25 junio 2014

Practica tu también la misericordia y la justicia

San Agustín

Habéis oído cómo Dios practica la misericordia y la justicia; practica tú también la misericordia y la justicia. ¿Es que acaso pertenecen sólo a Dios y a los hombres no? Si no pertenecieran también a los hombres, no habría dicho el Señor a los fariseos: Habéis descuidado lo principal de la Ley: la misericordia y la justicia. Así que también te pertenecen a ti la misericordia y la justicia. No vayas a pensar que sólo tiene que ver contigo la misericordia y no la justicia. A veces oirás que hay una causa pendiente entre dos, uno de ellos rico y el otro pobre; y sucede que el pobre resulta culpable y el rico inocente; entonces tú, poco experto en el Reino de Dios, crees hacer una buena obra compadeciéndote del pobre, y te pones a encubrir y ocultar su delito, como queriéndolo justificar, como si mereciese la absolución. Y suponiendo que alguien te reprendiese por haberte equivocado en tu sentencia, le respondes movido por la misericordia: - Sí, ya lo sé; pero se trata de un pobre, y debo tener con él compasión. ¿Cómo es que has mantenido la misericordia, dejando a un lado la justicia? Pero dirás: ¿Y cómo iba a descuidar la misericordia, por mantener la justicia? ¿Iba a sentenciar contra el pobre, que no tenía con qué pagar la multa; y si tenía, después no le quedaba con qué vivir? Tu Dios te dice: No hagas acepción de personas en el juicio del pobre. Sí, es cierto que comprendemos fácilmente la advertencia de no favorecer al rico. Esto lo ve cualquiera, ¡y ojalá lo llevaran todos a la práctica! La falta está en querer agradar a Dios favoreciendo judicialmente la persona del pobre, y diciéndole a Dios: - He ayudado a un pobre. No, deberías haber mantenido las dos cosas: la misericordia y la justicia. En primer lugar ¿qué clase de misericordia has tenido con aquél, cuyo delito has amparado? Sí, le favoreciste en la bolsa, pero le has herido el corazón; ese pobre continúa siendo un delincuente; y tanto más delincuente, cuanto que se ha visto favorecido por ti en su maldad, como si fuera un hombre honrado. Se apartó de ti favorecido injustamente, y quedó justamente condenado por Dios. ¿Qué clase de misericordia has tenido con él, si terminaste haciéndolo culpable? Has resultado más cruel que misericordioso. ¿Y qué iba a hacer?, preguntarás. En primer lugar juzgar según la causa: reprender al pobre y conmover al rico. Una cosa es juzgar, y otra suplicar. Cuando el rico aquel viera que habías respetado la justicia, y que el pobre no había erguido la cerviz, sino que le habías dado una justa reprensión proporcional a su delito, ¿no se inclinaría hacia la misericordia, por tu petición, él, que estaba contento de la sentencia de tu juicio?

Comentario al Salmo 32, Comentario 2, Sermón 1º

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