresamente, lo mostró con suficiencia. Para que exista esta especie visible del pan se han conglutinado muchos granos en una sola masa, como si sucediera aquello mismo que dice la Escritura a propósito de los fieles: Tenían una sola alma y un solo corazón hacia Dios (Hch 4,32). Lo mismo ha de decirse del vino. Recordad, hermanos, cómo se hace el vino. Son muchas las uvas que penden del racimo, pero el zumo de las mismas se mezcla, formando un único vino. Así también nos simbolizó a nosotros Cristo el Señor; quiso que perteneciéramos a él, y consagró en su mesa el misterio de nuestra paz y unidad. El que recibe el misterio de la unidad y no posee el vínculo de la paz, no recibe el misterio para provecho propio, sino un testimonio contra sí.


Sermón 272.

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