Francisco Javier Bernad Morales
Tengo
en mis manos la tesina del padre Nolasco Msemwa, sacerdote de nuestra
parroquia, dedicada a la figura del cardenal Bea (1881-1968) y en particular al
estudio de su contribución al ecumenismo en el marco de la profunda renovación
desarrollada por el Concilio Vaticano II[1].
Con ella como guía intentaré acercar al
lector a este personaje singular, un auténtico sabio, que consagró su vida al
estudio de la Biblia y al diálogo no solo con los otros cristianos, aquellos
que no pertenecen a la Iglesia Católica, sino también con los adeptos a otras
religiones. Hombre de mente abierta, supo apreciar en ellas una riqueza
espiritual que hasta entonces los católicos, encerrados en una actitud
defensiva frente al mundo, apenas habían vislumbrado, o que incluso habían
negado con la soberbia de quien posee una verdad que los demás no pueden sino
aceptar.
Fueron
estas cualidades las que llevaron a Juan XXIII a nombrarlo cardenal en 1959 y
al año siguiente, director del Secretariado para la Unión de los Cristianos. En
este mismo año, el Papa le encargó también la preparación de un borrador sobre
las relaciones con los judíos. Así, este jesuita alemán de familia humilde,
tras desarrollar una brillante carrera intelectual que le había llevado a
presidir durante veinticinco años el Pontificio Instituto Bíblico, se convertía en uno de los principales actores del
Concilio.
Analiza
Nolasco Msemwa de manera detenida el papel desempeñado por Bea en la
elaboración de algunos importantes documentos del Concilio, tales como las
constituciones Dei Verbum, sobre la Divina Revelación, Gaudium et spes, sobre el mundo actual, el
decreto Unitatis redintegratio, sobre
el ecumenismo, o las declaraciones Nostra
aetate, sobre las relaciones con las religiones no cristianas, y Dignitatis humanae, sobre la libertad
religiosa. Fue una labor ingente, plagada de dificultades debidas sobre todo a
la oposición de los sectores más conservadores agrupados en torno al cardenal
Ottaviani. En ella, Bea se mostró no tan solo como un erudito profundo
conocedor de la Escritura, dispuesto a escuchar las opiniones ajenas, sino
también como un hombre tenaz y combativo. Sus posiciones escandalizaron a
muchos tradicionalistas que llegaron a acusarle en la prensa de masón, hereje y
enemigo de la Iglesia, pero las presiones no hicieron mella en él, que siguió
adelante con la tarea encomendada, mostrando así el acierto de Juan XXIII al
elegirlo.
[1] MSEMWA, Nolasco, La contribución del cardenal Agustín Bea
para la unidad de los cristianos a la luz del Concilio Vaticano II,
Universidad Pontificia Comillas-Madrid, Facultad de Teología, mayo 2013.
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