21 abril 2014

Los alumbrados (I)

Francisco Javier Bernad Morales

Con los nombres de alumbrados o dejados se conoce a diversos grupos cristianos que en la Castilla del siglo XVI se orientaron hacia una devoción íntima de carácter místico. Hay que reseñar que en gran parte procedían de familias judeoconversas[1] y que entre ellos fue muy destacada la presencia de mujeres. No se les puede considerar una secta, ya que, por un lado, no se detecta unidad doctrinal, aunque sí amplias coincidencias, y, por otro, falta toda estructura organizativa. Son núcleos dispersos que se reúnen en torno a un dirigente espiritual, a menudo una beata, quien les guía en el camino del recogimiento. Es este un proceso en el que los sentidos se orientan hacia el interior y la mente se vacía de todo pensamiento, hasta llegar a un estado de quietud en que el alma se siente penetrada por el amor de Dios. A partir de ahí, el devoto debe simplemente abandonarse y dejar que Dios obre en él. Ese es el único camino de salvación. En consecuencia, se rechazan las formas externas de devoción, tales como procesiones, culto a las imágenes, oración vocal o penitencia. Por su parte, las buenas obras no constituyen un mérito de quien las realiza, sino que son el fruto de ese actuar de Dios.

Estas ideas de los alumbrados presentan puntos de contacto con el erasmismo y el luteranismo, aunque parece poco probable que se pueda establecer una filiación directa. Más bien parece que unos y otros beben en la fuente común de la devotio moderna y alcanzan conclusiones en ciertos aspectos similares.

Hacia 1520, momento en que la Inquisición comienza a recibir denuncias contra ellos, su presencia es notoria en Guadalajara y en Escalona. En ambos lugares forman grupos muy ligados a familias de la más alta nobleza castellana: en el primero, los Mendoza, duques del Infantado, y en el segundo, los Pacheco, marqueses de Villena. Se reúnen a menudo en sus palacios donde gozan de apoyo y protección, pero no acaban aquí sus relaciones con la aristocracia. También don Fadrique Enríquez, Almirante de Castilla, siente fascinación por las formas íntimas de piedad preconizadas por los alumbrados. Estos asimismo están presentes en Valladolid, donde Francisca Hernández ejerce una suerte de magisterio sobre algunos clérigos jóvenes, entre ellos Bernardino Tovar, hermano de Juan de Vergara[2]. Isabel de la Cruz, religiosa de la tercera orden franciscana, goza por su parte de una gran influencia en Guadalajara, donde pronto destaca entre sus seguidoras María Cazalla, hermana del obispo sufragáneo de Ávila.



[1] Señala Bataillon que todos los alumbrados cuyos orígenes son conocidos, de los que ofrece una larga lista, pertenecían a familias conversas. BATAILLON, Marcel, El erasmismo en España, Madrid, FCE, 1983, p. 180. Entre los citados en este artículo y el que seguirá, ese era el caso de los Cazalla, de Isabel de la Cruz, de Bernardino Tovar y de Ruiz de Alcaraz.
[2] En un artículo anterior me ocupé del erasmista Juan de Vergara y del papel que en su apresamiento tuvo el empeño puesto en defender a su medio hermano Bernardino Tovar, procesado por la Inquisición. 

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